Marta Harnecker: Incansable educadora popular del socialismo
Manolo Monereo
Publicado en el diario El País (España)
Conocí a Barbarroja y a Marta en La Habana al principio de los 90. El comandante Manuel Piñeiro (1933-1998) había ya dejado el departamento de América del Comité Central y Marta seguía empeñada en poner en pie un proyecto que llamó el Centro de Investigaciones de la Memoria Popular Latinoamericana. Fui de la mano de Juan Valdés Paz y de Papito Serguera; la reunión se hizo a la cubana, larga y aprendí mucho de aquello que los libros no cuentan. Se habló a fondo de la crisis de los países socialistas, de la situación latinoamericana y del futuro de la revolución cubana que, dicho sea de paso, atravesaba momentos nada fáciles. Marta me aclaró las cosas de inmediato: “No soy una teórica, soy una educadora popular que ejerce su oficio con las mayorías sociales, recogiendo sus experiencias de lucha e intentando darlas a conocer”.
La biografía de Marta Harnecker, fallecida el 15 de junio en Vancouver (Canadá) a los 82 años, es conocida. Nació en Chile, descendiente de emigrantes austriacos y muy joven se comprometió con la lucha universitaria desde un catolicismo de base que empezaba a abrirse a las experiencias revolucionarias latinoamericanas. A mediados de los 60 estuvo en Cuba y quedó fuertemente impresionada por el tipo de revolución que se estaba realizando en la isla caribeña, por sus formas participativas y, sobre todo, por la solidaridad que veía en todo el proceso. Retornó a Chile, terminó su licenciatura en Psicología y, junto con otros compañeros (recuerdo especialmente a Tomás Moulian), solicitó una beca para estudiar en Francia y en Bélgica. Llegaron a Europa en septiembre del 63. Jacques Chonchol (cristiano y marxista, luego ministro de Agricultura con Salvador Allende) le recomendó a un cura comunista para que se formara lo mejor posible en el marxismo. Conoció a Louis Althuser en otoño del 64 y su vida realmente cambió. El maestro de la rue D’Ulm la educó durante los cuatro años siguientes en momentos de especial creatividad y radicalización social. Marta tradujo el primer libro importante de Althuser al que puso como título “La revolución teórica de Marx”. Asistió sistemáticamente a sus seminarios con un rigor y una tenacidad que terminó siendo una de las características de su personalidad.
En ese tiempo, Althuser y su grupo (Balibar, Rancière, Establet) estaban trabajando en lo que luego fue el libro “Para leer El Capital”. Marta colaboró activamente, a su modo, es decir, intentando explicar lo más claramente posible, eso que los teóricos hacían desde un lenguaje difícil de entender. De ese esfuerzo pedagógico surgieron Los conceptos elementales del materialismo histórico que, como es conocido, sirvió a varias generaciones de cuadros sociales y políticos como la forma más adecuada de introducirse en el marxismo. La intimidad de Marta con Louis fue grande y, muchos años después, todavía recordaba su impotencia ante la depresión psíquica de su maestro.
A finales del 68 volvió a Chile con Los conceptos en la maleta. En su país se convirtió en una activista política ingresando en el Partido Socialista y dedicándose plenamente a un tipo de periodismo que era, a la vez, reflejo de las luchas sociales y de una pedagogía de masas que tenía un objetivo rotundo: formar cuadros, educar a las mayorías sociales y dar sentido a los conflictos parciales. Marta vivió en primera persona el proceso de cambio que se llamó la “vía chilena” y que personificó Salvador Allende. Fruto de su trabajo como pedagoga social fueron sus célebres “Cuadernos de Educación Política”, hechos en colaboración con Gabriela Uribe, que sirvieron para formar a miles de militantes chilenos y latinoamericanos.
En 1972 conoció a una figura legendaria de la Revolución Cubana con una barba pelirroja al que Fidel llamaba El Gallego y sus compañeros Barbarroja. Fue un amor a primera vista y duró hasta la muerte del comandante revolucionario cubano en 1998. El final dramático del proceso chileno la obligó a exiliarse en Cuba y la marcó como militante revolucionaria. Las causas de la derrota, el debate sobre políticas de alianzas, el papel del “sujeto del cambio” y la cuestión militar aparecían una y otra vez en lo que podríamos llamar su agenda de la transformación en un sentido socialista.
Si se miran sus obras completas que está editando el periódico digital Rebelión, se verá que andan ya por el libro 89 y queda mucho que publicar de una mujer que trabajó duramente hasta el último día de su vida entre nosotros. Volví a verla muchas veces en Cuba, en la Escuela de Cuadros del Movimiento de los sin tierra en Brasil, en seminarios en Argentina, en Chile, en Venezuela y, sobre todo, en los Foros Sociales de Porto Alegre. El tema era casi siempre el mismo: enterarse de cómo iban las cosas en España y darme tareas editoriales para la revista El Viejo Topo. A Miguel Riera, su director, le iban llegando manuscrito tras manuscrito y siempre con la tarea de publicarlos de forma inmediata. Era incansable y continuamente nos sorprendía con nuevos temas, nuevas tareas. Se comprometió a fondo con el proyecto bolivariano que personificó el comandante Chávez.
Siempre entendió que reivindicar el socialismo para el siglo XXI era una tarea que exigía confrontarse con las experiencias del socialismo realizado, explicar de modo materialista sus errores y pensar, desde la experiencia pasada y desde la experiencia del presente, una nueva idea del socialismo entendida como una democracia participativa, de base comunal, dirigida a superar unas relaciones sociales fundadas en la explotación y en el dominio.
Sintetizar el pensamiento y, a pesar de su modestia, sus elaboraciones teóricas, no es fácil.
No olvidemos que su bagaje intelectual era enorme. Conoció muy de cerca la revolución cubana y a sus protagonistas; la revolución sandinista y los fracasos y dilemas de la guerrilla centroamericana. Analizó en profundidad los movimientos sociales y las nuevas experiencias de una izquierda que emergía en Brasil, Uruguay, Venezuela, Ecuador, Bolivia .... Siempre mirando a su país, a Chile. En una de mis visitas a su casa —acabábamos de discutir a fondo sobre Lenin— me enseñó las fichas de su lectura —citas incluidas— de los más de 50 tomos de sus obras completas. Práctica sí, pero con una enorme densidad teórica y una inaudita capacidad para ver la realidad con ojos limpios, sin clichés prestablecidos y siempre, siempre, escuchando y tomando nota de las novedades de cada conflicto, de cada lucha social.
Sin duda, había una metódica en su obra. Primero, principios socialistas; para ella, superar el capitalismo era una necesidad de la propia realidad que exigía una fuerte voluntad socialmente organizada. Los principios eran eso, ideas reguladoras que servían de brújula para encontrar un camino, siempre difícil y complejo. La lucha contra el dogmatismo fue una constante en su vida y lo hizo defendiendo el legado de su maestro Althuser. Segundo, la unidad como fundamento; la construcción del sujeto del cambio era entendida como un proceso lento, difícil, contradictorio, donde se iban soldando las organizaciones por arriba, en medio y por abajo; la pluralidad entendida como algo permanente de la que había que partir para garantizar la unidad de acción, direcciones colegiadas y un aprendizaje mutuo, enseñando aprendiendo; gobernando obedeciendo. Tercero, la unidad popular como estrategia. En esto siempre estuvo presente la vía chilena. El socialismo, la sociedad alternativa, era entendido como un largo proceso histórico, con tareas nacionales e internacionales. La clave era una nueva dialéctica entre el gobierno y la sociedad civil organizada. El objetivo, una democratización sustancial del poder. Marta le dio una enorme importancia a las cooperativas, a las formas de participación económica descentralizada; volviendo a leer la experiencia yugoslava como superadora de viejos centralismos estatalistas. Gobernar la complejidad y fortalecer, sobre todo, la auto organización popular, la democracia de base. Cuarto, la política como formación; estaba unido a su personalidad preparar cuadros sociales, desarrollar la inteligencia colectiva y sacar partido político al conflicto de clases. El estudio, unido a la práctica transformadora, se convierte en el fundamento de una revolución cultural sin el cual el socialismo nunca será posible.
La vi por última vez hará unos cuatro años en su casa de La Habana. Yo iba acompañando a varios eurodiputados de Izquierda Unida. Estaba Francois Houtart y nos enzarzamos en una discusión a favor y en contra del papa Francisco. Salió todo el argumentario feminista y algunas cosas más. La posición de Marta fue clara. Este es un papa católico y jesuita, es decir, defiende posiciones sobre las cuales la izquierda feminista nunca estará de acuerdo, pero —esto es una de las claves de su mirada— lo importante es la novedad del punto de partida: poner fin a una etapa de derechización de la Iglesia y la apertura a la justicia social, a la defensa de los derechos humanos y a la crítica a unas relaciones de poder que ponen en peligro la vida del planeta.
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