Fidel

Por: 

Nicolás Lynch

Su vida marcó una época en la historia de América Latina, la época de la lucha armada por la justicia social y la independencia nacional. Una época que a nivel mundial se llamó guerra fría, por el enfrentamiento entre las superpotencias Estados Unidos y la Unión Soviética, y en la que no había otra posibilidad en la zona de influencia de alguno de los superpoderes que tomar las armas para luchar por el cambio social. Fidel Castro es el símbolo de esa época porque fue uno de los primeros en rebelarse contra el imperio norteamericano luego de la Segunda Guerra Mundial y fue exitoso en ese empeño.

Su gesta y la de los guerrilleros de Sierra Maestra inspiró a varias generaciones de latinoamericanos en su lucha por la transformación de sus sociedades porque fue un ejemplo concreto de que una revolución era posible. Por esa razón, en los primeros tiempos de existencia la revolución cubana tuvo un carácter de gesta heroica, de haber alcanzado lo imposible y ello elevó a sus líderes, a Fidel Castro pero también al Che Guevara, a la categoría de santos laicos.

Sin embargo, el curso de los acontecimientos dejó ver las limitaciones del empeño revolucionario. Primero el bloqueo norteamericano y luego la alianza con la Unión Soviética llevaron a Cuba a un alineamiento con el denominado “campo socialista”, garantizando su supervivencia pero atándolos a un modelo de partido único y economía planificada que mostraría muy serias limitaciones. Con la caída del Muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética vino en Cuba el denominado “período especial” de agudas carencias económicas y graves dificultades políticas, agudizándose los problemas de la adhesión inicial al sistema soviético, por lo demás en ese momento ya desaparecido.

Empero, Fidel y la dirigencia cubana entendieron el cambio planetario, no solo por la habilidad para sortear la dificultades en Cuba, sino para entender que la lucha armada había quedado atrás y que ahora se trataba de apoyar el cambio social respetando los procesos de cada pueblo e insertando el mismo en la lucha por la democratización social y política. Su apoyo al giro progresista de los principales gobiernos de América Latina que han buscado transformaciones en democracia en estos primeros años del siglo XXI, pero sobre todo el apoyo último al acuerdo del gobierno colombiano con las FARC, que ha incluido alojar las conversaciones, son los ejemplos de este cambio.

Pero donde se han expresado mejor los nuevos vientos es en el entendimiento con la administración Obama para restablecer relaciones diplomáticas con los Estados Unidos. Si bien ello no implica aún terminar con el bloqueo, es un deshielo sustantivo que ha llevado a los Estados Unidos a reconocer al gobierno cubano, así como la soberanía nacional de Cuba para llevar adelante sus asuntos, cosa que había estado en veremos durante más de medio siglo. Las posibilidades de que el próximo gobierno de Donald Trump retroceda al respecto son reales, pero difícilmente podrá regresar al punto anterior al actual entendimiento.

¿Hasta dónde el realismo demostrado frente a América Latina y los Estados Unidos en los últimos años impacte en la democratización cubana es todavía una incógnita? Pero difícilmente la dinámica interna se podrá mantener aislada del cambio mundial. En este sentido la desaparición física del líder máximo que cierra definitivamente  la época heroica, con todo el dolor que ello implica por la pérdida de quien hizo posible que Cuba dejara de ser una colonia de los Estados Unidos, es también una oportunidad para mirar a un futuro que señala la justicia social como indesligable de la democracia política.

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