Perú criollo-oligárquico o Perú de todas las sangres
Vicente Otta R.
Vargas llosa y Arguedas frente al Perú y su destino
"Le dedico mi silencio", la última novela de Mario Vargas Llosa expresamente publicada para reconciliarse con la peruanidad a través del valse criollo, o lo criollo y su huachafería, esconde bemoles varios y grandes. Abusa de las mentiras verdaderas aprovechando de la buena fe de los peruanos, hoy ávidos de buenas noticias en momentos de orfandad e incertidumbre.
Vargas Llosa cree ciegamente que en octubre sí hay milagros y lanza esta novela en la fecha en que el Perú criollo reboza de fervor católico con el Cristo moreno, el turrón de Doña Pepa y música criolla. Que tiene olfato de oportunidad comercial-editorial, nadie puede dudarlo. Hace buenos años redacté este artículo que hoy actualizo a propósito del criollismo del laureado escritor y su pretendido sentido de peruanidad, luego de nacionalizarse español y coronarse Marqués.
Hay mucho pan que rebanar…
Llama la atención su alaraquienta y confesa admiración y filiación por la música criolla, que brilla por su ausencia, para decirlo en tono huachafo, en toda su obra novelística. No voy a polemizar con Apizlcueta, su alter ego en la novela ni con Enrique Planas su crédulo y devoto entrevistador de el dominical de El Comercio, 29.10 23, que lo presentan como un fanático de la música criolla. Mencionan Quien mató a Palomino Moleros y La historia de Mayta como los textos en que la música criolla tiene carta de ciudadanía y agota la emoción y la nostalgia. No recuerdo nada de eso.
El recuerdo ingrato y frustrante de la desafiliación y menosprecio de Vargas Llosa por la música criolla lo guardo de la Tía Julia y el escribidor en que la breve mención de Pinglo lo pinta como un borrachín que deambulaba por los Barrios Altos. Doble ofensa injustificada, a la música criolla en la persona de su referente esencial, y a la persona de Felipe, ni bebedor ni carente de brújula vital.
Felipe Pinglo hizo música criolla como expresión de peruanidad, de construcción de identidad nacional. Consciente y crítico de la invasión de música foránea a comienzos del siglo XX, tango, Fox Trot, bolero, etc.
Alguien que se nacionaliza español, que se corona Marqués tiene la arrogancia de agraviar a Pinglo y la música criolla.
Varios años después de estos agravios, pretende recurrir a la fragilidad de la memoria y la banalidad y luces de la fama y el espectáculo para aparecer diciendo todo lo contrario.
Entre la verdad y la mentira hay distancia y diferencia cuando no se ha eliminado la ética y la honestidad. No toda historia es una novela.
Históricamente los españoles y sus descendientes, denominados criollos posteriormente, y los descendientes de inmigrantes europeos se sintieron cercanos e identificados con Europa. Haber nacido en este suelo era considerado fruto de la necesidad lamentable cuando no un accidente desgraciado. Hasta hace 40 años la gente considerada decente, criolla (por lo general limeña o alimeñada) se sentía mucho más próxima a Europa o EE. UU que a la sierra peruana.
Sus prejuicios empañaban la mirada y estrechaba su mentalidad.
Es en las últimas cuatro décadas que esta valoración ha ido cambiando de manera profunda. La autoafirmación de los pueblos indígenas como parte de la peruanidad, y los cambios impulsados por la Reforma Agraria y la globalización (reconocimiento de la diversidad étnica y cultural, la heterogeneidad vista como activo y no como lastre) han logrado reducir los prejuicios sobre nuestra condición andina, aceptando parcialmente la heterogeneidad social y cultural que nos habita como país.
En este aspecto también es paradigmática la actitud de Arguedas y Vargas Llosa, referentes del presente artículo. Mientras Arguedas reafirma su pertenencia irrenunciable a esta tierra, “… Nunca seré un extranjero en mi propio país”, Vargas Llosa llega al final de su periplo vital asumiendo la nacionalidad española y hace unos años corona (literalmente) su hispanidad con el título nobiliario de Marques.
Estamos no solo ante los dos literatos más destacados del siglo XX peruano, también ante brillantes intelectuales que han vivido con pasión y reflexivamente el Perú y la peruanidad.
Pasado y presente
Los años sesenta han sido en el Perú contemporáneo lo que la década del veinte para el primer medio siglo XX: crucial. En ella se forman las grandes tendencias socio-político y culturales predominantes en este período. Se producen las oleadas de migraciones andinas, se redefinen los lazos con el capital extranjero, hace crisis la industrialización de sustitución de importaciones, se inicia el reformismo militar, se remoza el partido aprista, se forman los partidos de la nueva izquierda y germina el proyecto político senderista.
Esta década que contiene los rasgos que asumirá la sociedad en los siguientes 60 años, tiene dos testigos privilegiados: Mario Vargas Llosa y José María Arguedas, que son al mismo tiempo los dos grandes narradores peruanos del siglo XX. Sus obras, particularmente las que mencionamos en este artículo, reflejan como ningún análisis político o estudio académico, los aspectos más profundos, complejos y diversos que encerraba la evolución de la sociedad peruana a lo largo de la fenecida centuria.
A contracorriente de las críticas que lo encasillaban, y en algunos casos pretendían descalificarlo, como indigenista y arcaico, José María Arguedas ha terminado siendo el escritor más moderno y vigente del Perú contemporáneo. Las controversias y críticas que sus obras suscitan (el memorable debate de la mesa redonda sobre Todas las sangres), antes que observaciones de carácter estrictamente literario o lingüísticos han sido epistemológicos, de enfoques culturales, de cosmovisiones.
En el fondo, lo que ha estado en conflicto ha sido la visión criolla euro-céntrica del Perú y su historia (razón colonial) y una visión de la evolución del Perú desde sus sangres, desde el socialismo mágico que Arguedas vislumbrara. Mientras la gran mayoría de críticos e intelectuales miraba la piel, Arguedas veía el corazón y las entrañas del Perú.