Educación, un año sin liderazgo político*
Edmundo Murrugarra Florián
En estos tiempos de largas y múltiples crisis, el pragmatismo con el que el Presidente y sus ministros gobiernan no es la orientación adecuada para conducir a pueblos que se desvelan ya no solo por conseguir empleo e ingresos, sino por saber en qué y con quiénes gastarlos para sentirse bien. Porque gobernar en estas épocas es, en primer lugar, educar en las opciones de vida. Los pueblos reclaman de sus gobernantes no etiquetas ideológicas, sino opciones sobre las formas de producir la vida, que sean alternativas al angustiante consumismo depredador que difunden la educación y los medios del capitalismo globalizado, Por eso, lo de nacionalismo ha terminado en una palabra casi hueca.
En la gestión del sector educación esa carencia ha debilitado y seguirá debilitando buenas iniciativas parciales que podrían tener mejor destino si integraran un programa o ideal de sociedad que multiplique las energías creadoras de los pueblos. “Mito” le llamaba Mariátegui y los pueblos ansían saciar esa sed.
Por esa carencia, el acierto de priorizar las escuelitas rurales no ha podido aún acallar la dudosa fanfarria alanista de los colegios emblemáticos. Por eso las becas a destacados estudiantes de origen humilde no han podido ser articulada en la imaginación del país a la meta de dejar de ser recolectores de materias primas y pasar a ser productores de conocimientos.
Por eso, son lentos y erráticos los actuales esfuerzos del sector para producir un currículo intercultural que, junto a nuestros pueblos, valore su creación milenaria y fomente valores y capacidades actualizados con la ciencia y técnica occidentales. Por esto mismo, la iniciativa de incluir ciudadanía en la evaluación de aprendizajes puede caer en la rutina si no se inscribe en el desafío que propuso Arguedas de compararnos con logros de los países dominantes en capacidades artísticas, de espiritualidad y deportes, para no reducirnos a reiterar nuestras carencias en comunicación y matemáticas. Por esa carencia, sigue la agonía de la llamada educación técnico-productiva, marginada y despreciada por la educación básica regular, orientada a preparar postulantes pero no para ingresar a la vida productora sino para postular a la educación superior memorista y libresca.
Y por eso, finalmente, no se ha invertido energías en potenciar los nacientes movimientos estudiantiles que denuncian la estafa de una gratuidad sin calidad en las universidades públicas, y fortalecer en ellas los pequeños núcleos de profesores investigadores. Y se mantiene, sin las modificaciones legales, un SINEACE impotente para servir a mejorar la baja calidad de la educación superior.
Pero la carencia más grave del año transcurrido es en la gestión del desempeño profesional y del destino de medio millón de maestros de la educación pública y privada. Son los actores decisivos de la educación, pero de la gestión actual sólo recibieron mensajes contradictorios y confusos sobre la doble legislación vigente que les concierne, sobre las evaluaciones del gobierno alanista que desconocen su dignidad profesional y sobre el reclamo salarial para la inmensa mayoría. Saludamos, por ello, el anuncio presidencial del 28 de julio respecto al aumento salarial y esperamos que se concrete lo antes posible.
Debe reconocer el gobierno que no ha sido capaz de liderar al sector en temas cruciales. El liderazgo lo han asumido las dirigencias magisteriales de orientación política tradicional de izquierda. Bien por los maestros que tendrán alguna mejora económica, pero incierto para la recuperación de su dignidad profesional docente que se expresa en los logros de aprendizajes por sus estudiantes. Por eso, se mantiene la incertidumbre para el país respecto a lo que alcanzará este sector en los próximos años. Un sector fundamental que merece cambios de raíz.
*Columnista invitado:
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