Jalón de Pelos

Por: 

Nicolás Lynch

Lo que hubiera sido un escándalo preocupante en una democracia deviene en un asunto menor en un régimen autoritario como el actual. ¿Qué es un jalón de pelos frente al asesinato de un esposo o de un hijo? De acuerdo con lo informado por los medios de comunicación, las dos mujeres que se acercaron a Dina Boluarte en Ayacucho, eran una madre de un joven asesinado en las movilizaciones de hace un año y la otra esposa (hoy viuda) de otro movilizado. Se acercaron a reclamarle a Boluarte por justicia, a clamar contra la impunidad de lo que todo indica fueron asesinatos a mansalva de las fuerzas del orden, en este caso del desorden, en la represión del gran movimiento social del año pasado.

En este territorio hostil Boluarte no tuvo mejor idea que lanzar caramelos al aire como si fuera una fiesta infantil y no me uno aquí al tropel de áulicos que insisten en que estuvo mal asesorada, falso. No es mal asesoramiento, es desprecio por el pueblo de Ayacucho y por los deudos de las víctimas, de esta y otras ciudades sur andinas que se levantaron hace un año. Ese desprecio que viene de la soberbia que les da lo que creen un poder omnímodo, es lo que lleva a esta situación.

Sin embargo, el jalón de pelos va más allá. Es señal del grave aislamiento del gobierno del Perú frente a sus ciudadanos, ejecutivo y congreso incluidos, una metáfora de la ilegitimidad con la que se mueve el poder político en el país. Tan seguros se sienten en sus puestos estos individuos que el 90% en promedio que tienen de desaprobación en las encuestas no los ha despertado de su sueño autoritario ni parece que el jalón de pelos vaya a hacerlo tampoco.

Pero a los que insisten en hablar del jalón como violencia criminal, les digo que me permitan hablar del contexto. Se trata de un gobierno producto de la fuerza, donde un contragolpe del congreso le entrega todo el poder a quienes perdieron las elecciones del 2021. Esto despierta la ira popular y lleva a la activación de la movilización social. Esa movilización, que el poder ha optado por reprimir sangrientamente, es la que ha propiciado, a pesar de sus pausas, el aislamiento gubernamental.

Si una de las características del estado es el control del territorio, la gente que gobierna no controla el espacio peruano ni adentro, ni afuera de nuestras fronteras. Adentro, lo vemos en el reiterado rechazo que tienen ministros, presidenta, congresistas y altos funcionarios donde vayan. La acusación además es puntual: ¡asesinos! ¡Dina asesina! es lo que le gritaban los ayacuchanos en medio del jalón de pelos, hartos de la impunidad con que se han tratado las masacres del sur andino durante las protestas. Afuera, en el aislamiento que deben soportar en cada reunión a la que van, en las que una y otra vez no les dan la mano y les recuerdan su verdadero carácter de gobierno autoritario y represor.

Esto, por supuesto, no se arregla solo con cambiar el operativo de seguridad de Boluarte, que, a la luz de los acontecimientos, da pena. Esto se arregla con una salida democrática a la aguda crisis política, lo que empieza por terminar con la impunidad reinante y avanzar a tener elecciones lo más pronto posible y a un régimen donde un jalón de pelos presidencial bien valga un escándalo.