Defender la Casa de la Literatura

Por: 

Víctor Vich

No es solo una crisis política la que vive el Perú; no es solo una crisis del sistema institucional; no es solo una crisis de un modelo económico (una forma de vida) que parece haber traído más corrupción. Es, sobre todo, una crisis cultural, una crisis que tiene que ver con una sociedad que ha dejado de ser una sociedad, con una sociedad que ha perdido completamente toda idea de la vida colectiva. Es una crisis que tiene que ver con un pragmatismo totalizante al que no le importa haberse desentendido de lo que sucedió en la historia, en la filosofía y en la estética entendida como la disposición para sentirse interpelado por lo desconocido. Más allá de todas las heridas que vienen del pasado, de una desigualdad que persiste, de la avaricia institucionalizada, de la falta de empatía con el otro, de la reagrupación oligarca, de la nueva ola conservadora, de los Ministros ineptos, de la mafias legales e ilegales, y de los nuevos sicarios, algunos psicoanalistas dirían, con acierto creo yo, que el deterioro de la vida en el Perú muestra una crisis del vínculo social.

No hay vínculo social cuando todo está economizado, cuando todo es puro cálculo, cuando todo es medido por el solo interés individual y por la rentabilidad efímera. No hay vínculo social cuando unos muertos importan y otros no. El vínculo se pierde cuando la desigualdad se legitima día a día, cuando “cada uno baila con su pañuelo”, cuando todo el mundo se engaña e intenta sacar provecho del otro, cuando algunos se arrogan el poder de tomar decisiones sin consultar a nadie. La democracia, nos enseñaron desde el colegio, implica algún tipo de participación y la participación es el intento (al menos mínimo) por consultar a los representados en la toma de decisiones.

¿Qué evaluación tiene el Ministerio de Educación sobre el funcionamiento de la Casa de la Literatura? ¿Qué informe intersectorial existe sobre el trabajo que la Casa ha venido realizando en la promoción de la lectura y del arte? ¿Los profesores y estudiantes de literatura de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, de la Villarreal, de la San Agustín de Arequipa, de la católica han sido convocados para emitir su opinión sobre el funcionamiento de la Casa de la Literatura?

¿De dónde y con qué criterios ha salido esa aberrante resolución que limita sus funciones y promueve su reestructuración? ¿Quién se encargará, en adelante, de hacer investigación para organizar esas sólidas exposiciones, con montajes adecuados, a las que nos tenían acostumbrados? ¿Quién de conservar los archivos de grandes escritores y de ampliar el patrimonio bibliográfico? Repito: hay dictadura cuando unos pocos deciden hacer lo que les da la gana sin consultar, al menos, al sector involucrado.

Gracias al liderazgo de una notable directora (Milagros Saldarriaga) y a la conformación de un brillante equipo de profesionales, durante los últimos 16 años, todos los artistas del país y todos los gestores culturales han reconocido la estupenda labor de la Casa de la Literatura como un extraordinario promotor de experiencias estéticas en el medio de un contexto social marcado por la degradación política, la frivolidad mediática y el economicismo chato.

Su excelente gestión y su comprometida labor, nos llevó a muchos a sostener, de múltiples formas y en diferentes espacios, la necesidad de replicar “Casas de la literatura” por todo el país como una verdadera intervención para la mejora de la calidad de la educación peruana. No se mejora la educación atiborrando a los maestros con capacitaciones inútiles sin ningún contenido. Ninguna mejora educativa puede concebirse cuando los maestros pierden el tiempo produciendo absurdos informes burocráticos. La educación mejorará si los profesores están permanentemente capacitados en contenidos y si la escuela busca articularse con el trabajo que realizan los museos, las galerías de arte, algunas universidades y los centros culturales. Escuchar hablar a los congresistas actuales (desde esos pálidos y vergonzosos Almirantes hasta los mafiosos de siempre) implica volver a escuchar el prejuicio asentado, los estereotipos acríticos, la pobreza de ideas, la pésima formación educativa. Si queremos constituir una esfera pública menos degradada, si queremos que en las elecciones los periodistas de turno no nos manipulen tanto, si queremos mejores ciudadanos, deberíamos, como país, invertir mucho dinero construyendo en todos los departamentos y provincias Casas de la Literatura como la que ha existido en Lima.

Hoy reconocemos que las décadas de crecimiento económico sirvieron muy poco para comenzar a resolver los grandes problemas nacionales. Hoy no tenemos ni salud, ni seguridad ciudadana, ni educación de buena calidad. Ese ingenuo y celebrado crecimiento económico tampoco sirvió para generar empleos dignos, sino para explotar más a la población y precarizar todas las relaciones laborales. No solo se trata, como creen algunos, de un problema de mala gestión del Estado, sino de una ideología y una lógica puramente mercantil que exacerba el individualismo, degrada toda idea de comunidad, solo atiende a los que triunfan y que, en su puro pragmatismo, ha dejado de leer, de proponer algo diferente y de ir más allá de lo conocido.

El arte y la literatura son una apuesta por lo desconocido, vale decir, una apuesta para imaginar otras posibilidades de la realidad, para hacer aflorar sus latencias, para no aceptar la inercia que imponen los grupos de poder, para comenzar a neutralizar el statu quo. El arte, al proponer empatía con lo distinto, contribuye a recomponer ese vínculo social cada vez más deteriorado. El problema no es que nuestras autoridades no sepan quién es Jorge Eduardo Eielson y que hayan perdido toda capacidad de llorar en el teatro (Vallejo dixit). El problema no es que no lean poesía y que no hayan ido a ver la impresionante muestra de Nereida Apaza. No hay virtud en el saber ni culpa en el no saber. El verdadero problema no es el desconocimiento, sino el desinterés. Son los centros culturales, como la Casa de la Literatura, los que, por el contrario, activan en los ciudadanos el interés por lo nuevo, por lo otro y por lo diferente. Es eso justamente lo que tenemos que defender en estos días en que una cultura de la censura y la mafia se refuerza cada día en la gestión pública. No podemos claudicar en propagar el inestimable valor del arte contra esa barbarie que hoy sigue tomando toda la vida nacional.

PD: Mi solidaridad -y la de miles hoy- con Juan Acevedo y con todos los trabajadores, ya acosados, de la Casa de la Literatura Peruana.