Lágrimas negras: El costo político para Trump por su manejo del covid-19

Por: 

Ariela Ruiz Caro

Como ironía del destino, a menos de un mes para la elección presidencial del 3 de noviembre, Donald Trump, su esposa Melania y varios miembros de su entorno más cercano en la Casa Blanca fueron diagnosticados el 2 de octubre con covid-19. Su traslado en helicóptero al hospital Walter Reed –distante apenas a 13 kilómetros– por presentar fiebre y falta de oxígeno, desmoronaron de un sablazo su soberbia y su subestimación de la pandemia.

Mientras yacía en el hospital líderes, del mundo entero –incluidos sus más radicales opositores– manifestaron haber elevado sus plegarias, cuando no, augurado su pronta recuperación. Trump fue tratado por un ejército de los mejores talentos médicos y recibió una combinación de pócimas (un coctel experimental basado en anticuerpos monoclonales, además de remdesivir y dexametasona) el primero aún experimental y por lo tanto inaccesible a la ciudadanía. El haber estado internado durante cuatro días y haber recibido medicina indicada solo a pacientes con síntomas graves, hizo suponer que luego de su recuperación se vería a un Donald Trump más compasivo y más empático con sus compatriotas frente a la enfermedad. No fue así.

El presidente salió del hospital Walter Reed con aires de emperador. Desde un balcón de la Casa Blanca, desprovisto de máscara, el super spreader in chief (super esparcidor en jefe) como lo calificó el columnista Thomas Friedman del New York Times, lanzó un mensaje que dejó atónito al mundo. “No dejes que (el covid-19) te domine. No le tengas miedo. Vamos a vencerlo. Tenemos el mejor equipo médico, las mejores medicinas”. Además, aseguró que se sentía mejor que hacía 20 años.

Su enfermedad le ha representado un disparo en los pies. Ha debido cancelar actividades durante la recta final de la campaña electoral y sus burlas sobre el uso de máscaras “exageradamente grandes” de su contrincante Joe Biden, han repercudido desfavorablemente en la imagen del vigoroso presidente. Días antes de ser diagnosticado, su tono disruptivo y agresivo durante el primer debate presidencial, ya había debilitado su imagen.

El promedio de las encuestas a nivel nacional realizadas por RealClear Politics le dan una ventaja de más de diez puntos porcentuales a Biden, y si bien con márgenes menores, le lleva también ventaja a Trump en casi todos los denominados estados pendulares, es decir, en aquellos que no tienen un patrón definido de voto. Entre estos siete se encuentran Florida, Arizona, Michigan, Minnesota, Ohio, Pensilvania y Carolina del Norte. El sistema electoral en Estados Unidos es indirecto y por eso la mayoría ciudadana no define la elección.

Lo hace un Colegio Electoral compuesto por 538 delegados repartidos en 49 Estados de acuerdo al tamaño de su delegación en el Congreso. El sistema establece que el ganador en un estado se lleva todos los votos de los delegados, por lo que ganar en estos estados indecisos es fundamental para llegar a la Casa Blanca. 

El debate entre el vicepresidente Mike Pence y la senadora Kamala Harris el miércoles pasado, resguardado por paneles transparentes, así como la decisión del Comité de Debates Presidenciales de suspender el segundo debate, dado que Trump rechazó la posibilidad de realizarlo de forma virtual, proyectan también el desmanejo de la pandemia. El hecho de tener más muertes por millón de habitantes por covid-19 que su vecino México, al que el presidente tanto ha despreciado, es atribuible a una conducta que linda en lo criminal y que debería tener consecuencias legales.

Un poco de historia

Desde que el 31 de diciembre pasado el gobierno chino notificó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) que estaba lidiando con una neumonía de origen desconocido, focalizada en la ciudad de Wuhan, la vertiginosa expansión del covid-19 sobre la faz de la Tierra ha dejado una crisis humanitaria y económica sin precedentes. Los efectos económicos de las medidas de confinamiento y suspensión de actividades que han debido adoptar los países serán peores que los de la crisis de 1929. Según las Naciones Unidas, su impacto en la actividad económica el incremento de la pobreza y el aumento de la violencia tendrán consecuencias catastróficas y la recuperación llevará años. En la historia mundial, probablemente este período será recordado como la gran recesión de 2020 y marcará no solo cambios de tendencia en las formas de producción y de su relación con el medio ambiente, sino en nuevas formas de relacionamiento laboral y social.

En términos relativos, ningún país habrá sido tan golpeado como Estados Unidos. La primera potencia cuenta con el mayor número de contagios y muertes en el mundo (8 millones y 218 mil, respectivamente) El número de muertes por millón de habitantes (663) está entre los diez más altos del mundo, y es muy superior al de su rival, China, que registra apenas tres.  Salvo Brasil, o países de muy bajos ingresos medios, ningún gobierno ha tenido un manejo tan deplorable de la pandemia. Esta nota intenta explicar el porqué de estos resultados.

“Es solo un virus chino”

Las celebraciones del nuevo año en occidente convirtieron los acontecimientos en la lejana Wuhan en noticia de ayer, como diría Héctor Lavoe. Sin embargo, para la OMS, la notificación del gobierno chino no pasó inadvertida. Tampoco para los funcionarios norteamericanos en ese organismo ni para su poderoso servicio de inteligencia. El 30 de enero, cuando se habían presentado 83 casos sin víctimas mortales en 18 países fuera de China, la OMS decretó el covid-19 como epidemia internacional y advirtió que el virus podría tener graves consecuencias. Si bien ya se habían presentado casos en Francia, Estados Unidos y Australia, Occidente siguió mirándolo como si se tratase de una serie de Netflix.

Los esfuerzos de China por contener su expansión mediante drásticas cuarentenas, que se extendieron a 17 ciudades y confinaron a 50 millones de habitantes, el cierre del transporte público y de aeropuertos, fuertes castigos a quienes infringieran las normas y la vertiginosa construcción de hospitales en Wuhan, recibieron elogios del presidente Trump. En su cuenta de Twitter, el 24 de enero escribió "China ha estado trabajando muy duro para contener el coronavirus. Estados Unidos aprecia mucho sus esfuerzos y transparencia. Todo funcionará bien. En particular, en nombre del pueblo estadounidense, ¡quiero agradecer al presidente Xi!”. Días antes, el 15 de enero, ambos gobiernos habían suscrito el Acuerdo Comercial ‘Fase Uno’, por el que, entre otros, China aumentaría la compra de productos agrícolas norteamericanos. El arreglo puso fin a una tensión de 18 meses que afectó el crecimiento de ambos países, y también el global.

Cuando llueve… todo se moja

Mientras el Covid-19 se extendía por el mundo, el presidente Trump destacó en su discurso sobre el Estado de la Unión ante el Congreso, el 5 de febrero, los logros de la economía norteamericana en términos de crecimiento y empleo, los récords del mercado de valores, enfatizó que no había habido un mejor momento para comenzar a vivir el sueño americano y que lo mejor estaba aún por venir. Tenía el terreno fértil para llevarse la presidencia en las elecciones de noviembre.

Desde el pedestal del exitismo económico, el presidente desoyó las insistentes advertencias de la comunidad científica norteamericana sobre la grave amenaza que representaba el covid-19. El 13 de marzo, ante la imposibilidad de continuar minimizando la agresividad del “virus chino”, que ya había contagiado a 2200 personas, Trump declaró la emergencia nacional. Este mecanismo le permite acelerar el apoyo federal a estados y localidades que habían comenzado a combatir la enfermedad mediante medidas de distanciamiento social que afectaban a cerca de la mitad de la población del país y prácticamente habían paralizado la economía.

El 27 de marzo anunció un ingente programa de dos mil millones de dólares que fue aprobado con amplio apoyo del Congreso para ayudar a amortiguar los impactos del Covid-19 en las empresas y los ciudadanos. Dos días después aprobó recomendaciones federales de “distanciamiento social” con vigencia hasta el 30 de abril. No habían pasado ni dos meses desde que Trump advirtió que lo mejor estaba por venir. Según previsiones del FMI en junio, el escenario optimista prevé una caída del crecimiento económico de 8% en 2020. Los 5 millones de nuevos empleos creados durante su mandato se han diluido en los perdidos durante la pandemia.

La imposibilidad de frenar la pandemia

Finalizado el periodo de distanciamiento social establecido por Trump a nivel federal, la curva de contagio del virus en el país no se había aplanado, tal como sucedió en otros países desarrollados y asiáticos que ya han empezado a relajar las medidas de confinamiento. Tres factores podrían explicar el desborde de la pandemia en Estados Unidos. En primer lugar, el retraso en tomar las medidas de aislamiento físico. Así lo señaló el doctor Anthony Fauci, jefe del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos “Nadie negará que medidas de mitigación tempranas podrían haber salvado vidas”. Trump sabía sobre la gravedad del nivel de contagio y letalidad de la enfermedad desde antes que muriera la primera víctima en Estados Unidos, tal como consta en una entrevista grabada, consentida, por el legendario periodista Bob Woodward para su libro Rage, el 7 de febrero. 

Otro factor, de orden más bien estructural que impidió disminuir la curva de contagio es la reducida cobertura del sistema de salud en Estados Unidos. En un artículo para el Instituto Roosevelt, con sede en Nueva York, el nobel de Economía Joseph Stiglitz advirtió sobre las deficiencias del modelo de salud pública de ese país y lo comparó con los de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE). “Mientras que en otros países de la OCDE todo el mundo está asegurado a través de un seguro público o privado, en el 2018 más de 27 millones de estadounidenses no tenían ningún seguro, y ese número se ha incrementado”. Pero incluso para muchos que sí tienen seguros, los “copagos” que deben desembolsar son tan altos que muchos pueden desestimar la posibilidad de ir al médico. Según datos de la ONG Commonwealth Fund, más de 44 millones de personas se encuentran en este último grupo, que se define como de "seguro insuficiente".

En la comparación con la OCDE, Stiglitz afirma que la desigualdad salarial y de riqueza en Estados Unidos es mucho mayor que en otros países avanzados, al igual que las brechas de cobertura social y sanitaria, que son mucho más acentuadas y están relacionadas con las bajas remuneraciones y las prestaciones por desempleo. Advierte que estas desigualdades son más marcadas en el caso de los estadounidenses negros y de otras minorías raciales, lo cual explica el alto grado de contagio y muerte en la población afroamericana. Muchos infectados con el Covid-19 salen a trabajar porque carecen de ahorros, viven al día, no reciben pagos por enfermedad y la cobertura de sus seguros médicos es precaria. De esta manera expanden el virus. 

Un tercer factor que ha contribuido al descontrol de la epidemia es la falta de disponibilidad de pruebas para identificar y aislar a la población contagiada. En este punto le cabe también una enorme responsabilidad al presidente. Como es sabido, los Centros para el Control y Prevención de las Enfermedades (CDC) rechazaron las pruebas desarrolladas por Alemania que la OMS había aprobado y distribuido a los países desde enero. El presidente Trump desconfiaba de ellas y se decidió que los CDC las produjeran a partir de la secuencia del virus que China había publicado para que los laboratorios pudieran elaborarlas. Sin embargo, la producción inicial defectuosa y otras demoras burocráticas dieron lugar a que se perdieran semanas.

A diferencia de Europa o de países asiáticos, donde las personas sospechosas de haberse contagiado se hacen el test de forma gratuita, aunque no presenten síntomas, en Estados Unidos, los CDC determinaron una lista de criterios que un paciente debe cumplir para poder acceder a una prueba.  En ese sentido, cuando Trump anunció que cualquier persona con sospechas de haberse contagiado podía hacerse una prueba, no informó que previamente debían tener una prescripción médica que solo podía ser indicada a pacientes que mostraran síntomas como problemas respiratorios, fiebre, entre otros.

La persistencia de su escasez y las vacilaciones del gobierno para tomar acciones más firmes para solucionarlo hacen suponer a muchos analistas como Carlota García Encina, del Real Instituto Elcano, que “Aunque las pruebas de diagnóstico no hubieran estado defectuosas, los problemas de escasez hubieran continuado porque el gobierno ha buscado desde el principio una estrategia que perseguía una mínima realización de pruebas, consistente con el mensaje político que estaba enviando a la opinión pública de que los riesgos eran mínimos”.

Desatender los protocolos de los CDC y culpar a China

A diferencia de otros países que lograron aplanar la curva de contagios antes de relajar el confinamiento, el presidente Trump alentó su apertura sin haber contenido la expansión de la pandemia. El Equipo Especial de la Casa Blanca para enfrentar el covid-19 aconsejaba que el proceso debía realizarse muy lentamente y solo en localidades que habían aplanado la curva durante 14 días y disponían del suficiente número de pruebas para hacer exámenes y seguimiento. Este no fue el caso para la mayoría de las ciudades y estados norteamericanos. Por esta razón, el gobierno archivó y no publicó el texto completo de las recomendaciones preparadas por el CDC para abrir la economía establecidas en el documento Guidance for Implementing the Opening Up America Again Framework. Asimismo, ocultó las proyecciones realizadas por los CDC que preveían incrementos significativos de contagios y muertes si no se respetaban los criterios de reapertura.

En un escenario de crecientes contagios y muertes, nada más obvio para distraer la atención de la tribuna que responsabilizar a China de la pandemia por haber manipulado el virus en un laboratorio de Wuhan. Trump y su secretario de Estado, Mike Pompeo, lideran la campaña que planea reclamar una compensación millonaria al gobierno chino. La Administración norteamericana presionó a los servicios de inteligencia para que encuentren pruebas de estas teorías conspirativas, sin resultados exitosos. El director del servicio de inteligencia de Estados Unidos, Richard Grenell, señaló que, ante las presiones de altas autoridades del gobierno, se veía en la necesidad de aclarar que la comunidad de inteligencia norteamericana “coincide con el amplio consenso científico de que el virus covid-19 no fue creado por el hombre ni modificado genéticamente”. La asociación de agencias de inteligencia Five Eyes (conformada por Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Nueva Zelandia y Australia) tampoco respaldó las afirmaciones de Trump y Pompeo. Asimismo, los servicios de inteligencia alemana informaron a la ministra de Defensa de ese país, Annegret Kramp-Karrenbauer, que las acusaciones de Estados Unidos constituyen un intento deliberado de desviar la atención pública de los «propios fracasos» del presidente Donald Trump.

Desde el ámbito científico el doctor Fauci ha descartado públicamente que el covid-19 fuera creado en un laboratorio y la jefa del Departamento de Enfermedades Emergentes de la OMS, la norteamericana María Van Kerkhove, ha confirmado que este patógeno tiene origen animal, conforme a todas las secuencias genéticas disponibles, que superan las 15,000. No obstante, Trump ha continuado acusando a China de “enviar el virus al mundo” y exige que “pague por las consecuencias”. El último reclamo tuvo lugar durante la Asamblea de las Naciones Unidas realizada de forma virtual en septiembre, oportunidad en la cual Trump, exigió a este organismo que responsabilizara a China por permitir que el virus saliera de su país e "infectara a todo el mundo".

Irresponsable manejo en una sociedad desigual

La evolución de la pandemia producida por el covid-19 en Estados Unidos ha puesto en evidencia la extrema desigualdad de su estructura económica y social, que se expresa en la el mayor número de muertes y pérdidas de empleos en la población afroamericana y latina, así como en los pueblos indígenas. Asimismo, muestra un sistema de salud excluyente que, sumado a la falta de pruebas necesarias para detectar a las personas infectadas, impiden frenar la pandemia. 

El elevado número de contagios y muertes en este país revelan también el desastroso manejo de la crisis por el presidente Trump quien ha superpuesto sus objetivos electorales sobre la vida de los norteamericanos. Ha llegado inclusive a recomendar el consumo de hidroxicloroquina como mecanismo de prevención, y a sugerir tratamientos con luz ultravioleta o inyecciones desinfectantes en el cuerpo. El candidato del partido republicano es responsable de pérdidas de miles de vidas que hubieran podido evitarse si no hubiera minimizado la situación y adoptado medidas a tiempo. 

La comunidad científica continúa insistiendo en que la reapertura de la economía sin la realización pruebas y rastreo suficientes y sin recomendaciones a nivel federal de distanciamiento social y uso de máscaras, elevarán los contagios y muertes con un impacto mayor en la actividad económica en momentos en que esta comience a despegar. Estas recomendaciones han sido reivindicadas por Biden en su programa de gobierno: “para lograr un crecimiento económico sostenido hay que controlar la pandemia”. 

Este espectáculo de desorden, falta de trasparencia, ocultamiento de informes científicos y de inteligencia, así como la suspensión en 2018 del financiamiento de programas de seguridad sanitaria global instrumentados en la etapa del expresidente Obama, están mermando el liderazgo internacional de Estados Unidos dejando un espacio en la cooperación internacional que China no vacila en ocupar.

Parte de esta nota fue publicada por la autora bajo el título "America First": El irresponsable manejo del COVID-19 en Estados Unidos2 en la Revista Quehacer N. 5 

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