Debate Clinton vs Trump: ¿quién gano?
José F. Cornejo
No hay elecciones en el mundo como las que se realizan en los Estados Unidos. Ninguna dura tanto, casi dos años, cuestan tanto, 4 mil millones de US$ se estima para la actual contienda entre Hilary Clinton y Donald Trump, y son un espectáculo mediático de proporciones gigantescas. En el debate televisado entre los dos candidatos realizado el pasado 26 del presente en la Universidad de Hofstra, en Nueva York, se alcanzó una audiencia record de 100 millones de telespectadores, superando así los 80 millones de 1980 en el histórico cara a cara de Ronald Reagan y Jimmy Carter. Todos estos superlativos de un espectáculo electoral que cuenta con una poderosa cobertura mediática, no deben hacernos olvidar de las profundas fallas e imperfecciones que tiene el sistema electoral de los Estados Unidos.
Recientemente “The Electoral Integrity Project”, un programa de investigación académico sobre los procesos electorales a nivel mundial de la Universidad de Sydney en Australia y la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard llama la atención sobre las irregularidades y defectos de los procesos electorales en los EEUU. Según este estudio si se compara el sistema electoral americano con el de las demás democracias occidentales desarrolladas, el sistema electoral americano es el peor de todas. Muchas de estas deficiencias son conocidas, las trabas en el registro de los electores, la diversidad de los sistemas de votación según los estados, la ausencia de un organismo regulador a nivel nacional, el particular sistema de elecciones indirectas que distorsionan la expresión de la voluntad popular, y la ausencia de restricciones al financiamiento privado que favorecen de manera desmedida la presencia en el gobierno de los intereses particulares de los más afortunados sobre los intereses colectivos de la mayoría de ciudadanos.
Pero para referirnos al “debate del siglo”, como sectores de la gran prensa lo han querido presentar, el sistema electoral americano se basa en el ocultamiento y el rechazo a un verdadero pluralismo político entre “todos” los candidatos existentes, excluyendo deliberadamente del espacio mediático a los partidos que no sean el Demócrata o el Republicano. Jean Stein, la candidata del Partido Verde y Gary Johnson del Partido Libertario, fueron marginados de este debate a pesar de haber cumplido con los requisitos legales para ser candidatos a la presidencia de los EE.UU. Algo que no sucedería de ninguna manera en otras democracias, incluida la nuestra.
Pero no solamente se cierran las puertas al pluralismo político para hacer creer al electorado americano de que sólo están presentes las propuestas programáticas de Demócratas y Republicanos. En el transcurso del debate sobre los temas relacionados a la economía ambos candidatos se dirigían principalmente a las clases medias y a los empresarios con promesas diferentes para relanzar la economía americana, pero ninguno de los dos dijo una sola palabra dirigida a los más de 46 millones de pobres que existen en los Estados Unidos y para quienes ambos candidatos no tienen al parecer nada que ofrecerles. Son los “deplorables” a los que se refirió de manera ingrata Hilary Clinton, declaraciones desacertadas que en algo explican su caída en picada en los sondeos de opinión en las semanas previas al debate.
En la polémica electoral Clinton lució mucho más relajada y desconcertó y arrinconó a Trump a propósito de sus declaraciones fiscales y su resistencia a que estas sean hechas públicas, como lo han hecho otros candidatos presidenciales en el pasado. Su riqueza, evaluada en 3 mil millones de US$ es el talón de Aquiles del populista multimillonario del partido Republicano que promete aplicar las recetas de su éxito empresarial a la economía nacional para devolverle a los Estados Unidos su grandeza perdida. Pero esto no debe llevar a equivocarnos sobre quién es el candidato de los súper ricos en esta contienda: Hilary Clinton. Si ella ha perdido el apoyo de una buena parte del electorado trabajador blanco, ha tenido por el contario el apoyo financiero de los millonarios blancos que la han favorecido con sus donaciones con un margen de 20 a 1 en comparación a Trump.
En el debate las propuestas programáticas de ambos candidatos fueron bastante escuetas y vagas, le dieron más peso a los ataques personales buscando ganar puntos en determinados sectores del electorado. Clinton teniendo en la mira al electorado femenino y a las minorías raciales afroamericanas y latinas, y Trump presentándose como el candidato “macho” y conservador partidario estricto de la ley y del orden. En política exterior Clinton siguió atacando a Rusia mientras que Trump ponía su puntería en China y en la OTAN. En algunos puntos el nivel de las intervenciones sobre temas primordiales llegó al borde de lo ridículo, como cuando Trump se refirió a los peligros que corría su hijo de 10 años cuando juega con las computadoras en momentos en que se debatía sobre la seguridad informática. Al parecer no tenía gran cosa que decir sobre el tema y en general sus intervenciones dieron una impresión de desorden e improvisación, como que confiado en sí mismo y en los últimos sondeos, no se habría preparado seriamente para este debate.
En efecto, quién de todas maneras tenía que aparecer en gran forma para el debate y buscar ganarlo era Hilary Clinton, luego de las dudas desatadas sobre su estado de salud y su caída en los sondeos de opinión que indicaban un práctico empate entre ella y Trump a escasas semanas de las elecciones. En los pasados 30 días su campaña ha gastado 50 millones de US$ tratando de frenar este inesperado derrumbe en las encuestas.
La pregunta del millón: ¿quién gano? Bueno, eso depende de a quién le preguntemos. CNN sacó una rápida encuesta entre 521 espectadores dándole un 62% a Clinton y 27% a Trump. Los mercados financieros también celebraron a su manera y la bolsa de Wall Strett subió 100 puntos. CNBC por el contrario daba los resultados sorprendentes de su encuesta en donde Trump obtiene 68% y Clinton 32%. A quién creer.
En verdad la pregunta central no es quién ganó, sino, cuál ha sido el impacto del debate en los electores aún indecisos. Pero para eso debemos esperar los resultados de los próximos sondeos de opinión. Lo más probable es que la incertidumbre persista y que tengamos que aguardar hasta la noche del martes 8 de noviembre para conocer al ganador de este multimillonario espectáculo electoral pero muy pobre en transparencia e inclusión democrática.
Añadir nuevo comentario