Judíos árabes: entre historia de una vida en común y rupturas traumáticas
Sadia Agsous-Bienstein
Durante siglos, las comunidades judías han habitado las diversas regiones árabes, contribuyendo a forjar la modernidad cultural, económica, política y social de sus sociedades.
En memoria de Alon Confino (1959-2024), director del Institute for Holocaust, Genocide, and Memory Studies, de la Universidad Massachusetts Amherst y Elias Khoury (1948-2024), escritor libanes y gran pluma de Palestina.
La cuestión de los judíos árabes, la mayoría instalados hoy en Israel, puede enmarcarse en la historia de los países árabes, o más bien en el espacio arabo-musulmán de donde son originarios. Se trata de una cuestión nada desdeñable desde la perspectiva de una vida en común judío palestina, que tal vez podrá hacer justicia a la arbitrariedad que sufren los palestinos desde hace más de un siglo.
El término judeo-árabe se refiere a las comunidades judías que poblaron los diversos espacios árabes durante siglos. Al final de la Segunda Guerra Mundial aún se contaban entre 800.00 y 900.000 judíos repartidos por el Magreb y el Mashrek. Hoy en día, por desgracia, estas regiones ya no cuentan con dichas comunidades. Se trata, sin duda, de la extinción de una presencia muy antigua que es el resultado de varios factores, los cuales podemos resumir en tres puntos:
El nacimiento del Estado de Israel obligó a estas comunidades judeo-árabes a adoptar el nacionalismo israelí para reforzar así la construcción del Estado judío. En Israel, estas comunidades se designan mediante una categoría orientalista: son mizzahíes, esto es, orientales. Se trata de una categoría donde cabe todo, propia del contexto israelí, y que engloba no solo a judíos árabes, sino también a judíos kurdos, bereberes, turcos, persas, etc. Aunque los judíos árabes, y en general los mizzahíes, sufrieron una marginalización por parte del Estado israelí desde Ben Gurion, hoy en día, por desgracia, votan a la derecha y la extrema derecha israelíes.
El contexto colonial, sobre todo en el caso del colonialismo francés, que llevó a cabo una política de separación de estos judíos con respecto a sus entornos autóctonos, es un factor clave. En el caso de los judíos de Argelia, Francia, que ocupó el país en 1830, concedió la nacionalidad francesa a los judíos autóctonos de Argelia en 1870 mediante el conocido decreto Crémieux. Fue, desde luego, un acto de separación entre judíos y musulmanes —puesto que el decreto no afectaba a estos últimos—, así como un acto de destrucción de un judaísmo local ancestral. Cuando Francia naturaliza a los «indígenas israelitas», también realiza una división en el mismo seno de la comunidad judía, puesto que excluye de la ciudadanía a los judíos de M’zab —Ghardaia y alrededores—, que no fueron franceses hasta julio de 1961.
Por último, es importante tener en cuenta el factor del fracaso y la incapacidad del nacionalismo árabe a la hora de ofrecer a las minorías, incluidas las judías, garantías de existencia legislativa, política y económica en la nueva era poscolonial, que presagiaba la construcción de sociedades fundadas en los principios de libertad e igualdad. Muy al contrario, muchos regímenes nacionalistas adoptaron, en ese frenesí de construcción del Estado nación, políticas de exclusión e incluso de expulsión de minorías, sobre todo minorías no árabes y no musulmanas.
Esa gran mayoría de judíos del Magreb y el Mashrek que emigraron a Israel dejaron tras ellos sinagogas, cementerios y todo un registro cultural y social que, poco a poco, está desapareciendo de la memoria colectiva de las diversas sociedades que pueblan el espacio árabe, lo cual es flagrante sobre todo entre la juventud. Pero ¿quiénes son esos judíos árabes? ¿De dónde vienen? ¿Qué queda de su presencia en el espacio árabe? ¿Hay alguna posibilidad de reconstrucción de una vida judío arabo musulmana en común? Y si es así, ¿dónde?
Origen y vida en común en el espacio arabo-musulmán
Los judíos árabes —o judíos de los países árabes— se instalaron tanto en el Magreb y el Mashrek como en la Península arábiga desde la Antigüedad hasta la época contemporánea.
En el siglo VII en Arabia Saudí vivían numerosas tribus judías en la región de Medina (antes Yatrib). Los Banu Qaynuqa, Banu Nadir y Banu Qurayza estuvieron en contacto con el profeta Mahoma y sus compañeros cuando estos tuvieron que huir de La Meca. La comunidad judía de Bagdad prosperó con el paso de los siglos hasta convertirse en un centro intelectual y espiritual muy importante, depositario, entre otras, de la tradición del Talmud babilonio. Egipto fue el centro del caraísmo, una corriente judía que solo acepta la ley escrita —de la Torá—. El descubrimiento de la Geniza de El Cairo —un depósito de archivos sagrados— en la sinagoga de Ben Erza, donde se hallaron cientos de miles de manuscritos en hebreo, arameo, judeo-árabe y árabe compuestos entre los años 800 y 1880, dan fe no solo de la historia social, económica y cultural de la vida judía en el espacio arabo-musulmán y mediterráneo, sino también de las relaciones judío árabes y musulmanas. El investigador Gabriel Hagai explica esas relaciones mediante la legitimación del judaísmo en el Corán:
«Para un judío que habitaba en tierras del islam era importante que el Corán legitimara o no sus prácticas religiosas. […] Durante su larga historia, el judaísmo se enfrentó a una serie de aspiraciones más o menos decididas a provocar su desaparición por parte de otras religiones, sobre todo el zoroastrismo y el cristianismo. ¿Sucedió lo mismo con el islam? Las crónicas humanas consignan que, pese a ciertos avatares anecdóticos y circunstanciales —que iban desde la conversión forzosa hasta la masacre—, la convivencia judío musulmana se llevó a cabo sin roces, e incluso podríamos decir en un clima de enriquecimiento recíproco».
La existencia de lugares sagrados compartidos entre judíos y musulmanes refleja las raíces históricas comunes de ambos grupos religiosos, así como los vínculos espirituales que forjaron a través del tiempo. En Lod, en Israel, las tres religiones monoteístas veneran la tumba de San Jorge, que según la leyenda salvó a Beirut del dragón. Tanto los musulmanes como los judíos veneran a Sidi Mehrez, santo patrón de Túnez, como su protector. Este «culto sincrético de los santos» es un espacio tiempo donde, tal y como señala Gabriel Hagai, «los judíos celebran con sus vecinos musulmanes el musam del valí local, mientras que estos celebran con los judíos la hilula del sadik del lugar. Y es que, en la mente de los nativos, los milagros atribuidos al santo que funcionan para la rama familiar de una religión, funcionan asimismo para la de la otra».