Podemos y los dilemas de la izquierda española
Manolo Monereo
A Julio Anguita le han construido una imagen de doctrinario y de pésimo táctico. No es verdad. El antiguo coordinador de IU tenía principios sólidos que nunca aplicó dogmáticamente, pero, sobre todo, tenía y tiene un gran olfato político para ver lo nuevo que emerge y traducirlo en votos. No fue casual que los jóvenes del 15M lo admitieran como interlocutor, y lo hizo a su manera, es decir, sin halagar y entrando en un diálogo franco y leal. Tampoco fue casual el surgimiento del Frente Cívico. Izquierda Unida, siempre temerosa, dejó pasar la iniciativa sin sacar las consecuencias políticas debidas. Pablo Iglesias lo entendió a la primera y lo convirtió en el núcleo del discurso político de Podemos.
Un mes, más o menos, antes de las elecciones, Anguita escribió un artículo valiente y extremadamente audaz con el título de “El nudo gordiano”. Lo que venía a decir es claro: expresar la enorme preocupación ante una izquierda que no está a la altura de las dramáticas circunstancias de nuestro país y proponer la creación de una nueva formación política más allá de IU y del PCE. Me temo que este artículo será tratado como los anteriores, es decir, dejarlo pasar y que el tiempo lo haga olvidar. Un error más de los pusilánimes de turno, porque, se esté de acuerdo o no con él —yo lo estoy— el debate merece la pena y puede clarificar mucho los dilemas estratégicos de las fuerzas que, en uno u otro sentido, impulsan lo que hemos llamado la unidad popular.
Todo esto —parece evidente— tiene que ver con el análisis y la valoración de las elecciones municipales y autonómicas celebradas hace unos días, en el marco de un ciclo que terminará en noviembre de este año. Nos referimos a unas elecciones singulares que encuentran a las llamadas fuerzas emergentes en condiciones especialmente complicadas. Inventarse organizaciones, desarrollarse territorialmente y generar centenares de candidaturas en poco más de un año no es nada fácil. Esto obliga a entender estas elecciones como la continuación de un ciclo iniciado en las europeas y que terminarán con las generales. Al fondo, el 15M.
Los resultados entraban —podríamos decirlo así— en el marco de lo previsible. En primer lugar, derrota política del Partido Popular. La derecha pierde votos, pero sobre todo, va a perder poder, mucho poder. Es cierto que el PP sigue siendo la primera fuerza política del país y debe suscitar reflexión preguntarse cómo y por qué se sigue votando a una formación política ligada estructuralmente con la corrupción. En segundo lugar, el bipartidismo retrocede pero se resiste en clave PSOE. La estrategia de Pedro Sánchez se ha mostrado acertada, polarizarse claramente con la derecha y frenar por la izquierda a Podemos. Frente a los que opinaban que era el momento de “la gran coalición” y que había que moderar la confrontación, el secretario general del PSOE entendió que esto era suicida y que dejaba a Podemos un amplísimo espacio electoral.
Conviene aquí no confundirse demasiado. Polarizarse con el PP es buscar el eje derecha- izquierda como referencia, sabiendo que, al final, se pedirá, como siempre, el voto útil y la necesidad de sumar todos los apoyos a la “izquierda” capaz de impedir el triunfo de la derecha. El “relato” es claro: o se vota al PSOE o gana la derecha. Este ha sido el chantaje discursivo durante más 30 años que Izquierda Unida no pudo, casi nunca, superar.
Todos sabíamos que la táctica del voto útil escondía una trampa que era relativamente fácil de desvelar: si a la izquierda del PSOE crecían fuerzas con proyectos alternativos, estos, los socialistas, tendrían que decidir si estaban por seguir pactando con los poderes económicos o —era la clave— girar a la izquierda y propiciar políticas en favor de las mayoría sociales y, específicamente, de los trabajadores y trabajadoras. Lo fundamental —todos lo sabemos— era un sistema electoral que forzaba al voto útil y dejaba a las fuerzas realmente de izquierdas fuera de las opciones con posibilidades reales.
Aquí se ve, una vez más, que el verdadero partido del régimen es el PSOE, ya que asegura como nadie que los que mandan y no se presentan a las elecciones puedan obtener un consenso lo suficientemente amplio para que en ningún momento se cuestione el modelo económico y de poder vigente. El partido de Pedro Sánchez, aun perdiendo más de 600.000 votos, sale fortalecido de estas elecciones, lo que le va a servir de plataforma para encarar razonablemente las generales. Los que mandan habrán tomado ya nota.
Podemos se consolida territorialmente y se desarrolla orgánicamente. De nuevo, el juego entre expectativas y realidad acaba pasando factura. Estas eran las elecciones más difíciles para el partido de Pablo Iglesias y las ha pasado con una nota alta. Hay que analizar caso por caso y no confundir las elecciones autonómicas con las municipales, aunque ambas han estado íntimamente relacionadas. En algunos lugares las municipales han tirado de las autonómicas y, en otros casos, las han frenado o incluso las han hecho retroceder. A la inversa también ha ocurrido.
Podemos, en las comunidades autónomas y en decenas de ciudades, va a acumular poder institucional y mucha influencia política; ahora bien, los dilemas a los que se enfrenta no serán pequeños. En diversos lugares tiene escaños suficientes para, junto con el PSOE, echar a la derecha y propiciar una nueva situación política. El otro lado de la contradicción es también evidente: se pacta con el principal competidor electoral y parte decisiva del bipartidismo —más o menos imperfecto— dominante. “Cerco mutuo y guerra de posiciones”, este es el escenario de una batalla política y estratégica donde se juega, ni más ni menos, la enésima restauración borbónica o el cambio real, es decir, la ruptura democrática. También hay que tomar muy en cuenta —no es poca cosa— que el campo de las fuerzas de la transformación real se ha hecho más plural, más heterogéneo, y que forjar la alternativa, no la simple alternancia de los partidos del turno dinástico, será una tarea compleja y llena de dificultades.
Los resultados de Izquierda Unida han sido aún peores de los que auguraban las encuestas. Resultaron patéticos, en la noche electoral, los esfuerzos del coordinador por maquillar los pésimos resultados de las autonómicas oponiéndoles los buenos de las elecciones municipales, sin darse cuenta de que, con ello, se ponía de manifiesto el verdadero problema: IU tiene una excelente organización y carece de (dirección) política. Para decirlo más claramente, cuando se trata de organizar, de montar centenares de listas y presentar candidaturas, los hombres y mujeres de IU se sobran y se bastan, incluyendo las decenas de candidaturas de unidad popular; se podría decir, sin exagerar demasiado, que no necesitan de la dirección; lo saben hacer y punto.
El problema reside en que cuando pasamos a las elecciones autonómicas, la política, la buena política, la dirección adecuada y la táctica justa, cuentan y mucho. Las carencias de la dirección federal —su no política unas veces o sus políticas equivocadas otras— perjudicaron el discurso de las autonomías y sus opciones electorales. Cuando se ha tenido política, esta no ha sido otra cosa que racionalización del repliegue identitario, muchas veces trufado de un discurso anacrónico, que por serlo, siempre apareció postizo y sin alma.
Seguramente, el dato más relevante es el avance de la unidad popular, reflejada ejemplarmente en Madrid y en Barcelona, destacadas expresiones de centenares de candidaturas construidas paciente y tenazmente en todo el país, en condiciones —justo es subrayarlo— duras, a veces, extremadamente duras. Donde estas se han organizado democráticamente, respetando la pluralidad y superando las prepotencias y sectarismos, han funcionado y se convierten en el dato más relevante de nuestra realidad política vista desde abajo y desde la alternativa democrática.
No conviene olvidarlo en esta hora: centenares de militantes y activistas de IU han estado por delante y por detrás de estas candidaturas de unidad popular, la mayoría de las veces contra el criterio de sus direcciones y teniendo que soportar todo tipo de coacciones, amenazas y, al final, expulsiones; sí, hay centenares de afiliados excluidos de la organización en todo el país por defender lo aprobado en la X Asamblea de IU. Ahora, después de las elecciones, Cayo Lara les dice que lo que ha ganado es la convergencia y la unidad popular, es decir, aquello por lo que muchos han sido marginados o excluidos por las distintas direcciones. Una vieja historia; se deja pasar la pelota y no al jugador.
Es hora de volver a Julio Anguita. El fondo del asunto es simple y coherente con su modo de ver la política de este país desde su reflexiva soledad cordobesa: hay que construir la alternativa, para ello hace falta organizar un proyecto autónomo con voluntad de poder; el tiempo apremia y la unidad no tiene espera. Nos lo jugamos todo en poco tiempo y todos debemos hacer los deberes que nos tocan. A Podemos le toca la responsabilidad de estructurar el bloque nacional-popular sabiendo que solo no podrá. A IU le toca “refundarse”, es decir, fundarse de nuevo. No es tan difícil de entender: el proyecto histórico de Izquierda Unida no cabe ya en esta forma-partido que ha devenido en las siglas IU. Llorar lo justo y abrirse a lo nuevo que surge en nuestra sociedad y que ha venido para quedarse.
Publicado en Cuarto Poder / España
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