Hablemos de “periodismo”

Por: 

Laura Arroyo. Directora del podcast “La batalla de las palabras”

“Hay un periodismo que tiene tortícolis de mirar tanto hacia arriba
y que vive demasiado ajeno al ahí afuera.”
(Olga Rodríguez)

“La polémica cortoplacista da muchos clics, mucha visita, mucho ruido, 
pero no deja nada al final de la semana, el mes ni la vida.” 
(Jacqueline Fowks)

“El periodismo de investigación es el servicio de inteligencia del pueblo, 
de la gente, de la masa.”  (Gustavo Gorriti)

Hablar de la palabra “periodismo” no es tarea fácil. Se trata de una palabra fracturada en su sentido, y que, por tanto, se encuentra en disputa junto con otras palabras que la orbitan y que hoy atraviesan una especie de transformación conceptual a fuerza de agendas que así lo promueven. Pensar en “periodismo” de la manera más aséptica posible nos llevaría a pensar en una profesión. Sin embargo, y este es el problema con intentar definir las palabras de manera aséptica, sabemos que las comunidades de sentido que conformamos en torno a ellas nunca lo son. Las palabras son políticas. El consenso y acuerdo tácito sobre aquello a lo que aluden o, por el contrario, la disputa cuando se fractura ese consenso, es un ejercicio político. “Periodismo” encaja en esa disputa, sobre todo cuando entendemos que no es sólo una profesión, sino un vínculo con el ejercicio del poder de los países y que bien ejercido constituye una alianza con la democracia o, en su defecto, una amenaza contra ella. 

‘Los cínicos no sirven para este oficio’

En el libro ‘Los cínicos no sirven para este oficio’ , Ryszard Kapuscinski, uno de los grandes referentes del periodismo internacional, defiende la tesis planteada en un título provocador. Sin duda, pensar en la condición de quien ejerce la profesión podría parecer exagerado, pero la palabra que nos convoca nos obliga a ello. Esto no supone apuntar únicamente al periodista. Por el contrario, lo que señala el autor es la necesidad de entender esta profesión como una profesión colectiva y comprometida con ese espacio de lo común. De ahí que el cinismo quiebre el sentido de la misma. El periodismo no existe como ejercicio individual, sino que se construye a sí mismo desde el ejercicio común que guardo por ello, de manera intrínseca, una relación con la ética, el bien común, el interés general y la verdad. 

Tal vez algún lector o lectora crea que Kapuscinski partía de un análisis idílico de la profesión, pero esto no es así. Parte de la conciencia de la responsabilidad de la profesión, y este convencimiento sobre el impacto del periodismo en el devenir social está más vigente que nunca. Hoy que oímos (mal)utilizar conceptos como “libertad de expresión” o “(des)información”, el papel del periodismo se coloca en primera línea. Para ello, sin embargo, vamos a desmontar dos mitos: el mito del mensajero inmune y el mito del librepensador.

El mito del mensajero inmune

El mito del mensajero inmune es aquel por el cual se nos dice que los y las periodistas son sólo eso: mensajeros. Unos mensajeros totalmente imparciales, totalmente objetivos, totalmente despercudidos del contexto político, histórico y social que nos cuentan la realidad desde esas coordenadas inalteradas. Esto es falso. Los y las periodistas no son mensajeros, son actores políticos. El desarrollo de su profesión es político. No nos narran la realidad tal cual es, sino tal cual la presentan según sus anteojos y, en demasiadas ocasiones, según la mirada de quienes financian los medios en los que trabajan. Desde el periodismo se delinea la realidad, se define la intensidad de esta realidad, se delimitan los tiempos en que esta realidad se presenta, se configuran los temas de los que se hablan en el debate público y, por supuesto, la forma en que se hablará de ellos. Pero hay más, desde el periodismo también se legitiman ciertas voces en el debate público y tantas otras se invisibilizan. De esta manera, el periodismo decide quién puede hablar de la realidad y quién sólo puede y debe escuchar esas narraciones hegemónicas. No, el periodismo no es neutral, no es imparcial y no es un mensajero inmune al contexto político e histórico. Es un actor involucrado en ese contexto desde un lugar de enunciación de poder. Por eso hablamos de poder mediático y, los y las periodistas, son articuladores cotidianos de ese poder.

El mito del librepensador

El mito del librepensador es también interesante. Según este mito, tú que me lees y yo que escribo somos completamente impermeables a los medios de comunicación, su narración de la realidad, sus marcos políticos, sus mensajes y, por supuesto, sus agendas. Esto, lamento decirlo, es también falso. Ninguno de nosotros ni nosotras puede escaparse del impacto del periodismo ni de las narraciones que este impone desde el ejercicio de su poder. ¿Por qué? Porque los medios de comunicación son el principal espacio de producción ideológica y cultural de nuestra época. De ahí que veamos que, con matices seguramente, la gran prensa en los países suele estar concentrada en muy pocas manos que, curiosamente, son las manos que también concentran otros poderes como el económico, el empresarial, el político, etc. No es que tener un periódico sea especialmente rentable, como tampoco lo es ser dueño o accionista de un canal de televisión. En España, por ejemplo, la iglesia católica tiene diversas estaciones radiales, pero una de ellas (La Cope) es una de las más oídas en el país. ¿Creen que le da especiales y cuantiosos réditos económicos? No. La inversión que hacen desde los poderes en los medios de comunicación no retorna en dinero, sino en algo aún más importante: en la capacidad de marcar la agenda, el debate público y orientar las posturas de una sociedad. Y ninguno de nosotros ni nosotras puede escapar a este poder.

El periodismo resulta fundamental para las democracias

Desmontados ambos mitos podemos convenir en que el periodismo resulta fundamental para las democracias. Por ello para la periodista de investigación y profesora peruana, Jacqueline Fowks, el “deber ser” del periodismo es tan importante y lo vincula directamente a la relación de esta profesión con el interés público o bien público. En la misma línea, la periodista y escritora española, Olga Rodríguez, recuerda por qué el periodismo es el “cuarto poder”. Es imposible desligar a la profesión de esta característica. Se trata de un poder que “demasiado a menudo es ejercicio sin ética y sin la conciencia de la responsabilidad social que eso supone en cualquier país democrático”.

Podríamos abordar la situación de disputa actual sobre la palabra “periodismo” desde muchas aristas. Podríamos enfocarnos, como hemos hecho líneas arriba, en la falta de conciencia de su impacto social y político, y en su irresponsabilidad al desligarse de la ética. Podríamos enfocarnos también en el impacto del poder financiero en las redacciones y comités editoriales mediáticos y cómo este hecho cambió las dinámicas internas del desarrollo periodístico desde una perspectiva mercantilista que puso a la información y su relevancia en un segundo plano. Podríamos enfocarnos también en la desinformación como un sello distintivo del periodismo de nuestra época y en sus consecuencias. Para ello no basta con denunciar a las fakenews (noticias falsas) pues para hablar de desinformación toca mirar la foto más grande y denunciar también las medias verdades, la opinión editorial por encima de la narración de una realidad contando con sus múltiples voces, el nulo rigor semántico para aludir a temas complejos, etc. Podríamos enfocarnos también en el crucial papel del periodismo de investigación como agente que permite desnudar al poder y los casos de interés público para fiscalizar a dicho poder. En palabras del periodista de investigación peruano, Gustavo Gorriti, “el periodismo de investigación es el sistema de inteligencia del pueblo”, pero, además, demanda un ejercicio de responsabilidad aún mayor pues su acción conlleva a consecuencias gravitantes para la gente. Por lo mismo, el periodismo de investigación ha de ser protegido, a la vez que defendido también desde dentro por periodistas que sí están a la altura de este rol. 

El periodismo es un “poder”

Pero me interesa aterrizar en suelo peruano y apuntar un tema final sobre el cual poco se habla porque además de impopular suele tener costes. Si convenimos que el periodismo es un poder, y que su ejercicio responsable ha de considerar la pluralidad de un país pues, de lo contrario, no hay un desarrollo de la profesión desde la rigurosidad que una democracia existe, resulta fundamental hablar de la democratización del periodismo. En un país donde el 80% de los medios de comunicación en sus diferentes formas (radial, televisivo, escrito, etc.) se encuentra en las manos de un mismo grupo de poder económico, no existe democratización mediática. La consecuencia de la concentración en un gran grupo de poder tiene que ver directamente con la constante, sistemática y notoria pérdida de legitimidad que año a año vive la gran prensa limeña que, en el Perú, se considera “prensa nacional”. Y esto no quiere decir que no esté permitido que un grupo de poder económico cuente con medios para desplegar sus agendas, intereses, y puntos de vista. Sin embargo, si sólo un grupo de poder cuenta con la posibilidad de desplegar oligopólicamente sus intenciones, la democracia no es tal. En esta suerte de democracia incompleta, los poderes mediáticos son fundamentales. Y para muestra, un botón. Hagamos memoria y recordemos el tipo de debate público que se propició desde todos los medios del Grupo El Comercio respecto a la propuesta de Reforma Tributaria impulsada por el entonces ministro de Economía y Finanzas, Pedro Francke. Las portadas, los titulares, las preguntas de las entrevistas, el tipo de entrevistados, los mensajes, los reportajes, los comentarios editoriales, los cintillos, la composición de las escaletas de cada programa, el tiempo destinado al tema y el enfoque del mismo, seguían exactamente un mismo patrón: apuntar a la falta de idoneidad de la reforma. Del mismo modo, cada vez que hemos visto avances en materia laboral en los últimos años, estos se han logrado pese al poder mediático que siempre vaticina que las empresas se irán del país, que viviremos un apocalipsis económico y que no son derechos laborales, sino condenas para los empresarios. ¿Es esta la realidad? No. Es una visión de ella. La visión del poder económico y empresarial que tiene en el oligopolio mediático de El Comercio a su principal y más útil portavoz. ¿Es esto periodismo? ¿Es esto democracia?

“estar bien informado es una militancia”

Finalmente, cierro con una idea de Olga Rodríguez: “estar bien informado es una militancia”. Y, añado, es un deber de nuestros tiempos en que la palabra “periodismo” se encuentra quebrada no sólo ser una militante de la información, sino también hacer pedagogía mediática. Saber explicar los entramados del poder detrás de esta profesión y desnudar los mitos de los que hablamos al inicio. Sólo así recuperaremos el sentido de una palabra tan venida a menos por responsabilidad de los mismos poderes que vacían de sentido a la profesión al ponerla a merced de otros intereses que el bien común, la verdad, la ética y el rigor. Recuperemos la palabra “periodismo”, no olvidemos que, como decía Kapuscinski, “las guerras siempre empiezan mucho antes de que se oiga el primer disparo, comienza con un cambio del vocabulario en los medios.” Cuidemos las palabras.

Estas reflexiones son producto del primer episodio de la segunda temporada del podcast “La batalla de las palabras” que pueden oír completo aquí: