Velasco, 45 años después
Nicolás Lynch
En este mes de aniversarios toca también el del golpe militar del 3 de octubre de 1968 y más todavía el del 9 de octubre del mismo año, el de la recuperación de la Brea y Pariñas, pozos y refinería, de manos de la Standard Oil de New Jersey. Las dos fechas sepultadas hoy por la prensa monocorde del neoliberalismo, alérgica a la nación y a las verdaderas reformas.
Existen dos chantajes para no recordar a Velasco. El primero, de la derecha que no pierde oportunidad para cubrirlo de los más atroces vituperios. Tiene razones para ello. Las reformas que llevó adelante el velasquismo desmontaron las bases de poder de la oligarquía y pusieron en marcha un conjunto de medidas que, por primera vez en nuestra historia, pretendían desarrollar el país y construir un Estado Nacional. El modelo no funcionó por la oposición que tuvo de derecha e izquierda, el cambio de época que ya no favorecía los modelos nacional populares y sus propias contradicciones internas. Sin embargo, el velasquismo desató las energías sociales que alumbraron la democracia de los ochentas y a contrapelo de lo que dice la derecha, evitó con la reforma agraria que se extendiera la insania terrorista más allá de lo que todo el país tuvo que sufrir para extirparla.
El segundo, de la derecha y algún sector de la izquierda, que lo descalifican por su carácter de dictadura. Efectivamente el gobierno de Juan Velasco Alvarado fue una dictadura y esta fue su mayor limitación, en su origen, su ejecutoria y su legado. Sin embargo, como lo definió Carlos Franco, su forma política autoritaria y su contenido social democratizador, fueron la contradicción que definió el proceso. Esa dictadura, paradójicamente, alumbró el proceso de democratización social más importante de nuestra historia republicana. La reforma agraria, ya la hemos señalado, la reivindicación de la nación: el petróleo, el quechua, la política exterior, el desarrollo también hacia adentro; la dignificación del trabajo; y, sobre todo, la participación social, pero no solo en sus intentos corporativos por demás fracasados, sino en el reconocimiento de la organización social, la más importante en toda la historia del Perú.
Pertenezco a una tradición política de izquierda que en su momento renegó de Velasco por su carácter de dictadura y nos equivocamos. No fuimos capaces de aquilatar la importancia del contenido social democratizador. La democratización social es la base de la democracia política. Nuestras democracias continúan siendo precarias porque sus bases sociales son endebles. Los dos ensayos democráticos que hemos tenido luego del velasquismo han sido débiles porque se han hecho negando la movilización social. En el primer caso con la presencia de la izquierda y por lo tanto con la esperanza de la democratización y en el segundo caso con la ausencia de la misma y por ello con una democracia de vitrina, es decir sin democratización.
Hoy, que ha pasado mucho agua bajo los puentes, –terrorismo, guerra sucia y dictadura fujimorista incluidos–, nos toca no abdicar de la brega por democratizar la democracia existente. En este propósito el legado del velasquismo continúa siendo fundamental. Toca exorcizarlo como una influencia negativa para convertirlo en una herramienta más para cambiar el Perú.
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