Mirar el país desde afuera
Alberto Adrianzén
Hay diversas formas de mirar el país. La mirada puede hacerse desde un sector social, más aún en un país como el nuestro, tan heterogéneo y al mismo tiempo tan desigual. También puede hacerse desde afuera, que es la de aquellos que un día decidieron partir para no volver. Se dice –y con mucha razón– que se puede protestar con los pies.
Eso sucedió en las décadas de los cincuenta y sesenta cuando cientos de miles de peruanos dejaron sus provincias para habitar en las grandes ciudades, especialmente en Lima. La migración interna de esos años no fue otra cosa que la expresión de la crisis definitiva de las viejas estructuras agrarias que ya no eran soportables para una inmensa mayoría de peruanos. Y también está la mirada de aquellos que partieron no a la capital sino a otro país. El migrante internacional. Irse a vivir a otro país es también una forma de protestar.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) entre 1930 y 2014 emigraron 3’672,392 compatriotas. Sin embargo, otro dato importante es que entre 1990 y 2014 emigraron 2’724,869 peruanos, es decir el 74% del total. Si se divide ese periodo podemos observar que en la década de los noventa (1990-1999) el promedio anual fue de 46,200, mientras que en la década pasada (2000-2009) el promedio anual prácticamente se triplicó llegando a un poco más de 137 mil peruanos. Y, en los últimos cinco años (2010-2014) dicho promedio descendió a un poco más de 89 mil peruanos. Pero el dato más importante es que entre los años 2004 y 2009 la salida de peruanos fue masiva. En el 2004 la emigración subió a más de 100 mil peruanos y el 2009 superó la barrera de los 200 mil. Ese año 222 mil peruanos y peruanas dejaron el país.
Vemos, pues, que los años de emigración masiva coinciden con los años de mayor crecimiento de nuestra economía. De ahí que se pueda concluir que en ese tiempo, paradójicamente, «mientras más crecemos más nos vamos». La pregunta es: ¿por qué? Según el INEI la principal razón de la emigración es laboral-económica: un 67.5% sale del país para mejorar su economía, por desempleo o por tener un contrato de trabajo. Otro dato importante es que el monto de las remesas, es decir el dinero que los peruanos que viven en el exterior envían a sus familiares y que en el 2014 ascendió a un poco más de 2 mil millones 600 mil dólares –2.6% del PIB–, se utilizó principalmente en alimentación, salud, educación y pago de alquileres.
Si bien se pueden añadir otros datos tales como la feminización de la emigración o que el 87% de los que se van tienen secundaria completa, todos ellos muestran, por un lado, que el crecimiento económico en el país es «bamba», para llamarlo de algún modo, es decir, no genera empleo digno y tampoco un ingreso suficiente al ser poco distributivo. El Perú es el segundo país en Sudamérica con el salario mínimo más bajo, ocupa los primeros lugares en trabajo infantil y un poco más del 10% de los trabajadores tiene un «trabajo digno» según criterios de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Y, por otro lado, destacan que el aporte de los peruanos en el exterior en la lucha contra la pobreza es más significativo de lo que uno piensa. Con toda seguridad se puede afirmar que sin esas remesas el número de pobres aumentaría en el país. Ello nos muestra a un Estado que es incapaz de satisfacer derechos básicos tales como la alimentación, salud y educación.
En realidad, los peruanos que se van lo hacen porque ni el país ni el Estado ni las elites les permiten construir un horizonte de vida que les garantice un mínimo de seguridad respecto de su futuro. Dicho en otros términos, se van porque viven en una sociedad que poco o nada les ofrece, salvo un mar de incertidumbre.
Algo parecido les sucede a los peruanos que se quedan en el país respecto de la política. A ellos tampoco ni la política ni los partidos les permiten visibilizar un horizonte que les asegure que el próximo gobierno será mejor. La política es como el país o, mejor dicho, la política es un reflejo del país, porque lo que ofrece, principalmente, es incertidumbre y muchas dudas.
En este contexto la siguiente pregunta que deberíamos hacernos es: si los que se van «protestan con los pies», ¿cómo protestarán en las próximas elecciones los que se quedan? Posiblemente lo harán aplicando lo que se conoce como un «voto de castigo» y construyendo una «representación espejo», es decir, al momento de la elección lo que primará será, como viene sucediendo en varias elecciones, la búsqueda por una identidad social antes que una política, alguien que les garantice, cuando menos en el plano virtual, una inclusión simbólica a un sistema político que le es totalmente ajeno a sus vidas. Una suerte de premio consuelo.
(*) Parlamentario Andino
Nota: Los datos se encuentran en La Migración internacional de peruanos, remesas y desarrollo. INEI. Lima, diciembre 2015.
Publicado en el Diario La República, 31 de diciembre 2015
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