Es mejor juntarse que unirse

Por: 

Alberto Adrianzén

Hace unos días planteé que la izquierda, antes que unirse, debería pensar más en la posibilidad de juntarse. Ambas palabras no son lo mismo. Unirse implica ir más allá que juntarse. En realidad, uno se junta para ver la probabilidad, más adelante, si se une o no. También para realizar tareas específicas. En política estas expresiones no son sinónimas. La unidad (política) implica una voluntad colectiva que tiene como objetivo que la suma de las partes cree algo muy distinto a las partes. Hoy esa oportunidad no existe.
 
Acaso con un ejemplo simple pueda explicarlo mejor. Cuando se quema una casa uno no se une para formar, primero, un cuerpo de bomberos para luego apagar el incendio.  Lo más probable es que llame a otras personas para que juntas intentemos resolver la emergencia. Creo que ese es el dilema de la izquierda. Hoy tiene al frente un incendio —llamémosle crisis— y hasta ahora no sabe cómo apagarlo porque intenta, una y otra vez, crear el cuerpo de bomberos.
 
La izquierda desde hace muchos años arrastra una profunda crisis y sus causas son bastante conocidas y debatidas. Sin embargo, no es la crisis y su falta de unidad lo que habría que destacar, sino más bien su incapacidad por no saber aprovechar las oportunidades que ha tenido y que le han impedido en todos estos años no solo renovarse sino también encontrar caminos de solución. En esta «larga marcha» el discurso que apela a la falta de unidad como explicación del retroceso ha sido, quizás, lo que no ha permitido ver esta suerte de enmascaramiento de la propia crisis. 
 
En las elecciones de 1995, cuando la Izquierda Unida de ese entonces obtuvo 1,5% de la votación, firmando lo que podría ser su acta de defunción, la crisis fue encubierta por la aparición, a los pocos años, de un importante movimiento antifujimorista que permitió el derrocamiento del dictador Alberto Fujimori. Y aunque la izquierda participó en la creación de ese movimiento su posterior papel y relevancia en la política fue menor. 
 
Sin embargo, la participación en el gobierno de transición de Valentín Paniagua, que incorporó a militantes que provenían de la izquierda, quienes ocuparon cargos importantes en ese periodo; como también en el de Alejandro Toledo en el cual, otra vez, militantes de izquierda tuvieron puestos significativos y con activa participación, le permitieron a esa izquierda mantenerse en el juego político. El problema fue que no se procesó un balance que le hubiese permitido potenciar esa presencia al tomar conciencia de su condición de minoría política. 
 
Por eso cuando la izquierda rompe con Toledo y, también, con el “paniaguismo” y se presenta en las elecciones de 2006 la crisis, cual fantasma, volvió a aparecer: ganó el APRA y la suma de sus tres candidatos alcanzó la insignificante cifra de 1,5%. En esa ocasión, Ollanta Humala con un discurso nacionalista y de izquierda ocupó el segundo lugar y, una vez más, la participación de izquierdistas en el humalismo operó como una suerte de salvavidas. Humala no procedía de la izquierda, lo que reflejaba la debilidad de ese sector, pero asumió las demandas y la representación de un electorado, digamos, no derechista.
 
El triunfo electoral de Ollanta Humala el 2011, proceso en el que sectores de la izquierda cumplieron un rol fundamental, así como la victoria municipal de Susana Villarán un año antes, fue la otra gran bocanada de oxígeno, al igual que la década pasada, que le permitió a la izquierda seguir con vida. Lo que demostraba la corrección de esas apuestas políticas a diferencia de lo que pensó en ese momento y piensa ahora un sector radical. 
 
Una vez rotas las relaciones entre el nacionalismo y la izquierda, derechizado el  humalismo, derrotada Susana Villarán en su intento reeleccionista, a lo que se suma el resurgimiento del fujimorismo, la izquierda no solo queda sola y aislada sino que vuelve a su condición de minoría.
 
Por eso creo que es mejor «juntarse» para «ser más» y defender un espacio izquierdista que la derecha quiere eliminar del mapa político en las próximas elecciones; también para reconocerse como una izquierda diversa; y, finalmente, para asumir que ser de izquierda es tener conciencia de que se vive en una sociedad dividida y desigual y que ello nos lleva a estar con un lado de la sociedad para representarla. Es en este proceso donde las izquierdas podrán encontrar el camino de una unidad basada en el pluralismo y en su propia diversidad.  Pero, para que ello sea posible, primero deberá «juntarse». 
 
(*) Parlamentario Andino

Publicado en el Diario La República, 05 de noviembre 2015

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