El hambre del mundo. Geopolítica de los alimentos

Por: 

Mauricio Herrera Kahn*

“El hambre no es falta de alimentos, es exceso de poder en pocas manos.”

“Quien controle el trigo, controla la paz. Quien controle el hambre, controla al mundo”

La comida es el recurso estratégico más antiguo de la humanidad y el más decisivo del futuro. Ninguna sociedad sobrevive sin pan, arroz, maíz o agua. Sin embargo, en pleno siglo XXI, cuando la ciencia y la tecnología permiten producir alimentos suficientes para toda la población mundial, millones siguen muriendo de hambre o sobreviven en inseguridad alimentaria. La paradoja es brutal: nunca se produjo tanto, nunca se desperdició tanto y nunca hubo tantos hambrientos.

El hambre no es el resultado de la escasez, sino de la concentración y el control. El planeta produce más granos de los que necesita, pero su distribución está secuestrada por corporaciones y gobiernos que convierten la comida en arma política y económica. En los mercados globales, los cereales no son solo alimento: son poder. En las manos correctas alimentan, en las equivocadas matan de hambre.

Las grandes potencias lo saben. El trigo, el maíz, la soja y el arroz se convierten en herramientas de presión en guerras, sanciones y negociaciones comerciales. Un bloqueo portuario, una sequía especulada en bolsa, un contrato de exportación suspendido, y millones de personas quedan a merced de fuerzas que no pueden controlar.

La historia reciente lo confirma. En Ucrania, la guerra convirtió al trigo en rehén global.

En África, la dependencia de importaciones es un grillete que se ajusta cada vez que suben los precios internacionales. Y en Gaza, los bloqueos a alimentos y agua se han transformado en un arma que castiga colectivamente a una población civil atrapada entre muros y bombardeos.

Allí, el hambre no es consecuencia de la guerra, es parte de su diseño.

La comida ya no es solo alimento. Es moneda, es chantaje, es arma. El trigo vale más que las balas porque puede matar en silencio.

El mapa global de la producción agrícola

El planeta produce granos suficientes para alimentar a todos sus habitantes y aún sobran excedentes. Según la FAO, la producción mundial de cereales alcanzó en 2023 los 2.819 millones de toneladas, una cifra récord que incluye trigo, maíz, arroz y cebada. Detrás de esas toneladas está el poder concentrado de unos pocos países que controlan la despensa global. Estados Unidos, Brasil, China, India y Rusia son los gigantes del agro. Entre los cinco concentran más de la mitad de la producción mundial de granos.

Estados Unidos lidera en maíz y soja, Brasil lo sigue de cerca y se ha consolidado como el mayor exportador agrícola del planeta. China e India producen a escala masiva, pero consumen casi todo internamente para alimentar a sus poblaciones. Rusia se ha transformado en un actor clave en trigo, disputando el abastecimiento de África y Medio Oriente.

América Latina aparece como el granero del mundo

Brasil y Argentina dominan la soja y el maíz, Paraguay y Uruguay siguen esa línea. México depende de la importación de maíz estadounidense pese a ser cuna del grano. Chile y Perú exportan frutas y hortalizas, mientras amplias franjas de sus poblaciones enfrentan inseguridad alimentaria.

África, en cambio, es receptor neto. Más del 50 por ciento de los cereales que consume proviene de importaciones. Países como Egipto y Nigeria dependen críticamente del trigo ruso y ucraniano, lo que los deja expuestos a bloqueos y sanciones.

La paradoja es obscena. La superficie agrícola mundial supera los 4.800 millones de hectáreas, más de un tercio de la tierra del planeta, y aun así la FAO estima que 735 millones de personas padecen hambre crónica. El problema no es producción, es control. Y quien domina los granos domina el destino de millones.

El poder corporativo

El hambre no se explica solo por los gobiernos, se explica sobre todo por las corporaciones que manejan la comida como un negocio global. En el centro de esa telaraña están las llamadas “ABCD”: Archer Daniels Midland (ADM), Bunge, Cargill y Louis Dreyfus. Estas cuatro multinacionales controlan más del 70% del comercio mundial de granos, un dominio que les permite influir en precios, rutas y disponibilidad. No siembran para alimentar, siembran para especular.

Cargill, gigante de Estados Unidos, tuvo ingresos por más de USD 177.000 millones en 2023, superiores al PIB de países enteros.

ADM, también estadounidense, facturó cerca de USD 101.000 millones ese mismo año. Bunge, fundada en Países Bajos, pero hoy con sede central en Estados Unidos, se fusionó con Viterra en 2023 y se consolidó como el mayor exportador agrícola del mundo.

Louis Dreyfus, con sede en Ginebra, Suiza, completa el cartel con un negocio que va mucho más allá del grano. Porque las ABCD ya no son solo cerealeras. Su poder se extiende a semillas genéticamente modificadas, fertilizantes, transporte marítimo, seguros e incluso financiamiento. Son dueñas de silos, barcos, puertos y bancos. Pueden mover precios globales con una decisión de exportación o con una apuesta en el mercado de futuros de Chicago.

El contraste es feroz. Mientras millones de campesinos no logran vender sus cosechas a precios justos, las ABCD consolidan ganancias récord incluso en años de crisis. En 2022, durante el alza de precios del trigo y el maíz por la guerra en Ucrania, las cuatro multiplicaron beneficios. El hambre en África y Medio Oriente fue el costo de sus balances verdes.

El resultado es un monopolio silencioso. Cuatro corporaciones deciden qué se come, dónde y a qué precio. El control de la comida está en pocas manos y ese control es más letal que cualquier arma.

Publicado en Other News

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