Trump y América Latina: de vuelta al laberinto de nuestra soledad
José F. Cornejo
Mucho se ha escrito ya sobre las razones detrás de la inesperada victoria de Donald Trump, un magnate demagogo y ultra conservador, y de lo que esto nos enseña sobre los profundos descontentos que corroen la actual sociedad norteamericana en donde el “American Dream” se ha metamorfoseado en una película de horror para millones de sus ciudadanos. Es este rechazo sonoro a los efectos perversos de la globalización neoliberal en el epicentro mismo del sistema mundial lo que debe llamar nuestra atención para tomar consciencia de la profundidad de los cambios que están ocurriendo en la escena mundial.
Los temas de política exterior no son los que deciden una campaña electoral, menos en los EE.UU. con una cultura popular tan provinciana, pero es innegable que los efectos del triunfo de Trump han resonado en todos los rincones del mundo. ¿Qué puede América Latina esperar de este nuevo gobierno? Para responder a esta pregunta tenemos primero que tomar un poco de distancia y situar este resultado en un contexto más amplio. Este contexto es el de la crisis sistémica de la gobernanza mundial bajo la hegemonía de los EE.UU. surgida luego de la 2da Guerra Mundial. La crisis financiera del 2008 puso fin no sólo a la idea de una “globalización color de rosa”, sino también a la hegemonía norteamericana sobre la economía mundial. Ingresamos en una fase de “fin de régimen” en donde el hegemón tradicional no puede seguir manejando a su gusto los asuntos mundiales, pero no surge un nuevo liderazgo y un nuevo orden que reemplace al anterior. Por ello, el desorden y la volatilidad que caracterizan la escena internacional nos parecen muchas veces como un pollo corriendo sin cabeza.
La respuesta de Trump a esta crisis geopolítica del hegemón es apostar a una salida aislacionista, que libere a los EE.UU. del desgaste económico que les está significando sus vanos esfuerzos por mantenerse como la potencia mundial incontestable. Esto no significa que su gobierno no defenderá férreamente sus intereses en el exterior y/o que será una “marioneta de Putin”. Lo que buscará su gobierno, desde una postura aislacionista, es renegociar un nuevo equilibrio internacional que permita recuperar la grandeza económica de los EE.UU. sin seguir cargando con los lastres de ser el hegemón en la escena mundial. Su apuesta por reconstruir la economía americana es lo que lo conduce a buscar un reacomodo con Rusia para respetar su esfera de influencia en Europa Oriental puesta en entredicho por la expansión desproporcionada de la OTAN y privilegiar la competencia económica con una China en modernización acelerada que amenaza en desplazar a los EE.UU. como primera potencia económica en un futuro próximo. Es en este gran marco de búsqueda de un reposicionamiento de los EE.UU. en el mundo que debemos entender los posibles escenarios que se le presentan a nuestra región bajo la presidencia de Donald Trump.
Subsisten muchas interrogantes por el momento para adentrarnos en mayores anticipaciones. Falta conocer su equipo de gobierno, cómo será su relación con el Congreso para llevar adelante algunas de sus reformas, qué resistencia encontrará de los poderosos sectores dominantes derrotados y, sobre todo, si Trump candidato será el mismo que el Trump presidente. De lo que sí debemos estar seguros es que Trump es, por encima de todo, un hombre que viene del mundo de los negocios y que todos los problemas que enfrente serán vistos bajo la lupa de “costo-beneficio”.
Pronósticos sombríos
Por más que le doy vuelta al asunto y, aunque Trump no haya contado con el apoyo de los sectores más intervencionistas del Partido Republicano, no puedo evitar de ver un futuro bastante complejo y sombrío para nuestra región. Con esto no quiero decir de ninguna manera que con una presidencia de Hillary Clinton nos hubiera ido mejor. Basta recordar el golpe en Honduras para saber cómo se comportó como Secretaria de Estado. Pero una mirada fría del juego geopolítico en curso nos hace prever que si Trump va a renegociar esferas de influencia con Rusia en Europa y en el Medio Oriente, defenderá a rajatabla América Latina como su tradicional “patio trasero”. Esta re-satelización de nuestra región a la hegemonía norteamericana se verá facilitada además porque nos agarra en un momento en que los intentos de integración regional soberana están descabezados, gracias a la “soft-diplomacy” de desestabilización de los gobiernos progresistas de Brasil y Argentina realizada por la administración Obama. Todo hace pensar que para abordar los problemas migratorios, comerciales, de seguridad y defensa que surgirán con la administración Trump, los gobiernos de la región privilegiarán la relación bilateral, buscando favores y excepciones a detrimento del vecino, más que recurrir a las instancias multilaterales como la CELAC y la UNASUR que están hoy en día completamente paralizadas. Desarticulados como región ingresamos en los reacomodos geopolíticos mundiales nuevamente entrampados en el laberinto de nuestras soledades.
Ante el frenazo de la globalización que se avecina, ya Obama dio por muerto el TPP y la Ministra de Comercio de la Unión Europea ha hecho lo mismo con el TTIP, nuestros gobiernos están más que desarmados. Más aún, su anunciado proteccionismo económico y las disputas comerciales con China previstas por el gobierno de Trump tendrán un impacto negativo en nuestras economías que en los pasados años se han vuelto demasiado dependientes del crecimiento económico del gigante asiático.
Finalmente, a pesar de lo expresado en su plan de gobierno de que su política exterior buscará poner fin a la estrategia de “cambio de régimen” de las pasadas administraciones, Trump hará lo mismo que Obama, que prometió el fin a la “Doctrina Monroe” pero continuó con la tradicional política injerencista y desestabilizadora de los gobiernos opuestos a los intereses americanos. Los cables desvelados por Wikileaks revelan como los diplomáticos americanos, contraviniendo la Convención de Viena, actúan descaradamente en los asuntos internos de los países de la región a todos los niveles para defender los intereses políticos y comerciales de su país. Cualquiera sea la administración en la Casa Blanca este ADN de la política exterior de los EE.UU. en nuestra región será inamovible.
Ingresamos pues en un mundo en plena recomposición en donde las grandes potencias saben los intereses que quieren defender, mientras la mayoría de nuestras élites regionales siguen soñando en el carácter bondadoso de la globalización y de la hegemonía de los EE.UU. para nuestros países. El despertar de este sueño será doloroso y sus consecuencias serán nefastas para el bienestar de nuestros pueblos.
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