El fantasma de la inflación amenaza el mundo
Alejandro Narváez Liceras*
El fuerte aumento de los precios desde la primavera pasada en las distintas economías del mundo, comienza a preocupar cada vez más a gobiernos, instituciones y organismos internacionales. Pese a que los responsables de política monetaria continúan, de momento, calificando dicho aumento como coyuntural, hay más voces y también más datos objetivos para cuestionar los fundamentos de ese diagnóstico.
En Estados Unidos la inflación subió en octubre pasado hasta el 6.2% en tasa interanual, su peor dato de los últimos 30 años. Entre tanto, el llamado índice de precios subyacente, o inflación dura, que excluye las categorías a menudo más volátiles de alimentos y energía, subió un 4.6% con respecto al año anterior. Dicho dato publicado el 10 de noviembre último es también el mayor aumento desde 1991, según la Oficina de Estadísticas Laborales. En Alemania, los precios han subido un 4.5%, en este caso el nivel más alto desde agosto de 1993. En España, la tasa de inflación alcanzó un 5.5%, un valor desconocido desde hace tres décadas. El fenómeno es parecido a otras economías de la Unión Europea. En el otro extremo del planeta, China vive la mayor subida de la historia en sus precios industriales, que se han disparado hasta el 13.5% interanual. Mientras que, en América Latina, la situación no es mejor, con Argentina a la cabeza, cuya inflación anualizada a octubre marca un 52.5%, Perú 6.13%, Chile 6% y Colombia 4.8%. En suma, la inflación así de alta es un virus que acecha el mundo. Todos están infectados en mayor o menor grado.
Entre tanto, la Reserva Federal (FED, banco central de Estados Unidos) afronta el reto del tapering, es decir, la retirada progresiva de los estímulos monetarios que han apuntalado hasta ahora la economía Norteamérica, y más concretamente, se trata del inicio de la reducción de su programa de compra de activos por 120,000 millones de dólares, a un ritmo mensual de 15,000 millones a partir de este mes. Por su parte, la economía más grande de Europa, Alemania, reclama al Banco Central Europeo (BCE): prevención, lo que se traduce en diseñar una estrategia de normalización de la política monetaria ultraexpansiva de los últimos años, que envíe señales a las economías y los mercados sobre el camino a seguir en caso de que la inflación haya vuelto para quedarse. En América Latina, algunos bancos centrales han comenzado a subir sus tasas de interés referenciales, entre ellos, México, Brasil, Chile, Colombia y Perú.
La combinación del encarecimiento de la energía, la crisis de las materias primas, el atasco mundial de los suministros y la fuerte recuperación de una demanda embalsada desde los inicios de 2020, permiten explicar en parte la actual curva de la inflación. No existen garantías de que esa suerte de tormenta perfecta vaya a desaparecer en poco tiempo. Por el contrario, es posible que el virus de la inflación termine contagiando a todas las economías del mundo, aun con más virulencia. De persistir el aumento de precios en los niveles de octubre, los hogares más pobres, principalmente, se enfrentarán a un mayor recorte del poder de compra de sus exiguos ingresos que restarían vigor a la demanda en el próximo año. Y para completar ese posible escenario, los bancos centrales endurecerán sus políticas monetarias, encareciendo el costo al que se financian los distintos agentes económicos (Estado, empresas, familias) con las consecuencias que ello implica.
¿Inflación temporal o transitoria?
Uno de los grandes debates económicos del momento a escala planetaria, se resume en la pregunta ¿hasta cuándo durará la alta inflación? La respuesta enfrenta dos formas de pensar: la primera, encabezada por el BCE y la FED, aseguran que se trata de un fenómeno transitorio que responde básicamente a que los niveles de precios se miran en el espejo del año 2020, cuando el consumo se desplomó por las restricciones causadas por la pandemia.
Efectivamente, podría ser transitoria porque la oferta y demanda se irán ajustando. En el lado de la demanda ya no habrá la ayuda de los gobiernos sobre todo en las principales economías, y por el lado de la oferta, se irá también normalizando cuando la pandemia no sea una amenaza y no suponga más restricciones. Sin embargo, los últimos rebrotes del virus con variantes másletales en Austria, Portugal, Alemania, China, entre otros, parece indicar que estaríamos lejos de que el coronavirus nos abandone pronto. En cualquier caso, los precios podrían moderarse recién en el segundo semestre de 2022 y ello dependerá de cómo enfrentan los gobiernos a la pandemia en los próximos meses.
Por su parte, los más ortodoxos, los llamados halcones, advierten de los peligros de una espiral inflacionista si las alzas de precios se trasladan a los salarios y a otros productos, generando un círculo vicioso que se retroalimente. Entre los más ortodoxos hay también instituciones como el Banco de Canadá, que está acelerando su retirada de estímulos monetarios tras advertir recientemente que la inflación podría no desvanecerse tan rápido, como se esperaba.
Los efectos colaterales de la inflación
La inflación, supone un lastre para la recuperación en marcha de la economía mundial y sus efectos colaterales son diversos de mantenerse en el tiempo.
Salarios. El poder de compra de un sueldo de 930 soles mensuales (el actual sueldo mínimo en Perú) no es igual ahora que hace 12 meses. Con el precio de la gasolina y del gas por las nubes debido al alza del petróleo y el precio de los alimentos desbocado, el margen de gasto y ahorro (si lo hubiera) es menor para los que lo perciben. Pero la inflación también está minando la capacidad de compra de familias con ingresos más elevados.
Uno de los efectos más devastadores del coronavirus fue precisamente el desempleo. Según el último estudio económico de la CEPAL de octubre 2021, la tasa de desempleo en el 2020 alcanzo el 10.5% en América Latina y el Caribe (ALC). Al respecto, el economista Arthur Okun, es uno de los que más y mejor ha estudiado la relación entre el PBI y el desempleo, y creó el índice de miseria, que es la suma de la tasa de desempleo y la de inflación.
Consumo. Si las familias destinan cada vez más dinero a la factura de la gasolina, el gas, o hacer la compra de alimentos en el supermercado, las cuentas de ahorro adelgazan, y el poder adquisitivo disminuye, lo cual puede reducir el consumo. El consumo en el Perú en lo que va de este año está muy bien por la mejora de la confianza y el ahorro embalsado en el 2020. Sin embargo, tan pronto se acaben los ahorros y los ingresos suban a menor velocidad que los precios o sigan estancados, como en el sector público, ese desequilibrio puede ser nocivo para el consumo.
Competitividad. Una fábrica que consume insumos importados y paga más por la energía que consume es menos rentable, a no ser que traslade a sus productos tales aumentos, y entonces serían otras empresas o los consumidores los que asumirían el costo. Pero en plena globalización, subir el precio ni siquiera es garantía de que se mantendrán los márgenes de rentabilidad esperados. La competitividad es feroz y los clientes pueden optar por otras opciones más baratas procedentes de países donde los costos de producción son menores o los impuestos más bajos.
Política monetaria. Los bancos centrales de todo el mundo están retocando sus objetivos de política monetaria y ahora toleran tasas de inflación superiores al 2%. Todos insisten en que la subida de precios es un fenómeno transitorio, alentado por un cúmulo de factores que van más allá de los precios de la energía, como los problemas en las cadenas de suministros, los ingentes paquetes de estímulo público inyectados a la economía y la enorme demanda propiciada por el ahorro y las ayudas públicas. Sin embargo, los sectores más ortodoxos de los bancos centrales toman posiciones y elevan la presión para mover ficha de tasas de interés y reducir los estímulos monetarios.
Deuda pública. Es de reconocer, no todos los efectos de la inflación son negativos. La inflación favorece más a los deudores que a los acreedores. Y hace que la deuda pública y privada se digiera mejor. Perú es uno de los países menos endeudados de América Latina, con una deuda pública actual de 34.9% del PBI. Cuando aumenta la inflación, también se eleva la recaudación del Estado y ayuda al PBI a crecer, con lo que baja el porcentaje de deuda en relación al tamaño de la economía.
Finalmente, si la situación ideal, aunque difícil de lograr, es el crecimiento de la economía, con un aumento moderado de los precios, lo peor que puede pasar es una caída de la producción con un rápido aumento de los precios. Y lo peor, tiene nombre: estanflación, estancamiento de la economía con alta inflación. Como advierten muchos analistas, puede darse este fenómeno cuando las mismas causas que produce la inflación son las que frenan la producción. Para el caso conviene recordar y sacar lecciones de la crisis del petróleo de 1973 y 1974
* es Profesor Principal de Economía Financiera de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.