Manuel Dammert, a un año de su fallecimiento

Por: 

Nicolás Lynch

Manuel Dammert es una imagen de mi juventud. Nunca he podido pensarlo de otra manera. Terminó sociología en San Marcos en 1971, el mismo año que yo ingresé a esa casa de estudios y cuando llegué a la Ciudad Universitaria para seguir la misma carrera, luego del Ciclo Básico, ya era una leyenda en la izquierda de la época. Desgarbado y directo, siempre arropado con algún texto de poesía reciente, junto con la última novedad de “maoísmo europeo” que seguramente hubiera sido difícil imaginar en China misma y el infaltable “documento interno” en el que nos traía sus últimas reflexiones y directivas. Manuel, fue el dirigente austero, duro y dogmático, de honradez acrisolada, necesario para ese primer de momento radicalización juvenil, pero a la vez con la lucidez suficiente para elaborar sofisticadas estrategias sobre cómo enfrentar a un gobierno como el de Velasco al que nosotros negábamos casi toda bondad, pero que sabíamos diferente de los anteriores que había tenido el Perú. En este proceso, Manuel asumió su liderazgo como indispensable para el avance de sus planteamientos en todo espacio partidario en el que se encontrara. Fue siempre Mesías en el MIR, en VR y finalmente en el partido que fundara, el Partido Comunista Revolucionario (PCR).

Su carisma en los pequeños círculos que formábamos a su alrededor se proyectaba en un gran poder de convencimiento sobre la necesidad de entregarnos en cuerpo y alma a la tarea de transformar el Perú en un país más justo y democrático, de manera tal que se pusiera en ruta al socialismo. Para este empeño revolucionario promovió, junto con otros compañeros, el traslado de decenas de jóvenes universitarios a los sectores obreros campesinos y populares de Lima y el interior del país. Un esfuerzo que contribuyó a la movilización popular de fines de la década de 1970 y finalmente a la constitución de Izquierda Unida (IU) en 1980. Este viaje al interior del Perú fue decisivo para muchas vidas, como fue mi caso conociendo el Cusco y el sur andino, pero también significó la frustración vital de muchos otros que tardarían años o no lograrían nunca recomponerse de la experiencia.

El término de la dictadura militar de los setenta y los cambios en América Latina y el mundo, creo que propiciaron un momento de cambio para Manuel. Flaqueó su dogmatismo que había estado calcado de la revolución cultural china e intentó, como varios otros, una inmersión en la experiencia peruana, pero sin producir una visión dentro del propio canon izquierdista, distinta de la que habíamos tenido. Se entusiasmó muchísimo con IU y se acercó de manera especial a Alfonso Barrantes por quien profesó amistad y lealtad hasta el fallecimiento de este, dos décadas después. Pero en estos años de inicios de la década de 1980 se procesó también la crisis y finalmente la ruptura con la mayor parte del grupo con el que hizo política en el PCR. Manuel decide en 1983 no entrar al Partido Unificado Mariateguista (PUM) que surge en esos años y que significaba la fusión de la nueva izquierda de fines de los sesenta y principios de los setenta, para, creíamos entonces, impulsar IU. Como siempre adujo razones programáticas, pero creo en el fondo, que era un tema de liderazgo, le era imposible convivir orgánicamente con otras figuras fuertes como Javier Diez Canseco o Carlos Tapia. Con esta decisión se termina el Manuel heroico y creo que los puntos más altos de su carrera política.

Aunque nos cruzamos muchas veces más, tanto en la academia como en la política, no volvimos, estrictamente, a hacer política juntos. Lo volví a encontrar en los noventa, en las reuniones unitarias que promovía Gustavo Mohme Llona y debo señalar que me encontré con otra persona. Ya no era el Manuel impetuoso e incisivo, dueño de todas las iniciativas, de otrora, sino una persona pausada que escuchaba a los demás y buscaba puntos de acuerdo. Quizás la gran derrota que habíamos sufrido como izquierda con la división de IU y el golpe de 1992, que nos cambiaron a todos de distinta manera, produjeron otro Manuel Dammert. El problema es que en ese momento ya no había ejército que dirigir, se lo habían comido los errores de los veinte años anteriores.

Todavía nos reíamos juntos, porque nos molestaban los personajes de siempre que alardeaban sin haber estado nunca en el fragor de una lucha, ocasión que él aprovechaba para darme algún último poemario que hubiera publicado.

Lo volví encontrar algunos años más tarde, ¡oh sorpresa! como alumno en el taller doctoral de ciencias sociales que dirijo en San Marcos. No me puedo olvidar allí de su lucidez de siempre, que le permitió brillar desde el primer día como el mejor alumno del grupo. Siempre resentí y se lo dije porque no concluyó su tesis doctoral, para variar novedosa y teóricamente sofisticada.

En este siglo XXI, siguió bregando hasta el final en la lucha por sus ideales izquierdistas y democráticos. Volvió a ser elegido parlamentario, cosa que le gustaba mucho, y encabezó varias luchas específicas. Entre ellas, la que más ha destacado, es su empeño en la defensa de la soberanía energética, la defensa de Petroperú y por la masificación del gas natural. Ya no era el Manuel de antaño que nos convenció en un tris de que había que cambiar el mundo, sino el dirigente que de manera puntual supo organizar una coalición de sectores sociales y políticos para un tema central del Perú actual como el señalado.

Sólo me queda para terminar, recordar un consejo de Carlos Tapia que algunos meses antes de morir y explicando su retiro de muchas actividades me dijo: “no corras esta carrera hasta el final, ¡cuidado!”. No fue el caso de Manuel, él corrió hasta el final y murió en su ley, era un corredor de fondo.