Hace 50 años: ¡Velasco revolución!

Por: 

Nicolás Lynch

Hace 50 años, el tres de octubre de 1968, hubo un golpe militar en el Perú. Pero no fue un golpe similar a los que nos tenía acostumbrados la oligarquía de entonces, pagándole al caudillo militar de turno para que defendiera sus intereses cada vez que los sentía amenazados. Se trató más bien de un golpe institucional de las Fuerzas Armadas encabezadas por el General Juan Velasco Alvarado, que reaccionó frente al entreguismo del primer gobierno de Fernando Belaunde, incapaz de recuperar el petróleo para el Perú.

Este pecado original, el golpe de Estado, le ha servido, sin embargo, a la vieja oligarquía y a sus herederos actuales para denostar del gobierno de Velasco y descalificar todo lo que hizo luego. Sin embargo, el golpe y la recuperación del petróleo a los pocos días, dieron inicio a un período de transformación social (1968-1975) como nunca antes había vivido el Perú.  

Vale decir que no lo favoreció  el contexto internacional de la época. Llegaban al final o ya habían terminado los gobiernos nacional-populares que surgieron con la crisis de 1930, Allende fue el penúltimo y el último sería Velasco. La guerra fría aún estaba en auge y asomaba la gran crisis capitalista que finalmente explotaría en 1973. 

A pesar de todo, el gobierno de Velasco realizó la reforma agraria más importante de su época, terminando con el poder gamonal, siempre contrario a cualquier democracia. Recuperó los recursos naturales, no sólo el petróleo. Desarrolló una política industrial y de cogestión empresarial, buscando romper con el modelo extractivista. Igualmente, reconoció el quechua como lengua oficial y llevó adelante una política cultural y educativa centrada en valores nacionales y en una educación para el trabajo. Desarrolló una política exterior independiente, en defensa de la soberanía nacional y promovió la integración regional. Asimismo, dio leyes laborales a favor de los trabajadores, reconoció más sindicatos que todos los que se habían reconocido en la historia anterior, promoviendo en este proceso la movilización social, tanto a favor como muchas veces en contra del sesgo castrense de sus reformas.

Paradójicamente, siendo una dictadura, impulsó también la democratización social —la consideración del otro como igual— como esencia de sus reformas. Es cierto, que su afán de igualación social no consideró suficientemente la diversidad de nuestros pueblos, pero debemos tener en cuenta que fue el primer y gran golpe al poder oligárquico desde el propio Estado. Todavía tengo grabada en mi retina la foto que muestra a Velasco en el medio de la pampa de Anta, en el Cusco,  de rodillas y abrazado de una campesina, que al verlo se había echado a sus pies llorando y se negaba a levantarse. 

En pocas palabras el de Velasco fue un gobierno nacional, distinto y hasta opuesto al sinnúmero de gobiernos  coloniales, sirvientes de poderes extranjeros, que hemos tenido a lo largo de nuestra historia y en especial en los últimos 25 años. Un gobierno que tuvo como característica central el preocuparse por el bienestar del conjunto de la población y no solo por una pequeña minoría, como había sucedido antes y ha continuado sucediendo luego. 

Carlos Franco, en uno de sus magistrales ensayos sobre aquel proceso, nos dirá que este carácter “socialmente democratizador” estaba en contradicción con el autoritarismo militar del régimen y que este sería el conflicto insalvable que a la postre lo llevaría al fracaso. 

Muchos izquierdistas de mi generación nos opusimos —desde la izquierda— al gobierno de Velasco. Nos equivocamos. El carácter militar del proceso no nos dejó ver que la democratización social y la construcción de la nación son tareas abigarradas y múltiples. No teníamos idea tampoco de lo que vendría después: el saqueo de nuestras riquezas y la sobre explotación de las mayorías como nunca se ha visto en la historia del Perú. Aprendamos de esta reacción sectaria, para que no vuelvan a pasarnos factura por nuestra soberbia.

Quedan, sin embargo, otras lecciones fundamentales del velasquismo. Quisiera señalar solo una. La construcción de la democracia no va por negar el gobierno de Velasco, como ha insistido la derecha en el último medio siglo, sino por ir más allá del mismo. Esto significa retomar, en las muy distintas condiciones actuales, el proceso de democratización social para que sobre esta base se pueda articular una democracia política sólida y no pegada con las babas de la corrupción como la actual.

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