De Sánchez al Sanchismo

Por: 

Manolo Monereo

No se trata solo de reformar el poder judicial o poner fin a la Ley Mordaza sino de democratizar los grandes poderes económicos y de proteger a la sociedad de un capitalismo depredador que no conoce límites.

A Pedro Sánchez le hicieron una oferta y, al final, después de pensárselo mucho, la rechazó. Lo primero fue la amenaza y luego vino el análisis, el cálculo, la definición de escenarios y, sobre todo, la estrategia a seguir. El secretario del PSOE sabe hoy más cosas, tiene más certezas que hace cinco días. Por lo pronto, conoce mejor, con más detalle, a los enemigos reales; los juegos de los poderes facticos (internos y externos) y, lo fundamental, el poder de la trama y sus ramificaciones. Resulta ridículo hablar en este contexto de dimisiones por amor y de un presidente amenazado en su honor familiar. Si algo nos enseña Sánchez es que conoce bien los entresijos del poder, que tiene audacia y determinación y, lo más importante, que sabe que lo que más desgasta es la oposición. El poder del gobierno es la mejor defensa, la mejor plataforma para negociar y el más eficaz mecanismo de obtención del consenso social. Insisto, le hicieron una oferta que no podría rechazar y lo hizo. ¿Irá hasta el final? ¿Un Pedro Sánchez autonomizado de la trama del poder? Pronto se verá.

Sánchez sabe, también, que no tiene alternativa en su partido, que es hegemónico en la izquierda (en retroceso en todas partes y sin otra propuesta que seguir gobernando) y que se ha ido convirtiendo en referente casi único de las fuerzas democráticas frente a unas derechas autoritarias y fascistizantes. La polarización ha sido siempre, él lo reconoció, asimétrica; es decir, en el territorio de las derechas y gobernadas desde un discurso liberal-conservador nítido y tradicional. Primero fueron los consensos forjados en común entre el PSOE y el PP: alineamiento cada vez más férreo con la política exterior de los EEUU, seguimiento de las políticas de seguridad y defensa impulsadas por la OTAN, aceptación de las políticas neoliberales y de consolidación fiscal de la Unión Europea, defensa clara de la monarquía y sus símbolos. Ahora las derechas van más lejos, quieren ampliar su victoria: cuestionar lo que queda del Estado de Bienestar, los espacios de lo púbico, los derechos sociales y sindicales. En definitiva, poner fin, a la izquierda que hemos conocido y dar vida a un espacio, por así decirlo, que rompa con la tradición socialista/comunista del movimiento obrero organizado.

Una idea-fuerza clave: volver para hacer otras cosas, un punto y aparte en la estrategia política del gobierno con la defensa y regeneración de la democracia como horizonte. No es poco. En estos días las miradas son siempre de tiempos cortos, de respuestas a preguntas coyunturales. Sobre todo, saber qué hizo que el Presidente del gobierno de España se quebrara por unos días. La etapa tiene un nombre: restauración. Hasta ahora la batalla era por su gobierno, por su dirección política. Derrotado el impulso democratizador del 15M y (auto)disuelto el espacio político de Unidas Podemos, el gobierno de Sánchez se convirtió en el centro de una alianza entre el PSOE y lo que quedaba de un proyecto que quiso asaltar los cielos y que terminó con la gestión subalterna de políticas en los limites permitidos por el sistema de poder.

El acento hay que ponerlo ahora en la discontinuidad, en la ruptura con la etapa anterior de este gobierno. Lo más lógico sería cambiar su actual composición y, seguramente, ir a una moción de confianza. No sabemos lo que hará Sánchez. El territorio es novedoso y la reacción de las derechas unificadas será muy dura. Es más, es posible observar que la no dimisión de Sánchez crea problemas en su bloque y que aparece un cierto temor una autonomización excesiva desde una lógica que algunos calificarían de bonapartista. La pregunta es obligada: ¿Cómo se defiende la democracia? Recuperar una polarización desde la izquierda obligaría a plantearse en serio la crisis de las democracias realmente existentes en Europa, en un contexto marcado por una transición geopolítica de grandes dimensiones y, lo decisivo, una guerra en Ucrania que amenaza con extenderse al conjunto de la península euroasiática. No hay que engañarse, el avance de las derechas extremas tiene mucho que ver con las dinámicas de un sistema de guerra que militarizan las relaciones internacionales y vuelven más autoritarias a nuestras sociedades.

Más allá de una contraposición abstracta entre democracia y fascismo, lo que estamos viviendo desde hace años es una contradicción cada vez más aguda entre el capitalismo monopolista- financiero y las democracias constitucionales surgidas al calor del conflicto de clases. Los cambios asociados a la revolución neoliberal y a la globalización capitalista han concentrado y centralizado un enorme poder en manos de una oligarquía financiera-empresarial que impone sus reglas y sus políticas a una soberanía popular en retroceso y a unas poblaciones que habitan en la inseguridad y en el miedo al futuro. No se trata solo de reformar el poder judicial o poner fin a la Ley Mordaza sino de democratizar los grandes poderes económicos y de proteger a la sociedad de un capitalismo depredador que no conoce límites. ¿Irá por aquí Pedro Sánchez?

Algunos piensan que esta crisis nos llevará a un “momento populista” y a un Sánchez peronista capaz de hacer un trabajo político de masas contra las élites económicas, políticas y mediáticas. No lo creo. La restauración ha avanzado mucho, los contextos económicos y militares no acompañan y, lo fundamental, no existe un proyecto de país capaz de organizar una mayoría que refuerce y haga girar hacia la izquierda las políticas del gobierno, de este gobierno del PSOE acompañado por una izquierda desnortada y con una base social y electoral cada vez más débil. Lo veremos pronto, muy pronto.

Publicado en Nortes