Chile: abrir o cerrar las alamedas constituyentes
Laura Arroyo Garate
Tal vez no sea casual que un 19 de diciembre en 1941 Adolf Hitler asumiera el mando supremo de las fuerzas armadas alemanas y que años después, también un 19 de diciembre, Charles de Gaulle, quien dirigió la resistencia francesa contra los nazis, fuera reelegido presidente. Tal vez no sea casual tampoco que, en 2003, un 19 de diciembre, Cienciano del Cusco se coronara campeón de la Copa Sudamericana y nos enorgulleciera no tanto por su nacionalidad, como por lo que significó este triunfo antes popular que solo futbolístico con aroma a “fuera de la capital” y a plurinacionalidad. A veces las efemérides nos brindan guiños y otras cuantas, alertas. Pienso en ello cuando miro el escenario político chileno tras las elecciones de ayer y en la segunda vuelta que se disputará en el país vecino este próximo 19 de diciembre.
Para un Perú que acaba de (sobre)vivir unas elecciones feroces y que padece aún las resacas de un periodo electoral que ha quebrado los consensos ya precarios que sostenían nuestra frágil democracia, el escenario chileno nos resulta familiar. Y algo de familiar tiene, sin duda. No en vano Chile y Perú hemos sido tildados de manera similar: el oasis latinoamericano y el milagro latinoamericano, respectivamente. El modelo económico, la dictadura (Pinochet y Fujimori) perpetuada en una Carta Magna que sigue vigente y la sucesión de gobiernos antes de conciliación moderada con el sistema, que de cambio de las estructuras pese a las desigualdades sociales que generan, son herencias compartidas.
Podemos prever ya que los poderes económicos chilenos se plegarán al unísono a la candidatura del ultraderechista José Antonio Kast como ocurrió en Perú con Keiko Fujimori. Podemos prever también a los poderes mediáticos renunciando a la ética y a la responsabilidad periodísticas asumiendo como propio el discurso del candidato que ayer se ha convertido en el candidato del statu quo y, por tanto, de conservadores, liberales, empresarios, aristócratas, etc. Dicho en simple, podemos prever ya las portadas y las horas en televisión y radio dedicadas a que Gabriel Boric sea asociado con el demonio.
Sí, la melodía nos resulta familiar. Pero hay un detalle que marca una particularidad importante en Chile. Una diferencia clave: la redacción de una nueva constitución que ponga punto final a la constitución de la dictadura pinochetista está en marcha. Y está en marcha porque la ciudadanía chilena consiguió que así fuera. Está en marcha y en proceso porque los y las chilenas votaron mayoritariamente por una nueva Constitución democrática y hoy, en la segunda vuelta chilena que acaba de empezar, votar a la ultraderecha de Kast no sólo supone un drama por lo que significaría tener en América Latina (y de vecino) a otro Bolsonaro, sino porque supone quitarle la victoria alcanzada al pueblo chileno. En otras palabras, no están en disputa la izquierda y la derecha, o el conservadurismo versus el liberalismo, o las élites versus el pueblo únicamente. Lo que está en disputa es la democracia: ¿Cumplir o no cumplir con el mandato del país que fue el de una nueva constitución? Esa es la pregunta de esta segunda vuelta que es desde ya una elección constituyente.
En Perú hemos visto todas las vías por las que los grupos de poder intentan revertir las decisiones populares. Hemos visto cómo todas sus armas están dirigidas a deslegitimar al Gobierno de Castillo, impulsar pedidos de vacancia y, en algunos casos más extremos, continuar la arremetida ofensiva utilizando un fraude que nunca existió. Lo que veremos en Chile irá en el mismo camino, pero con un objetivo específico: evitar que una nueva Constitución sea una realidad. Da igual que las urnas ya hayan hablado en 2020 y así lo hayan exigido. Da igual que las movilizaciones ciudadanas en Chile dieran la vuelta al mundo. Sabemos por experiencia propia lo que hacen los poderes cuando no ganan en los votos y mientras la nueva Constitución no esté redactada y refrendada por la ciudadanía, los intentos por neutralizarla serán sonoros y evidentes. José Antonio Kast es, ahora mismo, la carta de los poderes para ello.
Ya durante el proceso del plebiscito vimos a los poderes desplegando distintas versiones del mismo marco narrativo: la Constitución de Pinochet no es la constitución de la dictadura, sino la que nos ha permitido el crecimiento y estabilidad económica. Esto en Perú también nos resulta familiar pues lo oímos día sí y día también en la prensa capitalina que nos repite como mantra que el problema con Castillo es que está a favor de un cambio de la Constitución. Como si fuera un pecado tener una opinión política sobre un tema tan neurálgico en nuestro país o, peor aún, como si tras la pandemia no fuera un sentido común que hay que replantear cosas de fondo en nuestro pacto entre ciudadanos y ciudadanas.
En Chile, la politización de una juventud pujante gatilló el proceso al que se ha sumado la mayoría del país. La pandemia no detuvo el ánimo constituyente, sino que confirmó su urgencia. El resultado del plebiscito lo evidencia y la composición de la Convención Constituyente también. Los grandes derrotados fueron los partidos tradicionales, entre otras cosas, porque la ciudadanía percibe a quienes se turnaron en el poder (la centroizquierda y la derecha) como cómplices del sistema y el modelo antes que como posibles actores de un cambio demandado. Y no les falta razón. Por ello, así como podemos anticipar los paneles en contra del “comunismo” en las avenidas principales de Santiago, toca afinar la lectura para identificar lo que verdaderamente está en juego en el país vecino.
Esta segunda vuelta será en realidad un segundo movimiento por parte de las élites chilenas para revocar en este proceso lo que un país decidió en 2020. Ya se sabe que José Antonio Kast tiene la intención de cerrar el impulso de un país expresado en la Convención Constituyente evitando que la Constitución que nazca de este espacio sea refrendada por el país. Si un presidente nostálgico del pinochetismo, defensor de esa Constitución, que, apuesta por reducir el papel del Estado, acabar con el Ministerio de la Mujer, poner una valla para evitar que ingresen inmigrantes a Chile y otras perlas, asume la Presidencia chilena ya podemos anticipar que la Nueva Constitución no verá la luz.
Y por eso este 19 de diciembre los y las chilenas no tienen en frente una disputa entre dos candidatos, sino una disputa entre la defensa de la democracia y la voluntad popular frente a quien disfraza de “libertad” un autoritarismo conservador que, lamentablemente, resuena en todo el mundo y no sólo en Chile. No son elecciones normales y no se elige a un presidente. Chile, nuestro vecino del sur, decidirá si se abren o no las alamedas constituyentes. Es un deber de cualquier demócrata, del espectro ideológico que sea, saber de qué lado de la historia toca ponerse.