Consecuencias de reconocer a Trump como líder del Partido Republicano
Ariela Ruiz Caro
Qué peligro tan grande para Estados Unidos y para el mundo que Donald Trump haya sido absuelto en el Senado durante el segundo “impeachment” de su mandato, esta vez bajo la acusación de haber instigado a la insurrección de sus seguidores el día en que el Congreso certificaba los votos del triunfo de Biden. “Nuestro histórico, patriótico y hermoso movimiento para hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande acaba de comenzar”, señaló tan pronto se conocieron los resultados el 13 de febrero. Al haber quedado habilitado para ejercer cargos públicos, prometió: “espero continuar nuestro increíble viaje juntos para lograr la grandeza estadounidense para toda nuestra gente. ¡Nunca ha habido nada igual!".
Con estas palabras, daba inicio a la campaña legislativa de 2022 y las presidenciales de 2024. En su plan para revertir los resultados de las elecciones presidenciales del 3 de noviembre, Trump ha recibido millonarias donaciones que utilizará para promocionar a sus candidatos. Como dice, Marjorie Taylor Green, quien recientemente fue destituida por la Cámara de Representantes de los Comités de Presupuesto, y de Educación y Trabajo, por haber promovido a través de sus redes sociales la violencia en contra de los demócratas, el racismo y la teoría conspiracionista QAnon, “el partido es solo suyo”.
La absolución de Trump ha sido posible pues su defensa no sólo negó los cargos sino adujo que la acusación era inconstitucional al estar ya fuera de funciones. Es bajo este paraguas legal que 43 de los 50 senadores del Partido Republicano escondieron la cara y votaron por absolverlo, incluido el líder de la minoría, Mitch Mc.Connell, quien después de la votación acusó a Trump de ser “práctica y moralmente” responsable de la violencia que desembocó en el asalto al Capitolio el 6 de enero, que ocasionó seis muertes y más de 140 heridos. “La decisión del Senado de hoy no aprueba nada de lo que sucedió en ese día terrible o antes (…) Simplemente muestra que los senadores hicimos lo que el expresidente no hizo: respetar la Constitución”. Un discurso que condena la actitud criminal de Trump, pero a su vez le garantiza el liderazgo del Partido Republicano.
Los hechos han demostrado que muy pocos estaban dispuestos a desprenderse de la locomotora electoral que Trump representa, razón por la cual no pudo conseguirse el 67% de los votos del Senado (50 demócratas más 17 republicanos) para inhabilitarlo a ejercer cargos públicos en el futuro. Sólo siete Republicanos votaron con los Demócratas. El asalto al Capitolio por sus simpatizantes, instigados por Trump, fue el último acto con el que pretendió arrebatarle el incuestionable triunfo a Biden, quien obtuvo más de 7 millones de votos y recibió 306 votos contra 232 de Trump en el Colegio Electoral. Con una caída en su nivel de aprobación al 30%, después de esos actos, el expresidente tuvo que dejar la Casa Blanca el 20 de enero, no sin antes reiterar que le habían robado la elección. Al salir, advirtió a sus seguidores que “el movimiento que hemos conformado, recién ha comenzado…de alguna forma nos veremos”. El Partido Republicano lo ha habilitado para continuar por ese camino.
Terrorismo interno y supremacía blanca
El peor legado de Trump es haber dejado una sociedad extremadamente polarizada al reivindicar y fortalecer a los supremacistas blancos y a agrupaciones de la extrema derecha. Según estimaciones oficiales en 2044 más de la mitad de los estadounidenses pertenecerán a alguna minoría racial. Trump lidera la resistencia para que ello no ocurra, junto a conspiradores (QAnon), grupos neonazis y otros como Proud Boys, Oath Keepers, Three Percenters, Texas Freedom Force, Boogaloo, entre varios más. Además, cuenta con el apoyo de grupos evangélicos, extendidos a lo largo y ancho de país, del cual el ex vicepresidente Mike Pence forma parte.
Enfervorizados bajo el lema de connotación racial “Make America great again” evocan la etapa anterior a la Ley de Derechos Civiles de 1964 y a la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1965, las cuales marcaron el fin legal de la discriminación y segregación racial en Estados Unidos y otorgaron a todas las personas del mundo las mismas oportunidades de ingreso a ese país. Para las organizaciones racistas, esas leyes simbolizan el fin de una época y la califican como el despojo o genocidio blanco. Trump supo recoger además el malestar de la población blanca, desplazada de sus trabajos, por el carácter neoliberal de la globalización.
Esta línea de pensamiento y de acción política fue enfrentada en el discurso inaugural del presidente Biden, quien expuso con claridad meridiana una realidad que otros mandatarios a lo largo de la historia estadounidense han preferido omitir: "El extremismo político, la supremacía blanca y el terrorismo interno", dijo, son peligros "que debemos enfrentar”. La composición racial y de género de los miembros de su gabinete son una señal de inclusión que su gobierno intenta transmitir.
Según señala el Consorcio Nacional para el Estudio y Respuestas al Terrorismo, un centro de investigación de la Universidad de Maryland, el terrorismo en Estados Unidos es abrumadoramente interno y está motivado por ideologías de extrema derecha, a menudo racistas, antisemitas, anti musulmanas y antiinmigrantes. Desde 1990, excepto en 2001, los actos de terrorismo interno de derecha han sido mucho más numerosos y más letales que los actos de terrorismo inspirados o influenciados por grupos o movimientos en el extranjero. Farhad Manjoo, columnista del New York Times, considera que la razón principal por la que la violencia política de derecha persiste en los Estados Unidos es que rara vez ha sido priorizada por las fuerzas del orden, y la razón principal por la que rara vez se ha priorizado es la renuencia política a hacerlo.
Trump y su secretario de Estado, Mike Pompeo, han negado la multiculturalidad como parte de la identidad de Estados Unidos debido a que es una manera de “distorsionar la gloriosa fundación” de esa nación. Así lo dijo Pompeo el último día de gobierno, después de que la Casa Blanca publicara un informe de la Comisión 1776 que, por instrucciones de Trump, aboga por una “educación patriótica”. Este justifica la esclavitud y defiende que se contara a los negros esclavizados como tres quintas partes de una persona. Su abolición fue una de las primeras medidas que tomó Biden, quien considera que la multiculturalidad es parte de la grandeza de Estados Unidos.
Cinco para el peso
Las últimas elecciones han puesto en evidencia que, si bien Trump mantiene todavía un fuerte respaldo electoral, este no es suficiente para ganar elecciones. El Partido Republicano ha llegado al poder, muchas veces, apoyándose en un sistema de votación obsoleto y antidemocrático que no refleja el voto popular. La elección en la primera potencia del mundo es indirecta; los ciudadanos no la definen directamente, sino que lo hace un Colegio Electoral en el que cada uno de los 50 Estados tiene asignado un número de delegados, que no refleja apropiadamente a la población votante. En 2016 el propio Trump perdió la elección popular frente a Hillary Clinton por casi tres millones de votos, pero las ganó en el Colegio Electoral.
Por eso, varios meses antes de las elecciones, Trump lideró un operativo que incluyó dos componentes: el primero, instalar en la opinión pública la desconfianza en el proceso electoral y que su derrota solo podría explicarse por la existencia de un fraude. El segundo componente fue dificultar el voto anticipado con medidas, que variaban según los Estados, pero que pueden resumirse en la presión para impedir el voto por correo, reducir el presupuesto del Servicio Postal de Estados Unidos (USPS), restringir el número de urnas, entre otras.
Entre el 3 de noviembre, día de las elecciones y el día en que Biden asumió la presidencia, Trump interpuso más de 60 demandas en tribunales de la nación, incluyendo a la Corte Suprema. Todas fueron desestimadas por falta de evidencias. Su último intento por invalidar la elección consistió en pedirle al secretario de Estado de Georgia, el republicano Brian Raffensperger, sin éxito, que “encuentre 11.780 votos”, la cantidad necesaria para ganar en ese estado. La conversación fue gravada y divulgada luego por el New York Times.
En medio del fracaso de su inescrupulosa cruzada para revertir los resultados de la elección Trump programó la gran marcha frente al Capitolio para el 6 de enero, fecha en la que el Congreso aprobaría, en un trámite formal, los votos enviados por el Colegio Electoral. Ese día, reiteró a los manifestantes que le habían robado su “aplastante victoria” mediante el fraude y que “nuestro país no se recuperará con debilidad (…) Tienen que luchar mucho más duro, mostrar más fuerza para parar el robo. Si no pelean como demonios no tendremos un país”. Las imágenes de lo ocurrido, y de lo que pudo suceder, quedarán grabadas en la retina de la historia. Y en la memoria de Partido Republicano por su complicidad.
La encrucijada del Partido Republicano
Apoyar los actos de Trump representa una degradación de principios del Partido Republicano, actualmente infiltrado por las corrientes de supremacistas blancos, conspiracionistas y grupos de extrema derecha que Trump ha fortalecido y aglutinado. El sistema electoral, bipartidista, norteamericano no deja espacio para terceras fuerzas. Salir del Partido es una suerte de suicidio político. ¿Qué harían por ejemplo figuras honorables del partido Republicano como Mitt Romney —el único senador republicano que apoyó el primer juicio político a Trump, acusado aquella vez por haber condicionado ayuda oficial al presidente de Ucrania a cambio de investigar, sin pruebas, al ex vicepresidente Joe Biden y a su hijo por cargos de corrupción— y que, el día de los desmanes en el Capitolio advirtió a sus correligionarios que lo ocurrido “fue una insurrección, incitada por el presidente de Estados Unidos” y que “aquellos que opten por seguir apoyando la peligrosa táctica de objetar los resultados de una elección democrática y legítima serán recordados por siempre como cómplices de un ataque sin precedentes contra nuestra democracia”?
Es posible que un sector minoritario se abra del liderazgo de Trump. El otrora Partido Republicano de Abraham Lincoln quedará, por el momento, en manos del ex presidente y de los supremacistas blancos, la Asociación Nacional del Rifle y los grupos de extrema derecha. No obstante, con un sector minoritario fuera del Partido se reducirá también su base electoral y, por lo tanto, sus chances para ganar elecciones en democracia, serán menores. Probablemente Estados Unidos se vea crecientemente enfrentado a la violencia y al terrorismo interno ejercidos por los seguidores de Trump quien se ha convertido en la principal amenaza que enfrenta hoy la democracia y la integridad de ese país.