El descubrimiento del espía (peruano) chileno

No sabemos si este escándalo del suboficial que espiaba para Chile en la FAP pone las relaciones con el vecino del sur en un curso de irreversible deterioro,


pero lo que sí es cierto es que ayuda a acercarnos a ese punto y, a la vez, pone sobre lo mesa todo lo que ya hemos aprendido sobre la relación Chile en los últimos años y que la mayoría de los grandes medios y nuestros políticos neoliberales se empeñan en ocultar.
La primera cuestión es la reiterada política agresiva de Chile contra el Perú que se manifiesta sobre todo en su, a todas luces desmedida, compra de armas. Desafortunadamente sufren el síndrome del vencedor. Nos desprecian y se atreven a no darse cuenta de su agresión, a indignarse cada vez que se los recordamos. Por eso, pueden decir muy orondos que ellos no espían por más que tengan los hechos ante sus ojos.         
Sin embargo, esta política agresiva tiene objetivos muy claros. Chile busca el control de los recursos naturales, gas y agua principalmente, del Perú; así como la hegemonía en el Pacífico Sur, sirviendo de guardián de los intereses norteamericanos en el área. Pero el control de los recursos es una primera etapa que eventualmente los podría llevar al control del territorio y finalmente del Estado peruano. No es descabellado plantearlo, la intensidad de su agresión solo se explica por la búsqueda de un Estado subordinado que sea funcional a sus intereses hegemónicos.
Un paso fundamental en esta política ha sido la firma del Acuerdo de Complementación Económica, a comienzos del gobierno de Alan García, en el cual consiguieron todo lo que querían, en términos de seguridad para sus inversiones, y solo nos dieron migajas a cambio. Este mal llamado acuerdo, porque en realidad es un tratado internacional, está siendo visto por el Tribunal Constitucional para ver si pasa al Congreso para su discusión o sólo necesita de aprobación por parte del Poder Ejecutivo. Es de esperar que el TC se porte a la altura de las circunstancias.
La segunda es la ausencia de una política de Estado frente a Chile que esté firmemente asentada en la defensa de los intereses del Perú. El presente escándalo de espionaje debería ser el final, en cualquier país que se respete, de una política como la de cuerdas separadas, pero en el Perú de hoy existe tanto servilismo que todavía no lo sabemos. La idea de tratar con Chile los asuntos económicos por un canal diferente de los políticos siempre estuvo equivocada y hoy día lo está más que nunca. Esta piedra angular de la política exterior de Alan García ha fracasado  y cualquier asomo de resucitarla debería ser condenada por la opinión pública como lo que es: un abierto entreguismo frente a Chile.
Es indispensable una política con Chile que plantee los temas económicos y políticos en paquete, como una sola cosa, que es la manera como los entienden ellos y por eso siempre nos están ganando la partida. Esta es la única manera en que podemos llegar, como vecinos que somos, a entendernos. El resto no son sino sonrisas de cortesía buenas para la foto y punto.
Esto no quita que le prestemos atención a nuestra defensa que más allá de nuestra vocación pacifista está gravemente descuidada por sucesivos gobiernos y por las propias fuerzas armadas, muchos de cuyos miembros han estado mezclados en los últimos años en violaciones a los derechos humanos, apoyo al gobierno autoritario de Fujimori y múltiples escándalos de corrupción. Hay necesidad de tomar la defensa nacional con seriedad, y darle a nuestras fuerzas armadas una capacidad disuasiva de la que hoy carecen. Eso sí, teniendo especial cuidado y control democrático en los procesos de compra de armas para que no se repitan casos de corrupción como los que ahora se ventilan en el Poder Judicial.
Por último, es muy importante también darle a conocer a la región y el mundo lo mal que se porta Chile y el daño que esto le causa a la democracia no solo en nuestros dos países sino también en toda América Latina. Los comportamientos belicistas, y la historia lo ha demostrado, van a contrapelo de la construcción democrática. Por ello, tener una relación pacífica y equilibrada  con nuestro vecino del sur es también contribuir a la profundización y consolidación democrática en la región.

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