Divide y vencerás
Alejandra Dinegro Martínez
Las mentiras hay que entenderlas en su contexto. Considero importante responder de manera ciudadana, y sobretodo política, a uno de los principales candidatos a la Alcaldía de Lima, que pretende ser protagonista en las encuestas y calar en las emociones de limeños y limeñas, en base a un discurso confrontacional y manipulador.
Les confieso que no es fácil tener una postura que difiera de la sintomatología nacional -que sin duda- se ha visto seducida por la performance de Ricardo Belmont. Sin embargo, debemos poner un alto a todo el circo armado en medio de una campaña electoral que debería ser la oportunidad perfecta para ir botando a payasos, corruptos y mentirosos.
Hasta hace un par de meses, la agenda nacional, la pusimos nosotros: la ciudadanía movilizada. La Corte Nacional de la Magistratura era el centro de atención. Se le señalaba como el foco más grave de manifestación de la corrupción en nuestro precario sistema de justicia. Coimas, arreglos, y las vergonzosas negociaciones para reducir penas en favor de violadores, nos colmó la paciencia, o al menos eso creímos algunos entusiastas.
La indignación popular se vio alentada por las previas marchas que se organizaron bajo la consigna del cierre del Congreso y de que se vayan todos los corruptos que movilizaron al país entero y a peruanos en el extranjero. Fue tanto el escándalo, que ello motivó que el propio discurso del presidente Vizcarra -por fiestas patrias- se centrara en tratar de resolver el enorme escándalo, de algún modo.
En medio de una crisis de régimen a cuestas -tras el proceso de vacancia a PPK- el Perú ya vivía tiempos difíciles: aumento del desempleo, aumento de la delincuencia, aumento de la anemia infantil y por supuesto, una crisis que afectaba a los bolsillos de los más pobres pero no al de los banqueros y grandes empresarios, quienes vieron, más bien, la oportunidad para evitar “riesgos financieros”.
Ya nos vienen robando descarada e históricamente. La pretensión de consolidar al mismo modelo explotador, lobista, primario-exportador, de rodillas a Estados Unidos, el paraíso de la mano de obra barata y ante un pacto de impunidad entre el oficialismo y el Fujimorismo, la única vía de expresión de la ciudadanía era la indignación.
Nos cambiaron el chip. No se tomó en cuenta, el factor "inmigrante" cuya llegada agudiza la situación de los sectores más pobres y vulnerables ante una crisis que arrastramos desde PPK. ¿Quienes sufren más con esta situación? Los más pobres, efectivamente. El desempleo y el comercio ambulatorio eran una triste realidad antes que los venezolanos llegaran, una realidad sobre la cual muchos no conocen en carne propia. Si la situación ya era un problema antes, imagínense cuál es la situación ahora.
Esa realidad laboral, del autoempleo, sub empleo, el desempleo y la informalidad, es la que debemos cambiar si queremos hacer respetar los derechos de nosotros mismos y así el del resto. Nadie debería estar en las esquinas o en los micros, tratando de vender algo. Ni ancianos, ni menores de edad, que se “comen” el frío o el calor, ante la vista y paciencia de quienes se resisten a emprender una reforma laboral, en serio.
Como todo gran problema, la solución debe ser de la misma intensidad. Tenemos un problema, lamentablemente, Ricardo Belmont lo planteó de la manera más brutal e irracional. Manipular la necesidad, la angustia, rabia y la emotividad de nuestros propios compatriotas, es de canallas. Utilizar a los inmigrantes para enfrentar "pobres contra pobres" es mucho más canalla.
El problema está planteado y aunque no querramos, es un tema parteaguas. El oportunismo electoral ha logrado provocar el chauvinismo exacerbado o la xenofobia que, por donde nos veamos, no forma parte de nuestra tradición, de nuestra cultura, ni de nuestras prácticas sociales.
Estamos ante un uso negligente y morboso de la situación de los inmigrantes como el vil de los pretextos para seguir perpetuando el mismo modelo clasista y de violencia estructural contra los más vulnerables: la corrupción sistemática de perpetuar el modelo del “buen trabajador”, aquel que no causa ni el más mínimo problema, el que no se queja y aguanta lo que toca y seguir manteniéndolo en su burbuja de la individualidad.
Que esta sea la ocasión perfecta para exigir mejores condiciones laborales, aumento del salario mínimo, mayor presupuesto para la fiscalización laboral, eliminación de todas las normas que atentan contra el trabajo como derecho y priorizan la flexibilización laboral, capacitaciones para los más jóvenes, incentivo de las negociaciones colectivas por ramas de actividad, respeto a la sindicalización y por supuesto, una ley General del Trabajo. Un piso común para todos.
Que no te manipulen, exige respeto pero sobretodo que no te mientan para que los mismos estafadores de siempre, vuelvan a acentuar un mismo círculo vicioso a costa de tus necesidades.
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