Los de las afueras
Rudio Ventura
Sí pues, hay que haber trabajado en el campo, o trabajar en él, para saber lo que es eso y no correr el riesgo de volverse un populista, un caviar, un terruco o un comunista chavista.¿O capaz el que escribe esto es ya uno de ellos...no?... eso alegarían algunos para ignorar lo que dice:
Rudio Ventura en Ica…
Yo soy el que protesta.
Yo he quemado la llanta al medio de la pista. Yo soy el que ha cargado piedras enormes, entre tres o cuatro personas, para llevarlo a la panamericana.
Yo soy el que no deja pasar tu camioneta cuatro por cuatro.
Yo he destruido las mamparas y las casetas en los fundos.
Yo soy el que grita enfurecido.
Yo soy un obrero de campo.
No voy a esconderme esta vez.
Vengo desde las afuera de Ica. Las afueras tienen varios nombres. Miles de nombres.
Pero, puedes llamarnos simplemente como Los de las afueras. Es más fácil. En estos pueblos no hay río que cruce. No hay alameda.
Los niños hunden sus piececitos descalzos en el arenal que hierve. El agua se compra en baldes. El sol es gratis.
Yo soy el que protesta.
No es revolución. Es hartazgo. La revolución se organiza con movimientos marxistas. Con oradores. Con citas de pensadores. Se escriben manifiestos bien redactados.
Lo nuestro es distinto. Es un hartazgo. Nos hemos juntado en el Cruce y mientras esperábamos los buses alguien preguntó ¿Cuándo se va acabar esto?, ¿Cuál esto? Le dijo otro. ¿Esto de la ley de agroexportadoras? Nunca, le dijeron otros dos. Y luego por todos lados se alzaron las voces, pero todos llegaron a la misma conclusión: Nunca.
Entonces hablé.
Mi madre murió a los 50 años. Ella era obrera de campo. Cada vez que llegaba a la casa en Las afueras, escuchaba su queja, su llanto, su resignación. Se rascaba sus manos hasta hacerse llagas porque el insecticida que echaban en la plantación era muy fuerte.
Perdió la vista por los hongos que echaban en la cebolla. La llevaban en camiones hacia los fundos por tres o cuatro horas. Trabajaba doce horas de pie. No tenía vacaciones. Seguro de salud. Ni beneficios. Su cuerpo era un palito de fosforo que se arqueaba mientras el fuego le bajaba lentamente. Ya murió. Yo tomé su lugar.
Me hice la misma pregunta ¿Cuándo se va acabar todo esto?
Le pedimos por favor…
El capataz nos insulta. Nos llama vagos si levantamos el cuerpo para suspender el dolor de estar agachados tantas horas.
Le dijimos que compre sombreros con protector solar, porque en las noches la cabeza duele y parece que va reventar. Le pedimos uniformes. Le solicitamos que no usen insecticidas que nos arde en los ojos y nos abre heridas en las manos. Le pedimos una botellita de agua para beber. Le pedimos vacaciones por 30 días al año. Le pedimos CTS, aguinaldos…
Estamos hartos…
Hoy he ido al fundo muy temprano. El capataz me vio protestando y me anotó en su cuaderno de sanción. Yo seguía gritando. Me anotó otra vez. Y otros también gritaron. Y otros también.
El capataz ya no pudo anotar porque la voz tenía mil cabezas.
Entonces el hartazgo y la indignación había empezado.
Somos tan pobres que solo teníamos trabajo y una esperanza, de justicia social.
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