La tercera muerte de Sendero Luminoso

Por: 

Nicolás Lynch

Ha regresado en las últimas semanas con fuerza el terruqueo, es decir la descalificación personal y política de cualquiera con posiciones progresistas y/o democráticas, más todavía si se atreve a movilizarse y reclamar sus derechos. Sin embargo, a diferencia de años anteriores, la acusación ha perdido eficacia. Unos han dicho que es el paso del tiempo, que la nueva generación ya no vivió el terrorismo y otros que, también por los golpes recibidos, Sendero Luminoso se ha debilitado drásticamente.

El caso es que Sendero ha vivido en la última década más en la ideología de los sectores reaccionarios de la sociedad que en la realidad. Una ideología que cada cuanto ha sido reavivada por los grandes medios hegemónicos dando la noticia de una conspiración senderista para dirigir tal o cual lucha social, más allá de la veracidad de la misma, como si fuera el reinicio de la lucha armada. Sin embargo, este reavivar la llama del terror ha dado sus frutos, aislando algún movimiento en curso, justificando determinada represión o, peor aún, como un elemento que legitimaba los límites de esta precaria democracia.

El último “uso perfecto” se dio en la huelga magisterial de 2017, cuando se terruqueó indiscriminadamente al movimiento con el objetivo de aislarlo y derrotarlo. Fue un éxito parcial porque no pudo ocultar la justicia de las demandas magisteriales y el desprecio étnico y social del terruqueo, cuando tuvimos una ministra de educación que ni siquiera se atrevía a reunirse en una misma sala con los maestros movilizados. Pero no debemos olvidar que en esa oportunidad fue el exministro del interior Carlos Basombrío el que llevó adelante la operación y en las últimas semanas se trató de su discípulo Rubén Vargas, felizmente también ya exministro, el que intentó un nuevo terruqueo. Aunque, si el 2017 fue como tragedia, acto casi final de la memoria reaccionaria, en este caso fue como una farsa en la que muy pocos han creído.

Empero, no ha sido solo un tema de ministros. En la última movilización de los trabajadores de las empresas agroexportadoras, la primera expresión de rechazo, parece que espontánea de un joven empresario agrario contra el movimiento fue que eran terroristas. Tan fuera de lugar se escuchó la mención que el periodista de una radio local, emisora que cotidianamente defiende los intereses de la gran empresa, reaccionó rápidamente y reconvino al bisoño interlocutor sobre sus dichos dejándolo en ridículo ante la audiencia. 

Tenemos pues que la primera muerte del senderismo fue su derrota militar por la vía de la guerra sucia y de la movilización campesina contra su insania. La segunda, su derrota política en la primera década de este siglo, cuando fracasan en su vuelta a las universidades y en las movilizaciones de su órgano de fachada el Movadef, que aspiraba a convertirse en movimiento legal. Y la tercera, que comentamos, el fracaso del terruqueo, en el contexto de la crisis del régimen neoliberal que vivimos. 

Se repite así un fenómeno extraño casi extrasensorial, similar al que los senderistas recalcitrantes afirmaban en el momento de la caída de Abimael Guzmán: que había sido capturada la persona, pero no la jefatura de su movimiento porque esta tenía vida propia aparte del cuerpo físico de su líder. De esta forma, la ideología senderista, esta vez también con vida propia, habría invadido las mentes de los sectores más reaccionarios de la sociedad peruana para ver, en defensa de sus intereses, senderistas en todas partes. Así, senderismo y extrema derecha, llegan por momentos y períodos a ser dos caras de una misma moneda.

Sin embargo, a pesar de esta tercera muerte, el fenómeno senderista no ha terminado, porque su influencia remanente, la ideológica, trasciende el terruqueo. Hoy, es una desesperación hundida en el fondo del mar de algunos sectores políticos, de derecha, pero también de izquierda, que podría volver a la superficie a contrapelo de los que pugnamos por una salida democrática a esta crisis de régimen. Lo que queda, como ideología, es además mucho más grande que el terruqueo. Es una visión del mundo autoritaria que busca reemplazar con un supuesto juicio moral el necesario pluralismo de una ética pública, destruyendo la otredad, es decir la capacidad de ponerse en los zapatos del otro y procediendo a juzgar sus actos políticos como si fueran la distinción entre lo bueno y lo malo en los pequeños episodios cotidianos. 

Será entonces necesaria una cuarta muerte y ojalá que definitiva: la ideológica, que fue muriendo en cada una de las muertes anteriores pero que no termina de morir todavía. Esta muerte la debemos propinar todos, en el proceso de convertirnos en una sociedad democrática, sin terruqueo pero también sin condenas morales cuya falsía, como canta la muliza, puede ser el sustento de graves giros autoritarios.

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