Después del acuerdo Trump/Von der Leyen

Por: 

Manolo Monereo

El coste de la protección es ahora una expropiación de grandes dimensiones.

A la memoria de José Martos

Banderas de la Unión Europea y de Ucrania, hondeando en Bruselas. Foto: European Commission

Asombra que asombre. Hay una rara y singularísima unanimidad, se trata un pésimo acuerdo entre los Estados Unidos y la Unión Europea. Algunos, heroicos ellos, hablan de rendición, de humillación, de traición. Hasta José Borrell lo critica ásperamente; se demuestra, una vez más, que no hay mejor remedio para recobrar lucidez que dejar el gobierno y un cargo tan gratificante como el de Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y de Seguridad. Por cierto, siempre me pareció significativo que la diplomacia de la UE llevara incorporada la seguridad y la defensa, eso que antes se llamaba ministerio de la guerra. Borrell, se puede decir sin exageración, lo ejerció con coherencia hasta el final: una diplomacia para la militarización y la guerra.

Lo que más me impresiona es la desazón, la decepción, las lágrimas de aquellos que han defendido, contra toda evidencia, la irreversible marcha de esta Unión Europea hacia un Estado Federal capaz de convertirse en un sujeto geopolítico determinante; sí, determinante, en un mundo que cambia radicalmente.

Más Europa y menos Estados nacionales fue su consigna favorita. La última formulación resulta ahora enternecedora: autonomía estratégica europea. Ni más ni menos. La foto de Úrsula Von der Leyen con el emperador Donald Trump lo explica todo o casi. Se ha dicho en primera página con dolor: ¡Trump desnuda a Europa! Así es. ¿Qué aparece tras los oropeles de la propaganda y el autobombo? Una Europa Fortaleza en proceso de militarización, que acentúa trágicamente su dependencia de unos EEUU en crisis, actora secundaria en una guerra por delegación (Ucrania mediante) de la OTAN contra Rusia. Una Europa cada vez más dividida entre una vieja derecha extrema y una extrema derecha empeñada en demostrar que ellos son los verdaderos interlocutores del “amo y custodio” del vínculo atlántico, defensor intransigente del Occidente verdadero. En muchos países de la Unión, la contienda electoral se dirime cada vez más entre estas dos versiones de las derechas, férreamente comprometidas con un liberalismo conservador y autoritario. A su izquierda no va quedando demasiado; hay excepciones, pero la tendencia general es la desintegración de la vieja socialdemocracia y la progresiva desaparición de la izquierda alternativa en sus varias versiones.

Esta es la Unión Europea real que rinde pleitesía a Donald Trump y que, en muchos sentidos, la explica.

La pregunta hay que hacerla: ¿cómo entender una capitulación tan denigrante? La cuestión tiene diversas aristas y exige algunas consideraciones previas. La primera, EEUU tiene un sistema de alianzas organizado por círculos concéntricos. En su centro, el Reino Unido y Australia; en un segundo nivel aparecen sus protectorados político- militares, a saber, Alemania, Japón y Corea del Sur; en un tercer nivel, Italia. Parece insólito, pero nunca se tiene en cuenta que estos países fueron potencias derrotadas, vencidas, ocupadas y nuclearizadas; dicho con más claridad, son países con una soberanía restringida, limitada.

“La Unión Europea, a pesar de las estupideces que suele decir Donald Trump, fue desde su origen una construcción impulsada, tutelada y, en último término, guiada por las diversas Administraciones norteamericanas.”

Sus sistemas políticos y sus clases dirigentes fueron moldeadas, reconstruidas y organizadas por los EEUU y son parte fundamental de su sistema de dominio y control global. En segundo lugar, lo que EEUU ha ofrecido siempre es protección a los grupos económicamente dominantes frente al enemigo externo (la URSS) y el enemigo interno (la izquierda socialista y comunista). La hegemonía norteamericana se forjó en Europa combinando sabiamente (lo diremos en los términos de su academia) poder duro (OTAN e intervención permanente en los Estados singularmente considerados), poder blando (cooptación sistemática de las élites económicas, políticas y culturales; apoyo a las fuerzas políticas afines y promoción del modo de vida americano, desde su casi ilimitado control de los aparatos ideológicos y los medios de comunicación), poder estructural, es decir, su capacidad para fijar las reglas globales del sistema internacional y controlar las grandes instituciones, sobre todo las económicas (FMI, BM, OMC). Claro está, la “Guerra Fría” en los países de la periferia de la economía- mundo capitalista, en las colonias, fue caliente casi siempre y los dispositivos de poder fueron menos sofisticados, más directos, más brutales. Vincent Bevis lo explica bien en su libro, el Método Yakarta.

La Unión Europea, a pesar de las estupideces que suele decir Donald Trump, fue desde su origen una construcción impulsada, tutelada y, en último término, guiada por las diversas Administraciones norteamericanas. Toda estructura de poder tiende a reproducirse y ganar más peso e influencia; la UE también ha cumplido ese papel, siempre entre “un quiero y no puedo”, y, a veces, un no debo. Ha habido momentos de mayor o menor autonomía, pero ésta siempre ha sido relativa, dependiendo del cuadro internacional, de la dinámica interna de la Unión y, sobre todo, de las necesidades de los EEUU.
 
Hay una etapa histórica que explica con mucha precisión la dinámica de la Unión Europea actual y da muchas pistas sobre los problemas actuales; me refiero al fin de la URSS y a la desintegración del Pacto de Varsovia. Era un momento fundante. Bush padre agradeció los servicios prestados a las elites soviéticas y apostó claramente por un Nuevo Orden Internacional bajo hegemonía clara, nítida, de los EEUU. El siglo XXI sería norteamericano. En ese Nuevo Orden la Unión Europea y la OTAN jugarían un papel especialmente relevante; al final, se estableció una división del trabajo entre ellas, ajustadas según una estrategia que privilegiaba en cada momento el vínculo atlántico, es decir, los intereses globales de los EEUU.

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Publicado en Nortes