El velasquismo como “Momento constituyente”
Alberto Adrianzén M.
En estos días se cumplen cincuenta años del golpe militar que encabezó el general Juan Velasco Alvarado que derrocó al presidente Fernando Belaunde y que dio inició a lo que se llamó en esos años el “Proceso Revolucionario de las Fuerzas Armadas”, más conocido como “velasquismo”.
Lo menciono porque lo que hoy nos sucede en la política, en la vida social y cultural, tiene que ver con el “proceso velasquista”. Mi tesis es que los problemas del presente, guardan relación con este proceso de cambio inacabado, y también revertido por los grandes grupos económicos y de derecha, entre ellos el fujimorismo y el aprismo (o alanismo) que vieron en el “velasquismo” la causa de todos los males nacionales y un “eterno enemigo” a derrotar.
Si aceptamos lo dicho hasta aquí debemos reconocer que el velasquismo, más allá de su sello y rasgos autoritarios, fue un acontecimiento histórico que inauguró un nuevo ciclo político, pues buscó no solo cambiar el país de esos años, sino que dejó una huella y un camino por el cual los peruanos seguimos transitando.
Reformas radicales
El velasquismo buscó crear nuevas reglas y garantías de regulación de las disputas entre el capital y el trabajo, redefinir de manera sustantiva a la democracia representativa como era vivida hasta ese momento, redefinir las relaciones entre el campo y la ciudad, entre nación y el sistema internacional, emancipar al campesinado mediante el acceso a la propiedad de la tierra y el fin del gamonalismo y los terratenientes. La radicalidad del velasquismo, en este contexto, se basó no solo en la aplicación de un conjunto de reformas que afectaban a determinados grupos tradicionales, sino también en que intentó fundar un nuevo orden social radicalmente distinto. Fue, por lo tanto, un “momento constituyente”; es decir, un momento en que el poder político busca establecer un nuevo orden social. Ese poder, años después, se expresó parcialmente en la Constitución de 1979.
Por eso al velasquismo podemos definirlo como una “revolución política”, entendida como la separación radical entre el poder político y la propiedad y, más específicamente, de la propiedad de la tierra. Este tipo de revolución conduce, siguiendo a Marx, a poner fin a la exclusión del individuo del Estado. En una estructura donde poder y propiedad están ligados, como fue en el período oligárquico, el poder del Estado es “incumbencia especial de un señor disociado del pueblo y de sus servidores”.
La revolución política, en ese sentido, eleva “los asuntos del Estado a asuntos del pueblo”, es decir, constituye al Estado “como incumbencia general” y crea un “pueblo” que es la unión de hombres y mujeres que, como diría Cicerón, “aceptan las mismas leyes y tienen intereses comunes. El motivo que impulsa a este agrupamiento no es tanto la debilidad cuanto una inclinación de los hombres a vivir unidos”. Es decir, fundar una República.
Dicho con otras palabras, el velasquismo sentó las bases para el advenimiento de una democracia moderna, antioligárquica y plural como también para el nacimiento de un pueblo libre, capaz de autodeterminarse y de “vivir unido”. Su propuesta fue construir un país de “plebeyos” sin “señores”.
En este contexto, tanto el fujimorismo, la Constitución de 1993, y el “continuismo neoliberal”, son hechos que van a contracorriente del ciclo histórico que inauguró el proceso velasquista y que se mantiene inconcluso. Por eso es que hoy se vuelva a plantear el tema del “momento constituyente” como la necesidad de una Asamblea Constituyente y de un “pueblo”, no para reeditar o repetir el pasado, sino para construir un futuro que hasta ahora es esquivo para todas las peruanas y peruanos.
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