La riqueza mundial sigue en pocas manos
Como todos los años, la ciudad suiza de Davos, reúne a diversos líderes políticos y empresariales en el Foro Económico Mundial. En este evento, los presidentes y jefes de gobierno discuten junto a quienes manejan los hilos de la economía mundial, las medidas y efectos del sistema económico financiero que predomina en el planeta.
El gran problema, es que los países sentados en esta mesa son presa de la desigualdad económica y las brechas diferenciales entre los países “desarrollados”, los que están en vías de desarrollo y los que están en los límites grises de la pobreza y la pobreza extrema.
En medio de este panorama, resulta cada vez más irónico comprobar que solo ocho personas en el mundo poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial. Es decir, 8 seres en el mundo concentran el dinero que atiende a 3600 millones de personas.
Es tan llamativa esta situación – que ha sido revelada en un reciente informe mundial de Oxfam - que Larry Fink, considerado como “el inversor más poderoso del planeta”, presidente y consejero delegado del emporio financiero BlackRock, ha hecho un llamado a sus colegas para que las empresas inviertan más en aspectos sociales.
Según revela el diario español El País, el empresario estadounidense explica que las expectativas de la gente sobre las trasnacionales nunca han sido elevadas, y cita extractos de una carta dirigida a sus colegas donde señala:
"Percibimos cómo numerosos gobiernos se muestran incapaces de abordar determinados retos de cara al futuro: desde la jubilación y las infraestructuras a la automatización y el reciclaje profesional de los trabajadores. En consecuencia, la sociedad recurre cada vez más al sector privado y exige que las empresas den respuesta a unos retos sociales de mayor amplitud".
En este contexto el empresario bursátil considera que, “para prosperar a lo largo del tiempo, las compañías deberán no solo generar rentabilidad financiera, sino también demostrar cómo contribuyen de forma positiva a la sociedad. "Las empresas deben beneficiar a todas las partes interesadas, lo que incluye a los accionistas, a los empleados, a los clientes y a las comunidades en las que opera"”.
Pero ¿es la responsabilidad social empresarial el “remedio” para aliviar la situación de desigualdad? Winnie Byanyima, directora ejecutiva de Oxfam Internacional señala que en el mundo hay personas que “están siendo dejadas de lado. Sus salarios se estancan mientras las remuneraciones de los presidentes y altos directivos de grandes empresas se disparan; se recorta la inversión en servicios básicos como la sanidad o la educación mientras grandes corporaciones y grandes fortunas logran reducir al mínimo su contribución fiscal; y los Gobiernos ignoran sus voces mientras escuchan embelesados las de las grandes empresas y las élites millonarias".
Para Fink, la solución pasa por una decisión empresarial con objetivos a largo plazo, incluyendo -como ya se ha dicho- a la sociedad y a los sectores más desplazados. El multimillonario asegura que los directivos empresariales deben abandonar su tendencia al cortoplacismo.
"Me gustaría reiterar nuestra petición de que los gestores comuniquen públicamente el enfoque estratégico de su empresa para generar valor a largo plazo y confirmen de forma explícita que esta política ha sido revisada por su consejo de administración".
El empresario, que tuvo un papel protagónico durante la crisis estadounidense, producto de la “burbuja inmobiliaria” asevera que la estrategia de las corporaciones debe trazar “un camino para generar rentabilidad financiera (pero) también debe entender la repercusión social de su negocio, al igual que la medida en que las amplias tendencias estructurales -escaso crecimiento salarial, incremento de la automatización, cambio climático...- afectan a su potencial de crecimiento".
Lo que no se puede poner en duda, es que existe en el mundo -o al menos en una parte- un rechazo ciudadano a la desigualdad que está provocando crisis políticas. Esta desigualdad, según el informe de Oxfam, propició la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, así como la elección del presidente Rodrigo Duterte en Filipinas y el Brexit en el Reino Unido.
La consigna de la gente es apoyar a quien le garantice la posibilidad de salir del estancamiento y de la crisis, frente a un panorama donde una persona del selecto grupo de propietarios de la riqueza mundial debería derrochar, al menos, un millón de dólares diarios durante 2 mil 738 años para gastar su fortuna. Así de marcada es la desigualdad.
El deseo de Fink, puede verse bloqueado con datos reales. Y es que las grandes corporaciones eluden el pago de impuestos con la transferencia de sus dineros a guaridas fiscales y la creación de empresas offshore, además devalúan los salarios de los trabajadores y disminuyen el pago a los productores.
Gobiernos progresistas y liberales deberían frenar la concentración extrema de riqueza para acabar con la pobreza, además de reformular sus políticas tributarias para que aquellos que más ingresos obtienen paguen los impuestos que les corresponde y así generar los recursos necesarios para garantizar la inversión pública en salud, educación y creación de empleo.
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