El fantasma de la estanflación recorre el mundo
Alejandro Narváez Liceras
La historia económica nos enseña que hay dos grandes traumas del siglo XX que pesan todavía hoy sobre los todopoderosos bancos centrales: la Gran Depresión de 1929 y la Gran Inflación de los años 70. Los historiadores relatan cómo el Banco Central de los Estados Unidos (FED, por sus siglas en inglés) contribuyó en 1929 a uno de los mayores desastres de todos los tiempos al subir las tasas de interés y restringir la liquidez del mercado en pleno derrumbe económico. También se sabe cómo en los 70 en medio de la crisis del petróleo los bancos centrales no supieron que hacer durante 10 años. Se mantuvieron en el dilema: parar la economía y enfriarla o dejarla para que la inflación amaine sola. Han pasado más de cuatro décadas, sin embargo, los bancos centrales han aprendido muy poco. Ante la pandemia respondieron con excesos de oferta monetaria; y frente a la inflación desbocada que hoy vivimos, no tienen muy claro que camino seguir.
Hemos visto como la FED acaba de subir la tasa de interés de referencia en 0.25%, por primera vez desde el 2018, una decisión que significa encarecer el precio de las hipotecas, de los préstamos, y significa también echar el freno de mano al gasto de las familias, al gasto de las empresas. En suma, significa echar el freno de mano a la economía. El BCE, el Banco de Japón y otros, siguen sin mover fichas, esperando en qué dirección soplan los vientos de la inflación. En cambio, los bancos centrales de América Latina, ya desde el 2021, han seguido una loca carrera de subir tasas, sin medir las consecuencias en economías que aún no se habían recuperado de la dura crisis causada por la pandemia.
En Estados Unidos, la tasa de interés estuvo durante mucho tiempo en el rango de 0% y 0.25% antes de la reciente decisión de la FED. Con esta medida se acabó eso del dinero gratis. ¿Por qué lo hizo? Para frenar la inflación o subida de precios. Como se sabe, si el dinero es barato, entra más dinero a la economía y cuando hay mucho de algo, ese algo pierde valor. Con el dinero ocurre lo mismo, es al menos, lo que nos dice la teoría económica. La inflación en Estados Unidos a febrero de 2022 estuvo en 7.9%, por tanto, la medida tomada sería la mejor decisión posible para hacer frente a los meses que vienen. Sin embargo, lo grave no es esta decisión, sino, el anuncio de que esta subida sería la primera de 6 aumentos previstos hasta fin de año.
¿Hemos vuelto a la crisis de los años 70?
A pesar de lo que nieguen las autoridades económicas, resulta que hemos vuelto a los años 70. Por aquel entonces se vivía el mismo dilema de hoy: subir la tasa de interés parar enfriar la economía o dejarla hasta que los precios bajaran por si solos. En aquellos años también se vivían periodos de guerra cuyo escenario era Vietnam. Pero en aquella ocasión los que bombardeaban y lanzaban misiles no eran los rusos, sino los norteamericanos. El costo millonario de aquella guerra y los programas sociales de la “Gran Sociedad” del presidente Lyndon Johnson (1963 - 1969), dispararon el gasto público de una manera brutal y con ello, la inflación a finales de los años 60, hacía estragos en el poder adquisitivo de la gente.
En esos años, el virus de la inflación se había extendió rápidamente por todo el mundo. Y, en 1973 llegó la crisis energética, cuando la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo, decidió no exportar más petróleo a los países de occidente que habían apoyado a Israel en la guerra árabe – israelí (guerra del Ramadán). Desde entonces, el precio el petróleo se disparó por falta de oferta. Y cuando sube el petróleo sube todo. La inflación en el mundo entero estaba desbocada. En ese momento la duda de los bancos centrales era, esperar que la economía y los precios se ajustaran solos o subir las tasas de interés para frenar esa auténtica locura. Demasiado parecido al actual, es decir, los precios disparados y el crecimiento estancado. Como dije antes, aquella indecisión, duró cerca de 10 años.
En 1979, el presidente Jimmy Carter (1977 - 1981) nombró como gobernador de la FED a Paul Volker, cuya misión era combatir la inflación galopante. Cuando asumió la dirección del banco, la tasa de interés estuvo en 10% y a finales de ese mismo año aumentó a 17%. Aplicando una política monetaria estrictamente restrictiva, logró que la inflación de 14.8% en 1980 se redujera a 1% en 1986, llegando en 1982 a un máximo del 20%. La subida de precios se cortó de cuajo, sin embargo, la economía real se frenó en seco y el desempleo subió al 7%. Esa actuación se replicó en todo el mundo y con ello se consiguió cierta estabilidad. Conviene no olvidar, que las medidas adoptadas por Volcker se convirtieron en elemento central de una nueva política económica de corte radicalmente conservador, que encontró en Ronald Reagan y Margaret Teatcher sus adalides políticos.
El dilema: inflación o estancamiento
Ante la crisis actual aparece nuevamente el dilema: subir las tasas de interés y frenar la economía o dejar que transcurra el tiempo y ver qué pasa con los precios. Hemos vuelto al mismo dilema, hemos vuelto a los años 70 y 80. En aquella época se definió por primera vez en la historia el concepto de estanflación: estancamiento de la economía con inflación. Si ahora estamos en el mismo agujero, deberíamos analizar bien si lo que se hizo en aquellos años fue útil y certero o si causó más daño a la larga. La historia enseña y es bueno tenerla en cuenta.
Por otro lado, la crisis actual no tiene nada que ver con la de 2008. Aquella fue financiera, es decir, se produjo una caída de la demanda, por lo que no se generó inflación y permitió a los bancos centrales bajar las tasas de interés y comprar deudas. Pero ahora estamos ante una crisis de oferta como la crisis petrolera de 1973 y 1979, es decir, al producirse inflación no se puede bajar más las tasas de interés o comprar más deuda. Las crisis financieras se producen por que el crecimiento de la demanda depende del crecimiento del endeudamiento, y cuando se corta el crédito, la demanda se reduce, lo que provoca una caída de la actividad económica.
Las crisis de tipo energético se producen porque hay un conflicto que hace subir el precio de todo, lo que causa una reducción del PBI y una subida de la inflación. Por tanto, las crisis producidas por incremento de precios de la energía son peores que las financieras. Esta es peor que la del 2008, ya que no permite las políticas de estímulo de la demanda fiscal o monetaria. Como es lógico, estimulando la demanda lo único que consigues es más inflación.
La inflación derrite nuestro dinero
Antes que nada, hay que advertir que inflación y el Índice de Precios al Consumo (IPC), si bien, son indicadores de precios no son lo mismo, aunque los medios no duden en hablar de ambas cosas como si fuesen iguales. Mientras la inflación es una subida generalizada de precios de bienes y servicios en una economía, el IPC mide la evolución de precios de una canasta de productos seleccionado a-priori. En otro artículo profundizaré más sobre este tema, por su importancia en el debate de política económica.
La inflación actúa como una suerte de impuesto silencioso de los pobres, que carcome el poder adquisitivo de los ingresos de los trabajadores y jubilados, reduce el valor real de los ahorros y se extiende a todas las ramas de la actividad económica, por lo que su factura en términos de competitividad y empleo constituye una amenaza que obliga combatirla. Pese a las dificultades que entraña luchar contra este fenómeno, cuyas causas son heterogéneas y escapan en parte a la capacidad de actuación de los gobiernos, el combate contra el aumento generalizado y continuo de precios, reviste particular importancia.
Después de varios meses de diagnósticos fallidos sobre la naturaleza y gravedad de la inflación y su evolución, tanto por los bancos centrales, como por los distintos gobiernos, la realidad se ha impuesto con toda su crudeza. Primero, la inflación actual nos es coyuntural, es permanente. Segundo, la guerra Rusia - Ucrania no es la causa principal de este fenómeno, en todo caso, actúa como un acelerador de precios. Y, tercero, asistimos a una nueva crisis alimentaria, debido a una galopante subida de precios por razones de oferta, principalmente.
Reflexiones finales
El rodillo inflacionista avanza implacable en el mundo entero, escalando a cuotas inéditas en algunos países. El impacto negativo para la población en general es enorme, pero sobre todo para los más pobres. Las medidas adoptadas por los bancos centrales como la subida de tasas de interés son insuficientes en la lucha contra la inflación. El problema es global y vemos severos recortes en las previsiones de crecimiento económico en todas partes y alzas espectaculares en previsiones de inflación. Vamos inexorablemente camino a la estanflación, digan lo que digan, y podemos acabar en una fuerte recesión a medio plazo si no se toman medidas imaginativas y certeras.
Los bancos centrales (incluido el BCR de Perú) están volcados a combatir la inflación, abandonando el crecimiento económico. En un escenario de inflación causada principalmente por la oferta, medidas como la subida de tasas de interés, tiene alcances limitados. Enfría la economía y genera más desempleo, siendo en el caso peruano el principal problema la falta de trabajo. En el Perú esta nueva crisis, nos coge sin herramientas efectivas para amortiguarla. La subida alocada de tasas del BCR desde agosto de 2021, a un ritmo del 0.5% mensual, no ha logrado detener el aumento de precios. La inflación sigue aumentando y la actividad económica se va estancando. Complicado, por tanto, escapar de la estanflación (véase el Informe Semanal del BCR del 7 de abril 2022).
El escenario actual es que la pandemia no ha desaparecido. Tampoco se sabe cuánto puede durar la guerra, ni por cuanto tiempo se prolongará las sanciones a Rusia una vez termine. Los precios no volverán a los niveles de antes de la guerra por mucho tiempo, y quizás nunca vuelvan y no hay soluciones mágicas que no impliquen sacrificio.
Finalmente, considero que el país necesita con urgencia un Plan Nacional de respuesta a las consecuencias económicas y sociales de la nueva crisis, que contemple un conjunto de medidas de corto y mediano plazo. La reducción temporal del ISC de los combustibles y posibles ajustes del IGV de algunos productos de la canasta básica son insuficientes porque no resuelven los problemas de fondo: el hambre, la pobreza y el desempleo. Son ineficientes en términos del uso de recursos del Estado porque beneficia a todos por igual, cuando los que más necesitan son los pobres. Tampoco no está claro, si esos ajustes serán trasladados al consumidor final.