Argentina se resigna a la crisis, ve venir a Milei y extraña a Messi
Leonardo Oliva, miembro de CONNECTASHub
Lionel Messi se toca el pecho del lado del corazón y mira hacia arriba. La imagen es parte de un mural homenaje al ídolo argentino pintada después del campeonato mundial que ganó en Qatar. Está en un barrio popular de casas bajas en Mendoza, la cuarta ciudad más grande del país.
La gloria de Messi contrasta con las caras adustas de la gente del lugar, habitado por familias de trabajadores precarizados, informales o desocupados, uno más de entre los miles de conglomerados de este tipo que son los más golpeados por la extensa crisis que vive Argentina.
Faltan dos semanas para las elecciones presidenciales y nos movemos a unos tres kilómetros de este barrio. Ahora estamos a las puertas de una oficina de ANSES, el organismo público que gestiona la seguridad social en el país. Son las 7 de la mañana y una larguísima fila de personas rodea la manzana esperando que se inicie la atención. Hay mujeres y hombres; jóvenes y ancianos; madres con hijos en brazos; jubilados que cobran la mínima… y policías ordenando el tránsito.
No se trata de una postal desconocida: en plena pandemia, la imagen se repitió cada vez que el gobierno del presidente Alberto Fernández decidió pagar a la población más perjudicada un bono de emergencia, conocido como IFE, para paliar los efectos de la cuarentena obligatoria.
Tres años después, los cientos de oficinas de ANSES desperdigadas por el territorio nacional han vuelto a llenarse de argentinos recibiendo asistencia estatal. En plena campaña electoral y ya sin pandemia a la vista, el ministro de Economía y candidato a presidente, Sergio Massa, anunció el pago de un bono de 94 mil pesos (casi 120 dólares) en dos cuotas para desempleados y trabajadores informales (que son la mitad de los adultos activos). El mismo monto se le paga a jubilados y pensionados. Y como las arcas del Estado están escuálidas, el Gobierno acude a la emisión monetaria para financiar esta ayuda, lo que —pocos dudan— alimentará aún más el descontrolado círculo vicioso de la inflación, de las más altas del mundo (hoy solo superada por la de Venezuela, Zimbabue y Líbano).
No muy lejos de la oficina de ANSES, en un tercer piso de un edificio, golpeamos a la puerta de un departamento, flanqueada por una reja súper reforzada. Abre una mujer joven, con un manojo de llaves —una para cada una de las cuatro cerraduras—. Invita a pasar. El lugar es mínimo: solo hay espacio para dos escritorios y sus sillas. Hay una máquina contando billetes y un hombre que, ante la pregunta, responde con la cotización del día: 810. Estamos en una “cueva”, como los argentinos llamamos a los sitios donde comprar dólar “blue”.
Acaba de salir una pareja de turistas brasileños que han dejado unos pocos dólares para llevarse un gran fajo de pesos argentinos. Ellos se han argentinizado: como todos los turistas, saben que si los cambian en el mercado oficial recibirán menos de la mitad de pesos. Y allá van, a gastarlos rápido, como hacen los propios argentinos con su moneda. Antes de que se devalúe, salen a llenar los restaurantes y bares, a poner el cartel de sold out en los conciertos y a agotar las reservas hoteleras en cada fin de semana largo.
Es el dólar, estúpidos
Cada crisis económica en este país tiene palabras clave que persisten en la memoria. En la mía aparecen el “Rodrigazo” de los setenta, la “híper” de los ochenta, el “1 a 1” de los noventa y el “corralito” de los 2000. El último hashtag que nuestra loca economía nos legó es “dólar blue”, que no es nuevo. Hace casi una década que aparece en nuestras conversaciones; en ese período hubo tres presidentes distintos. Y ahora vamos a elegir al cuarto de esta era “blue”.
“En 35 años Argentina es potencia mundial”, promete Javier Milei, el candidato que trae bajo el brazo la nueva palabra clave de la que nos enamoramos los argentinos (al menos el 30% que lo votó en las primarias de agosto): “dolarización”. El libertario es tanto una esperanza para esa masa desanimada de trabajadores informales (los dueños del “voto Rappi”, otro hashtag surgido en estos días) como una amenaza para quienes ven en él a un ultraderechista que llega para arrasar con sus derechos.
Hoy, acceder al dólar en este país es una misión difícil. Primero, hay que tener ahorros, algo que muy pocos consiguen: la última medición oficial arrojó que la pobreza aumentó a 40,1%. Entonces, si alguien logró guardarse algo de dinero —que además está amenazado por la inflación, 124,4% anual—, solo puede comprar hasta 200 dólares por mes al precio oficial, que cuesta la mitad del no oficial. Esto hace florecer el mercado negro de los “arbolitos”, los individuos que ofrecen el “blue” de las “cuevas”.
En este contexto, Milei aparece como un encantador de serpientes con su latiguillo de dolarización. “Hoy gano 100 mil pesos, voy a ganar 100 mil dólares”, razona con simpleza —y con lógica— un taxista que nos lleva por las calles de Mendoza. Lo que no sabe, porque no es economista, es que el cambio no será, como en los noventas, uno a uno. Los cálculos más optimistas de una hipotética dolarización hablan de un piso de 2.000 pesos por cada dólar, por lo que nuestro taxista ganaría algo así como 50 dólares mensuales.