El Joker suelto en plaza
Santiago Mariani
En determinadas coyunturas críticas se trastocan los cimientos de nuestras precarias certidumbres. Son momentos donde los instrumentos de navegación se tornan obsoletos y las explicaciones de los fenómenos dejan sabor a poco. La pista que confirma un nuevo estado de cosas es la transmutación de la crisálida que la acompaña. Cuando eso sucede las definiciones que hasta hace poco generaban repudio generalizado y un considerable costo en el debate público pasan a la categoría de normal e inclusive encuentran un considerable rédito electoral.

En las elecciones de medio término para el congreso en 2021 la gran sorpresa electoral fue Javier Milei, un fenómeno inesperado que se convirtió en estrella en el firmamento político argentino y global. Una de las primeras aproximaciones para explicar su vertiginoso y enigmático ascenso, anclado en un desafío a todos los preceptos de la corrección política, vino de la mano del periodista político Juan Luis González con “El loco”1. La obra aborda el personaje desde su psiquis y equilibrio emocional por sobre su trayectoria política, la arquitectura partidaria, el esquema de alianzas, la comunicación en su campaña, los votos conseguidos en las urnas, los proyectos presentados como diputado nacional o el posicionamiento en el espectro ideológico.
Esa clave interpretativa desde los rasgos de la personalidad tomó distancia de los análisis políticos más tradicionales y nos metió en otra faena. Si la ciencia política entre sus diversas definiciones ha sido caracterizada “como “cratología” (del griego kratos: poder) o ciencia del poder, encargada de estudiar su manifestación, distribución y sus disposiciones”2, el fenómeno del poder es uno de los asuntos más caros a la insondable psiquis humana. Ya en la antigüedad clásica los griegos habían denominado como hubris un ejercicio del poder que en modo desbocado presagiaba la presencia de una mente desequilibrada y Shakespeare dejó también su mirada sobre el tema.
El libro de González, casi un estudio de caso para la psicología desmenuza la trayectoria vital de Milei como un camino de espinas marcado desde la infancia por la violencia física y el desprecio de su padre, la burla de sus pares en el colegio y una falta de reconocimiento en los ámbitos que fuera frecuentando en su recorrido profesional. Una existencia regada de agravios y humillaciones que de tanto en tanto explotaba en peleas de puño con sus compañeros de clase que ya lo reconocían como “El loco”. Ese derrotero cargado de furia y frustración más tarde encontraría en redes sociales, medios de comunicación y en el ejercicio de la representación política una forma de reconocimiento tanto tiempo negado. Desde allí comenzaría a rugir el león con discursos incendiarios sin filtro, insultos a destajo y una propuesta de destrucción del Estado sin compasión alguna.
El abordaje desde la personalidad para analizar e interpretar al personaje eran fugaces comentarios o insinuaciones antes de que apareciera el libro. Desde entonces el enfoque sobre la psicología de Milei, determinada por una existencia en búsqueda desesperada de reconocimiento y aceptación filial para suturar una infancia traumática, se ha ido consolidando como la principal variable explicativa del fenómeno. Desde esta atalaya se articulan otros análisis que auscultan razones y motivaciones de una personalidad conflictuada e inestable que propone una cruzada redentora para una sociedad que no encuentra referencias ni referentes en la oferta de representación política.
Milei, una víctima que carga con una existencia magra en reconocimientos y fecunda en agravios, ha logrado sintonizar con una ciudadanía enojada y frustrada a la que le propone arrasar, desde la cúspide del poder político donde lo han encumbrado en tiempo récord, a esa casta responsable de sus desgracias colectivas. La batalla cultural que encabeza contra los parásitos del colectivismo es atizada por unos demonios internos que buscan cobrarse las cuentas pendientes. A gritos y con ojos de furia alienta la hoguera libertaria en la que deben arder los impíos comunistas para que la libertad conculcada pueda operar y hacer su trabajo virtuoso. La pira verbal, que incluye aumentar el odio hacia periodistas críticos que todavía no odiamos lo suficiente, ha contagiado con fervor a fanáticos que lo veneran y promocionan envuelto en las llamas que limpiarán finalmente a la Argentina de esas lacras.
Una de las analogías que la ficción nos obsequia desde el cine podría ilustrar el punto de este fenómeno que se resiste a la lupa de las categorías tradicionales de análisis. En una escena memorable de La Noche Oscura (2008), me refiero a la segunda entrega de la trilogía que dirige Christopher Nolan, Bruce Wayne (Christian Bale) intercambia puntos de vista con su mayordomo Alfred Pennyworth (Michael Cane) sobre el fenómeno del crimen organizado en Ciudad Gótica y la irrupción del Joker (Heath Ledger) como el aliado contratado para detener a Batman. Alfred intenta explicarle que, como resultado del accionar de Batman, los delincuentes se vieron forzados a recurrir en un acto de desesperación a un hombre que no entienden a cabalidad. Bruce no parece convencido de la explicación que le brinda su hombre de mayor cercanía emocional y con cierto aire de pedantería minimiza el argumento, señalando que los criminales no son difíciles de entender porque solo hay que descubrir qué es lo que hay detrás.
Alfred, con pretensión pedagógica, flema inglesa y tono respetuoso le sugiere a su amo que, al igual que los criminales, él tampoco pareciera estar entendiendo qué es lo que motiva al Joker a actuar de la manera que lo hace. Para darle solidez al argumento le cuenta sobre una experiencia personal que había tenido en un momento de su vida con un bandido que actuaba de modo incomprensible. Ante un Bruce que se queda estupefacto y sin palabras, Alfred remata el argumento de manera contundente: “ese tipo de hombres no son los que actúan buscando algo lógico como el dinero, son del tipo con los que no se puede negociar o razonar, porque algunos hombres solo quieren ver el mundo arder”.
Ese mundo que Milei quiere ver arder le ha permitido acumular y mantener un alto nivel de apoyo. La estrategia hasta ahora garpa, como diría en lunfardo un argentino y el credo pirómano se proyecta con fuerza para conseguir en las próximas elecciones legislativas de octubre otro éxito electoral. Los incentivos se alinean bajo esa propuesta cargada de odio y cuyo efecto agiganta la grieta que niega entidad y reconocimiento a diversos sectores de la sociedad. Es un brebaje que amenaza con envenenar aún más la suerte de la Argentina como proyecto de nación y espacio de progreso.
La inestabilidad cíclica, los cambios abruptos en la política económica y la falta de un rumbo definido y sostenido en el tiempo es el rasgo más permanente en el que oscila la Argentina desde que en 1930 un golpe militar interrumpiera el gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen. Desde entonces un “empate histórico” entre diversas fuerzas que no logran imponer su proyecto de país se ha corporizado en forma de políticas contradictorias y desconocimiento recíproco en el proyecto colectivo. No hay acuerdo entre el sector que protege una industria poco competitiva, pero que genera empleo con cierto nivel de protección e inclusión social, con el sector que busca una apertura de la economía y un ajuste en las cuentas públicas sin red de contención.
El péndulo se mueve según quién detente mayor apoyo, que es siempre circunstancial y que no cuenta con la fuerza suficiente para trazar un rumbo definido que se pueda mantener en el tiempo. En cada instancia de supremacía temporal el sector ganador se dedica a insultar, denigrar y desconocer a la otra parte. Los perdedores muerden el polvo y esperan su turno para tomarse la revancha cuando el viento vuelva a soplar a su favor, denunciar la pesada herencia y destruirla sin piedad. Cada sector viene profundizando, cuando su efímero momento de gloria llega, un desencuentro que obtura el progreso que se ha ido escurriendo durante las últimas décadas en el altar del revanchismo.
La escalada de insultos, agravios y negación que la tropa libertaria está ejerciendo hacia una parte importante de la ciudadanía, ahora que el viento sopla a su favor, cosecha resultados de corto plazo y asoma en forma de otra hegemonía circunstancial, pero producirá nuevamente una devolución de favores cuando ese sector que hoy está siendo humillado y pisoteado regrese con sed de venganza al poder.
La necesaria y tantas veces postergada síntesis entre estas antinomias, con puntos mínimos de acuerdo, pareciera alejarse nuevamente entre las llamas que amenazan seriamente las posibilidades de convivencia y el rumbo de progreso. La conducción de un país históricamente inestable en manos de un presidente con rasgos de inestabilidad que propone incendiar la pradera traerá solo mayores calamidades y padecimientos. La Argentina parece condenada a seguir basculando entre ciclos de ilusión y desencanto3.
------------------
1 Ver González, J.L. (2023) El loco. La vida desconocida de Javier Milei y su irrupción en la política argentina. Editorial Planeta: Perú.
2 Ver Valles, J.M. (2000) [2004] Ciencia Política: una introducción. Editorial Ariel: Barcelona.
3 El concepto lo tomo prestado del libro El ciclo de la ilusión y el desencanto de Pablo Gerchunoff y Lucas Llach.
