El virus pone al desnudo la fragilidad del Contrato Social
Editorial – Financial Times (*)
Se requieren reformas radicales para forjar una sociedad que funcione para todos. La pandemia de coronavirus ha expuesto la fragilidad de la economía de muchos países.
La pandemia del Covid-19 ha inyectado una sensación de solidaridad en sociedades polarizadas. Pero el virus, y los cierres de empresas necesarios para combatirlo, también arrojan una reveladora luz sobre las desigualdades existentes, e incluso crean nuevas desigualdades.
Más allá de derrotar la enfermedad, la gran prueba que enfrentarán muy pronto todos los países es si los actuales sentimientos de objetivos comunes modelarán la sociedad después de la crisis. Como aprendieron los líderes occidentales con la Gran Depresión, y después de la II Guerra Mundial, para exigir sacrificios colectivos debes ofrecer un Contrato Social que beneficie a todo el mundo.
La crisis actual está poniendo al desnudo cuán lejos de este ideal se quedaron las sociedades ricas. Del mismo modo que la lucha para contener la pandemia ha expuesto la impreparación de los sistemas de Salud, ha quedado expuesta la fragilidad de las economías de muchos países, mientras los gobiernos salen en desbandada para prevenir quiebras masivas y hacerle frente a un desempleo no menos masivo.
A pesar de inspirados llamamientos a la movilización nacional, no estamos todos realmente unidos en esto. Los cierres de empresas le están imponiendo el costo más pesado a aquellos que ya son los más pobres. De la noche a la mañana se perdieron millones de empleos y sustentos en los sectores de la hotelería, del esparcimiento y otros sectores relacionados con ellos, mientras trabajadores más calificados y mejor pagados se enfrentan solo a la molestia de trabajar en casa. Peor aún, quienes están en los empleos peor pagados y que aún pueden trabajar, frecuentemente arriesgan sus vidas, como el personal sanitario, reponedores de productos en los supermercados, choferes de camiones de entregas, basureros y trabajadores de la limpieza.
Los presupuestos extraordinarios que los gobiernos destinan a apoyar la economía, aun cuando son necesarios, empeorarán la situación. Los países que toleraron la emergencia de un mercado del trabajo irregular y precario se encuentran ante la dificultad de canalizar la ayuda hacia los trabajadores que trabajan en esos empleos. Mientras tanto, el vasto relajo monetario de los Bancos Centrales ayudará a los más ricos. Detrás de todo eso, servicios públicos desfinanciados se hunden bajo la obligación de aplicar políticas de crisis. El modo en que luchamos contra el virus beneficia a unos a expensas de otros. Las víctimas del Covid-19 son mayoritariamente las personas de edad.
Pero las peores víctimas del cierre de empresas son los jóvenes y los activos, a quienes se les pide suspender su educación y renunciar a sus ingresos. Los sacrificios son inevitables, pero cada sociedad debe demostrar cómo recompensará aquellos que se llevan la carga más pesada del esfuerzo nacional. Se requiere poner reformas radicales en la mesa, y revertir la orientación de las políticas que han prevalecido en las últimas cuatro décadas.
Los gobiernos deben aceptar un rol más activo en la economía. Deben ver los servicios públicos como una inversión y no como un lastre, y buscar modos para que el mercado del trabajo no sea tan inseguro. La redistribución (de la riqueza) debe volver a estar en la agenda; los privilegios de los ricos deben ser cuestionados. Políticas que hasta hace poco eran consideradas excéntricas, como el salario mínimo y los impuestos a la riqueza, deben estar en el programa.
Las medidas que rompen tabúes, que los gobiernos están tomando para sostener la actividad y los ingresos durante el cierre de empresas han sido comparadas, justamente, a las de la economía de guerra que los países occidentales no han conocido durante setenta años.
La analogía va más lejos. Los líderes que ganaron la guerra no esperaron la victoria para planificar lo que venía. Franklin D Roosevelt y Winston Churchill plantearon la Atlantic Charter, que le abrió el camino a las Naciones Unidas, en 1941. El Reino Unido publicó el Informe Beveridge, su compromiso hacia un Estado del Bienestar, en 1942. En 1944, la Conferencia de Bretton Woods forjó la arquitectura financiera de la post guerra. Hoy día se necesita el mismo tipo de visión. Por encima de la guerra por la salud, los verdaderos líderes deben movilizarse hoy para ganar la paz.
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*Editorial del Financial Times del 3 de abril, 2020 – traducción del inglés de Luis Casado, editor der POLITIKA
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