Inútil despilfarro
Baldo Kresalja
Como muchos otros compatriotas, he practicado y soy aficionado a los deportes, y busco seguir por TV los grandes eventos deportivos, aunque en ellos no suelen estar presentes los peruanos. Escribo estas líneas para sumarme a la muy justificada pero escasa crítica que se hace en relación a la organización de los Juegos Panamericanos a celebrarse en Lima en el año 2019, más aun ahora que el Primer Ministro ha ratificado el interés y propósito de organizarlos. Al hacerlo ratifica lo consignado en el Plan de Gobierno de Peruanos por el Cambio (págs. 108 a 113), en el sentido que esa designación “constituye un compromiso de magnitud histórica” que “generara una oportunidad única de impulso a la actividad deportiva, turística y cultural en el Peru”, razón por la cual la colocan como Lineamiento Estratégico 3, “Los Juegos Panamericanos 2019 como prioridad nacional “.
Mi opinión es a contracorriente de la calificación anterior y además poco popular, pero quizá lo comenzará a ser cuando se conozcan las razones o motivos por los que debemos ¡ya! renunciar a organizar los Juegos Panamericanos. A las injustificadas demoras en la construcción de la infraestructura necesaria para el evento, una demostración de incompetencia y falta de compromiso, hay que sumar la altísima inversión (se habla de más de 1,000 millones de dólares) en instalaciones sin uso futuro garantizado, inversión que sin duda se incrementará, pues no habrá supervisión adecuada por el retraso y por la urgencia en terminar; inversión esa que debería estar destinada a mejores fines.
Un alto porcentaje de la población peruana y limeña no conoce las reglas de la mayoría de las especialidades deportivas que estarán presentes en los juegos, ni tiene interés en su desarrollo. Esa misma mayoría es ajena al esfuerzo y dedicación que debe efectuarse para tener presencia competitiva en los grandes eventos deportivos. La organización de un evento como los Panamericanos debe ser la culminación de un esfuerzo sostenido por décadas en la organización y práctica de muchas disciplinas deportivas, y en despertar el interés que la población debe tener por ellas. Ello implica tener una política de Estado y destinar importantes inversiones por largos periodos, como lo demuestra recientemente la actuación destacada de deportistas colombianos en las Olimpiadas de Rio. No se trata de lograr con el evento un frívolo entusiasmo pasajero, sino hacer posible un ambiente que favorezca y reconozca el esfuerzo deportivo y su conexión con la cultura; en otras palabras, no solo es un conjunto de acciones destinadas a superar records.
Es patético comprobar cómo se encuentra abandonada la pobre infraestructura construida para los pasados y mediocres Juegos Bolivarianos, así como la ausencia de profesores y técnicos nacionales en la mayoría de las especialidades deportivas. Como elementos coadyuvantes para tomar una decisión pueden agregarse sin error tanto un periodismo poco enterado de las reglas vigentes en muchas disciplinas, como una reiterada actuación internacional de nuestros deportistas que no genera entusiasmo, pues son muy pocos los casos de éxito.
A ello se suman dos factores a tener en cuenta. El nuevo gobierno ha informado que existe una disminución en la recaudación fiscal y que será necesario aumentar la presión tributaria para poder continuar e incrementar las inversiones en servicios públicos y en los programas sociales de ayuda a los más necesitados. Resulta en consecuencia injustificado hacer un gasto de gran magnitud para unos Juegos que no nos darán prestigio, enseñanzas ni triunfos, debiendo los asistentes o los televidentes comprobar que las medallas se las llevaran deportistas extranjeros bajo sus respectivas banderas nacionales. Ciertamente no se favorecerá la autoestima de esa manera en una joven población que persigue logros por méritos propios.
El otro factor tiene que ver con la falta de disposición de nuestra población por la actividad física y competitiva, la que debe estar siempre acompañada de dos factores ausentes en nuestra sociedad: confianza en el prójimo (o competidor) y valorización del “fair play” o “juego limpio”. En la conducta social predominante, cualesquiera sean las causas de que ello sea así, existe una ausencia de reconocimiento sobre la importancia de comportamientos éticos (recordar quien ha sido elegido por el nuevo Congreso como Presidente de la Comisión de Educación), y no existe respeto a las reglas diseñadas para una buena vida en común (recordar las numerosas papeletas sin pago de los transportistas). Por cierto, esas deficiencias podrán superarse en el futuro, pero para lograrlo se requiere unir esfuerzos en áreas tales como la educación y el civismo, y contar con el apoyo de los medios de comunicación, en especial de la televisión.
En un país con niños anémicos, y con servicios médicos deplorables, resulta un despilfarro inútil gastar millones para algo que dejará solo huellas pasajeras, y que no servirá para hacer comprender el inmenso esfuerzo que debe realizarse para formar el carácter necesario que permita afrontar con éxito los retos que nos plantea cualquier actividad competitiva, y por cierto no solo en el ámbito deportivo.
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