Integración, geopolítica y progresismo

Por: 

Alberto Adrianzén M.

Es un error que la Cancillería haya respondido a los ataques del presidente Gustavo Petro afirmando que la Alianza del Pacifico (AP) y otros organismos internacionales no deben ser politizados. En realidad, todos ellos lo están. Ello incluye a la propia AP que creo Alan García para competir y combatir lo que él llamó la Alianza del Atlántico, integrada en esos años por Brasil, Venezuela y Argentina. Lo que pasa es que hoy han cambiado los dueños y eso es lo que no les gusta.  

La AP en sus inicios estaba conformada por gobiernos de derecha (México, Chile, Colombia y Perú) y sus principales objetivos eran, por un lado, establecer una sólida alianza con EEUU, como sucedió años después, y por otro, torpedear el proceso progresista de integración por el que pasaba la región y que tenía como su principal expresión a la UNASUR. Que hoy la orientación política de los miembros de la AP haya cambiado y que una mayoría de países de este grupo esté enfrentada al gobierno peruano, no quita que siga siendo, como lo fue desde el inicio, un instrumento político porque su importancia económica, más allá de la propaganda del gobierno peruano, siempre fue menor si la comparamos con la política.

En este contexto si algo nos debe quedar claro es que a ni a México, Colombia ni a Chile les interesa seguir manteniendo una AP dividida políticamente. Una explicación para ello es que económicamente no les es tan necesaria como alega la Cancillería peruana, porque estos cuatro países ya tienen tratados de libre de comercio entre ellos y con otros países. La otra es que lo que quieren estos tres países es una AP políticamente homogénea ya que consideran que los desacuerdos paralizan. Dicho con otras palabras: le hablan de Pedro para que entienda Dina. 

Un buen ejemplo de esta “guerra diplomática” es el comportamiento del presidente mexicano López Obrador de no querer entregar la presidencia del Acuerdo del Pacifico y decir que va a consultarle al Grupo de Río, organismo que ya no existe, si lo hace o no, es tan arbitrario como fantasioso. Es, acaso, un remedo de “política imperial” y de una diplomacia hiperpresidencialista. Habría que añadir que la cercanía de México a EEUU es lo que define su política exterior más allá de la pretensión de López Obrador de encabezar el bloque progresista en la región. 

Otra explicación es que estos países, en especial Colombia y Chile, comparten una evaluación similar respecto a las características del ciclo progresista que estaría comenzando nuevamente en la región. Hoy la derecha regional tiene como principal objetivo polarizar América Latina. Lo que sucedió en Brasil a los pocos días de la llegada de Lula a la presidencia nos dice que esta derecha “trumpista” y neoconservadora, que es ya internacional, está dispuesta a dar una dura batalla contra el progresismo regional. En estos días la derecha colombiana prepara lo que podría ser una masiva movilización cuyos signos principales son el anticomunismo y el cuestionamiento a Gustavo Petro como presidente. En Chile a Boric no le va bien luego del fracaso del referéndum. Fracaso que puede terminar en que siga vigente en ese país la constitución del dictador Pinochet. Ni Petro ni Boric quieren repetir el proceso por el cual pasó Pedro Castillo y menos terminar como él. El Perú es hoy día el “patito feo de la región, el mal ejemplo. Lo que hay que evitar.

El problema que tiene esta estrategia que divide y polariza a vecinos de la región es que no toma en cuenta que estamos viviendo lo que podemos llamar una transición geopolítica a nivel mundial y que ello está llevando a una redefinición política y económica de los espacios geográficos y una nueva distribución del poder internacional que militariza aceleradamente las políticas exteriores de las grandes potencias y de otros países. Antony Blinken, Secretario de Estado de EEUU, le acaba de decir a China que la “línea roja” que no debe cruzar no es solo Taiwán sino también la entrega de armas a Rusia ya que ello podría ocasionar una “catástrofe nuclear”. Hoy EEUU no tiene límites, como lo acaba de mostrar la denuncia del famoso y premiado periodista norteamericano Seymour Hersh que evidencia fue el gobierno de EEUU, con la ayuda de Noruega, quien saboteó el gaseoducto ruso Nord Stream, así como también la fiscalía sueca que ha dicho que el atentando solo lo pudo hacer un “actor con capacidad estatal”.

En este contexto, la guerra en Ucrania está pasando de ser un conflicto local a ser un conflicto global.  El noruego Jens Stoltenberg, Secretario General de la OTA N, ha dicho recientemente “le daremos lo necesario a Ucrania para que gane la guerra”. Los discursos tanto Putin como Biden pronunciados el 21 de febrero, tres días antes de cumplirse el primer año de la invasión rusa a Ucrania han desatado una ola de pesimismo y preocupación. Putin ha afirmado “Cuantas más armas suministren (a Ucrania) más lejos iremos”. Rusia acaba de suspender su participación en el Tratado Start III con lo cual volverá a hacer ensayos nucleares reales y a mejorar sus misiles hipersónicos.  Mientras que Biden afirmó en su discurso en Polonia, que la “OTAN está más unida que nunca”, que “Ucrania nunca será una victoria para Rusia, nunca” para luego añadir: “La guerra nunca es una necesidad. Es una tragedia. El presidente Putin eligió esta guerra”. Putin ha respondido: “Occidente ha empezado la guerra”. Para algunos, como la TV española Negocios, el 22 de febrero fue el primer día de una segunda guerra fría ya que tenemos. ahora sí, dos bloques claramente enfrentados: EEUU y Europa de un lado y China y Rusia del otro. Incluso otros afirman la que guerra en Ucrania es el primer capítulo de una tercera guerra mundial

En este contexto tan complejo como difícil y que seguramente le planteará a los países de la región definiciones claras y precisas, no hay que olvidarse que, en el proceso de integración impulsado durante el primer ciclo progresista en nuestra región, la propuesta de crear tanto mecanismos de seguridad regional como organismos propios, uno de ellos UNASUR, se estancó debido, además del trabajo de la derecha internacional, a los conflictos internos y a la división entre los países de la región. Es bueno recordar que, en la política y en la diplomacia, la “verdad política”, sobre todo ahora, es la integración. Por eso me pregunto a qué juegan México, Colombia, Chile y Perú, porque si a algo no juegan es a la unidad y a la integración regional.