La extrema derecha, una voluntad de poder
Manolo Monereo
La pregunta que hay que hacer es ¿Cómo se ha llegado a una situación como esta? Es decir, a unas derechas extremas con un lenguaje de Guerra Fría ante un mundo que ha cambiado sustancialmente a su favor y unas izquierdas moderadamente reformistas.
Izquierda y derecha son términos contradictorios y, casi siempre, asimétricos. La hegemonía la suele tener una de ellas y la otra se ve obligada a jugar a la contra. Durante muchos años, a partir de la II Guerra Mundial, la hegemonía estuvo, conflictualmente, en la izquierda y el pensamiento de derechas tuvo que convivir con un capitalismo más o menos reformista, con una democracia de masas y con el Estado social. Recordemos la dedicatoria de Friedrich August von Hayek en El camino de servidumbre, “a los socialistas de todos los partidos”. Hoy podríamos decir “a los neoliberales de todos los partidos”.
Las nuevas extremas derechas tienen que ver, a mi juicio, con dos datos del presente: la crisis del neoliberalismo y el hundimiento político-moral de las izquierdas. Entiéndase bien, cuando hablo de crisis del neoliberalismo no quiero decir que estemos ante su final, ni siquiera ante su definitivo agotamiento; hablo de pérdida de legitimidad, de apoyo social, consecuencia de fracasos recurrentes como la crisis de 2008, el retroceso de la globalización capitalista o el retorno de los Estados nacionales en el marco del Covid19 y, sobre todo, el durísimo enfrentamiento geopolítico entre Estados Unidos y China. En el otro lado de la contradicción está una izquierda que no es capaz de analizar verazmente las nuevas condiciones socioeconómicas y político-culturales y que sigue careciendo de un proyecto autónomo. La gran paradoja es que la crisis de la globalización neoliberal puede ser el momento final de lo que queda de la vieja izquierda socialdemócrata-comunista.
Se discute con mucho dramatismo sobre la creciente polarización de la vida pública, pero esta es también asimétrica y tiene que ver solo con las derechas duras y las extremas derechas. Para los que hayan leído la “Carta de Madrid”, propiciada por Vox y otras fuerzas hermanas latinoamericanas, verán -y se sorprenderán- ante unas derechas fuertemente rearmadas ideológica y políticamente contra un comunismo dispuesto a tomar el poder. Se ha hablado de revolucionarios sin revolución; ahora podemos decir “anticomunismo de masas” sin comunismo como movimiento político real. La pregunta que hay que hacer es ¿cómo se ha llegado a una situación como esta? Es decir, a unas derechas extremas con un lenguaje de Guerra Fría ante un mundo que ha cambiado sustancialmente a su favor y unas izquierdas moderadamente reformistas. Se diría, que las derechas -todas- están empleando un dispositivo discursivo basado en una nueva versión de la estrategia de contrarrevolución preventiva, con un doble objetivo: demonizar los programas de las fuerzas democráticas e impedir un cuestionamiento de fondo de las estructuras de poder oligárquicas.
La lógica de Vox es muy evidente. Toda la izquierda, desde el PSOE pasando por Unidas Podemos y terminando por las fuerzas independentistas, serían comunistas o fuertemente infiltradas por ellos. Esto se proyecta también hacia atrás, hasta la historia: para Vox, el socialismo en España fue siempre comunismo y las fuerzas democráticas, compañeros de viaje. Pedirle al diputado Abascal rigor histórico es inútil, su objetivo es otro: criminalizar al republicanismo político y a la izquierda y, lo que es más importante, disputar el poder de definición: es demócrata quien deciden las derechas. El totalitarismo -ambiguo por definición- es lo que practican los comunistas y en otras épocas, muchos años atrás, en otro siglo, algo que tiene que ver con el fascismo o con el nazismo; desde luego, nada- o débilmente- relacionado con la acción salvadora del general Franco. Dicho de otro modo, el totalitarismo fascista es cosa del pasado; al que hay que temer hoy es el realmente peligroso, el comunista, de nuevo dispuesto a conquistar el poder de la mano de Pedro Sánchez.
Hay un paso divertido en la mencionada Carta. En vez de hablar de América Hispánica, o de América Latina o el más nacionalista español de Hispanidad, se habla de “Iberosfera” algo más moderno y más comunicacional. Los aliados de Vox tienen cuidado de no dar demasiados discursos que suenen a viejas referencias imperiales y necesitan con fuerza el impulso de un Bolsonaro en horas bajas. Sin duda, lo más definitorio es la denuncia de los totalitarismos de inspiración comunista, bajo el paraguas de Cuba y la maliciosa influencia del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla. El número de comunistas debe haber crecido mucho y su influencia aún más; están por todas partes.
El programa se corresponde con el manual de buenas prácticas de la USAID (Agencia de los EE.UU. para el Desarrollo Internacional): defensa de la democracia, del Estado de derecho, de la división de poderes, de la propiedad privada y una genérica mención a los derechos humanos. Proclamas como estas han figurado siempre por delante y por detrás de las dictaduras y de las democracias normalizadas de América Latina. El problema es la contradicción entre los textos constitucionales y la realidad que supuestamente deben ordenar y regular. Lo que América Latina pone de manifiesto es que democratización política y democratización económica-social van de la mano. No habrá una sin la otra. Democracia política, soberanía popular y justicia social son vectores de un mismo proceso que los que mandan han escindido permanente y que tiene orígenes conocidos: una desigual distribución del poder económico-social, la captura del Estado por un bloque de poder oligárquico y el firme control de los Estados Unidos
A mi juicio, estas extremas derechas ponen fin a los populismos (de derechas) que hemos conocido. El dominio neoliberal produjo disgregación, pobreza y exclusión social; propuestas de matriz más o menos populista quedaban abiertas a un lado como al otro del campo político. Ese tiempo, creo, está finalizando. Crisis del neoliberalismo, globalización capitalista en retirada y cambios geopolíticos decisivos abren espacios nuevos, líneas de fractura inéditas y nuevas posibilidades de reorganización del sujeto popular. Es solo el principio.