El camino al poder en Venezuela

Por: 

Nicolás Lynch

El camino al poder. Así se llama un libro de Karl Kautsky, el famoso teórico del socialismo alemán de principios del siglo XX, en el que discutía los caminos de transformación revolucionaria en su tiempo, subrayando la necesidad de la transformación para superar la explotación capitalista.  De eso se trata la crisis democrática en Venezuela, del camino al poder, en las condiciones de la América Latina de la primera mitad del siglo XXI.

La izquierda en la región ha construido un camino de transformación revolucionaria en el último cuarto de siglo. Este ha sido el camino de la democratización social y política, que ha llevado a grandes movimientos sociales antineoliberales y al triunfo de gobiernos nacional populares en varios países incluidos los más grandes de la región. Las banderas de justicia social, soberanía nacional y antimperialismo se plantean hoy como los ejes de este camino democrático. Un camino, ciertamente, de avances, retrocesos y contra ataques de adversarios y enemigos, como son los caminos democráticos, pero de construcción hegemónica y acumulación estratégica para las fuerzas populares.

Un camino distinto al de la izquierda marxista-leninista de la época de la Guerra Fría que predicaba el asalto al poder y que a la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, sepultó sus aspiraciones políticas. La izquierda en América Latina reaccionó, sin embargo, con relativa rapidez e Izquierda Unida en el Perú con el liderazgo de Alfonso Barrantes y su apuesta por el camino democrático fue una coalición adelantada en la región.

El chavismo llegó al poder en 1998 con esta tónica. Ganó elecciones repetidamente por mayorías abrumadoras y a su iniciativa se elaboró y aprobó una constitución ampliamente reconocida como democrática, que es hasta hoy el referente de gobierno y oposición en Venezuela. Es más, desarrolló democracia no sólo representativa sino también participativa y eso le permitió un enraizamiento popular que ni de lejos habían tenido gobiernos anteriores. 

Sin embargo, ya en vida de Hugo Chávez, se empezaron a manifestar las insuficiencias de un modelo basado en la renta petrolera, sin una alternativa económica clara y viable, así como una afectación reiterada al pluralismo político y las libertades públicas. El fallecimiento de Chávez el 2013, con la desaparición física de su carisma, agudiza esta situación y el sucesor designado, Nicolás Maduro, no da la talla para liderar el legado de su mentor. Lo que eran síntomas de autoritarismo con Chávez se convierten en un poder autoritario con Maduro, y la crisis democrática se agudiza sin salida a la vista. 

A todo esto, cierta izquierda, anclada en el siglo pasado, responde que la culpa la tiene el bloqueo del imperialismo estadounidense. No me cabe la menor duda que el imperialismo existe, que usa el bloqueo contra nuestros pueblos y que este constituye un crimen de lesa humanidad que debemos combatir sin desmayo. Pero, ya los revolucionarios de distintas épocas y diferentes experiencias, de Cronwell a Danton y de Lenin a Mao, nos señalan que la raíz de los problemas de los procesos revolucionarios debemos buscarlos en ellos mismos y no en influencias externas. 

Lo que sucede hoy es, en buena medida, lo que los actores habían venido haciendo y diciendo en el pasado reciente. Maduro, no ha cambiado su dureza habitual que parece señalar como la única forma de proteger el proceso bolivariano, rechaza verificar los resultados, a pesar de que es una tradición en Venezuela y acusa de fascista a todo aquel que le pida algo diferente. La oposición de derecha, de la mano de los Estados Unidos y con su lideresa actual María Corina Machado, quiere que la tortilla se vuelva y regresar a la vieja república. La izquierda venezolana ilegalizada a instancias del gobierno de Maduro, sin candidato propio en las elecciones, así como sectores chavistas disidentes, sin una participación electoral relevante, serían partidarios de una negociación.

En el escenario latinoamericano, como bien dijo el Presidente Boric, para furia de Maduro, los resultados no parecen creíbles. De allí han nacido dos temperamentos: el denominado bloque progresista y los gobiernos de derecha y extrema derecha. El primero de México, Brasil y Colombia, que plantea una mediación para obtener la verdad electoral, que por lo menos ahora significa verificar los resultados electorales. El segundo, liderado tristemente por el Perú y la Argentina, que reconocen sin más los números de la oposición y a González Urrutia como presidente electo, sin mediación ni verificación, en una posición de choque y apoyo irrestricto a la oposición que lidera Machado. Una provocación que hoy como ayer busca la intervención extranjera. Paradójicamente, en el corto plazo, los Estados Unidos mira y calcula en una actitud en la que los barriles de petróleo pesan más que los votos emitidos.

Venezuela está en una encrucijada. De seguirse el camino que plantea el gobierno de Maduro, es claro un futuro de aguda represión que conduciría del gobierno autoritario a una dictadura abierta. No se percibe apertura tampoco en la oposición de derecha, que confía sobre todo en las sanciones y la intervención de los Estados Unidos. Por ahora, creo que la esperanza está en la mediación que sume a la oposición democrática interna el buen ánimo de los gobiernos de la región que optan por el diálogo. Esto significa, el respeto a la soberanía venezolana, como ha planteado López Obrador y a los cauces democráticos que permitan expresar la voluntad soberana del pueblo, presentando la verdad electoral.

Además, parando la represión y promoviendo la paz para que haya un clima de entendimiento. Soberanía, democracia con total transparencia y paz parecen ser las claves de un acuerdo que hoy parece distante.

El porvenir del gobierno de Maduro, de continuar con el discurso actual, es terminar de romper lazos con la tradición democrática de la izquierda en América Latina que compite en elecciones y que, como dice Lula, cuando gana, gana y cuando pierde, pierde; pero en ese curso produce una acumulación histórica para la democracia en la región. No es el camino del fraude o del asalto al poder, es la competencia democrática con quien piensa y tiene intereses distintos a pesar de todas las limitaciones de la democracia representativa.

Por último, hay quien dice que es importante apoyar al gobierno de Maduro porque, aunque se convierta en dictadura, es una forma de limitar la influencia de los Estados Unidos en la región, especialmente en estos momentos de convulsa situación mundial. Sin embargo, una dictadura en Venezuela, aunque se diga de izquierda, sería una fuente de inestabilidad democrática permanente, haciéndole un daño a las fuerzas progresistas y a la región toda, mucho peor del que ya ha producido y creando inmejorables condiciones para una penetración aún mayor de los Estados Unidos en nuestra América.

Insistiendo en el camino democrático es como se producen transformaciones duraderas, ojalá que la tierra de Bolívar nos dé ejemplo al respecto.