Del ollantismo al neoodriísmo
Alberto Adrianzén
El presidente Valentín Paniagua solía decir que para gobernar un país era necesario tener ideas. Quien no las tiene difícilmente puede gobernar bien. Luego de escuchar el último discurso del presidente Ollanta Humala este 28 de julio –porque el que sigue, como es costumbre, solo será uno simple, escueto, una despedida formal– ello queda totalmente confirmado.
Sin embargo, en honor a la verdad, también se podría decir que el presidente Humala las tuvo en un principio, pero que rápidamente abandonó esas ideas por otras, más bien, de talante neoliberal. El problema, por lo tanto, no es discutir si tiene o no tiene ideas sino más bien por qué las actuales no han funcionado si vemos las tasas de aprobación tanto de él, de sus ministros, de su gobierno y de la Primera Dama, Nadine Heredia, como también los conflictos sociales que crecen y el aumento de las demandas populares.
En realidad, ninguno de los dos últimos presidentes (Toledo y García) terminó bien su gobierno. Toledo, luego de su mandato, se tuvo que contentar con obtener cuatro parlamentarios. Algo similar sucedió con García. Además, ambos partidos (Perú Posible y el Apra) no presentaron candidatos presidenciales luego de sus respectivos gobiernos. A ello se suma que lo más probable, en verdad es casi un hecho, es que ni García ni Toledo pasen a una segunda vuelta en las próximas elecciones presidenciales. En este contexto no veo por qué al nacionalismo de Ollanta Humala y Nadine Heredia les podría ocurrir algo distinto.
El problema, por lo tanto, es otro: por qué las ideas, el discurso y el programa neoliberales que el presidente Humala decidió adoptar y desarrollar, con cuerpo y alma, no han funcionado, como tampoco funcionaron con los gobiernos anteriores en el sentido de lograr el respaldo popular. Es probable que tanto Humala, García y Toledo serán recordados como malos gobernantes en las próximas encuestas.
Ahora bien, es cierto también que no todo programa neoliberal está necesariamente condenado al fracaso político. Sin embargo, si se observa bien el giro progresista que se dio en la región –más allá de los graves problemas que hoy confrontan Brasil y Venezuela– se puede concluir que se construyó sobre el fracaso tanto político como económico del llamado Consenso de Washington, es decir, del programa neoliberal.
Una primera afirmación que se puede hacer respecto al fracaso neoliberal es que no logró crear una nueva rearticulación entre el Estado y la sociedad como sí sucedió en los viejos y mal llamados procesos “populistas”. La razón es que una nueva articulación entre Estado y Sociedad hubiese supuesto dos hechos que el propio neoliberalismo niega: ampliar la democracia y, también, ampliar los derechos sociales y económicos que siempre han sido los viejos reclamos de los ciudadanos y ciudadanas.
Una segunda afirmación es la capacidad que tienen las sociedades y algunos grupos políticos de crear nuevas representaciones electorales y políticas capaces de enfrentar al neoliberalismo. Eso ha pasado en Bolivia, Venezuela, Ecuador, Argentina, Brasil y Uruguay. Incluso se podría afirmar que en algunos países estas nuevas representaciones han logrado transferencias de gobierno institucionales, es decir, en la reelección del partido y no de líder como ha sucedido en Brasil, Uruguay y Argentina.
En el Perú nada de ello hemos tenido. El gobierno de Humala por su continuismo neoliberal no ha logrado una nueva y consistente articulación con la sociedad. Los programas sociales y las obras de las que tanto se ha ufanado el Presidente en su último discurso son políticas transitorias, sujetas por lo general a las rentas del Estado, y terminan siendo articulaciones temporales y no permanentes. Tampoco los partidos y los nuevos contingentes políticos han tenido la capacidad de crear nuevas representaciones políticas. No es extraño que 40% o más de los peruanos, según varias encuestas, no tengan aún candidato para el 2016.
Por eso no nos debe extrañar que la principal forma o manera que hoy tienen los gobernantes sea una suerte de neoodriísmo, que también se puede leer como neofujimorismo que combina las obras con un clientelismo social y político. Como se observa en su último discurso. En este contexto, las palabras sobran porque le podrían dar un nuevo sentido a la política y, también, al país.
En ese sentido no es que el Presidente no tenga ideas, las tiene. El problema es que están igualmente al servicio de una minoría como ha sucedido en los últimos 25 años, con la excepción de Valentín Paniagua que buscó fundar un nuevo ciclo democrático que hoy parece naufragar.
(*) Parlamentario Andino
Publicado en el Diario La República 30 de Julio
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