¿Podemos entender el populismo sin llamarlo fascista?
Shray Mehta
En esta conversación, Nancy Fraser explica cómo la agenda de justicia social de la izquierda fue secuestrada por lo que ella llama el “neoliberalismo progresista”, al tiempo que estudia cómo una economía política marxista matizada puede guiar a la izquierda para reconquistar a las masas con una agenda adaptada a nuestro tiempo. La entrevistó Shray Mehta, del Departamento de Sociología de la South Asian University, en Nueva Deli.
Sobre el auge del populismo
Shray Mehta: Muchas gracias por darme la oportunidad de tener esta conversación. Hay varias cuestiones que deseo discutir con usted y quisiera comenzar con algo que quizá podría darles cabida. Creo que empezar con el tema del auge del populismo podría ser un buen punto de partida.
El mundo está viendo un alarmante aumento en lo que se refiere al ascenso de líderes populistas; y el patrón parece repetirse con la suficiente frecuencia en todo el espectro sin restringirse al norte o al sur global. ¿Cómo puede contextualizarse este aumento del populismo como un momento histórico mundial? ¿Tiene una dinámica sistémica allende las naciones, que se encuentra en la economía internacional y en una crisis del capitalismo?
Nancy Fraser: El populismo se enmarca en una dinámica mundial histórica. Es un síntoma de una crisis hegemónica del capitalismo —o, mejor dicho, de una crisis hegemónica de la forma específica de capitalismo en la que vivimos: globalizante, neoliberal y financiarizada—. Este régimen capitalista financiarizado sustituyó al modelo anterior de capitalismo gestionado desde el estado y mermó toda conquista previa de las clases trabajadoras. El populismo es, en gran medida, una revuelta de estas clases en contra del capitalismo financiarizado y de las fuerzas políticas que lo han impuesto. Para entender dicha revuelta hay que comprender el bloque hegemónico previo que se está rechazando. He llamado a este bloque “neoliberalismo progresista”. En tanto que poder dominante, el neoliberalismo progresista se centró en los estados más poderosos del norte global, aunque hizo avanzadillas en todas partes, incluyendo el Asia Meridional. Son ejemplos el Nuevo laborismo de Tony Blair, el Nuevo Partido Demócrata de Clinton, el Partido Socialista en Francia y los gobiernos recientes del Congreso de la India.
La particularidad del “neoliberalismo progresista” es que combina políticas económicas regresivas y liberalizantes con políticas de reconocimiento aparentemente progresistas. Su política económica se centra en el “libre comercio” (lo que significa, en realidad, el libre movimiento del capital) y en la desregulación de las finanzas (que empodera a inversores, bancos centrales e instituciones financieras globales para dictar políticas de austeridad al estado por decreto y mediante el arma de la deuda). Mientras tanto, su vertiente de reconocimiento se centra en la comprensión liberal del multiculturalismo, el ecologismo y los derechos de mujeres y LGBTQ [lesbianas, gais, bisexuales, transgénero, queer]. Plenamente compatibles con la financiarización neoliberal, estas comprensiones son meritocráticas, esto es, no igualitarias. Orientando la discriminación, tratan de asegurar que unos cuantos individuos “con talento” de “grupos infrarrepresentados” puedan llegar a la cima de la jerarquía corporativa ¡y lograr puestos por los que les paguen como a los hombres blancos heterosexuales de su misma clase! Lo que no se dice, en cambio, es que mientras esta minoría “rompe el techo de cristal”, todos los demás siguen atrapados en el sótano. Así, el neoliberalismo progresista articula una política económicamente regresiva con una política de reconocimiento aparentemente progresista. La vertiente del reconocimiento ha funcionado como coartada del lado económicamente regresivo. Ha facilitado que el neoliberalismo se presente como cosmopolita, emancipatorio, progresista y moralmente avanzado —en oposición a unas aparentemente provincianas, retrógradas e ignorantes clases obreras—.
El neoliberalismo progresista fue hegemónico durante un par de décadas. Presidiendo grandes incrementos de la desigualdad, entregó gran prosperidad principalmente al 1%, pero también al estrato de los estratos profesionales directivos. Quienes fueron atropelladas fueron las clases trabajadoras del norte, que se habían beneficiado de la socialdemocracia; los campesinos del sur, que sufrieron un renovado desposeimiento por medio de deudas a escala masiva; y una creciente precariedad urbana en todo el mundo. Lo que se ha llamado populismo es una revuelta de estos estratos contra el neoliberalismo progresista. Votando a Trump, el Brexit, a Modi[1] o al Movimiento Cinco Estrellas en Italia han manifestado su negativa a continuar con su papel asignado de corderos sacrificados en un régimen que no tiene nada que ofrecerles.
Shray Mehta: A menudo hay prisa por desestimar, por “fascistas”, a los movimientos populistas tan pronto como empiezan a articular sus demandas. Sin embargo, si los leemos como una articulación de las preocupaciones de la gente frente a una apatía sistémica continua, emerge una imagen más compleja. Por ejemplo, el ascenso de Trump se basa en cierta medida en el apoyo de una base de votantes que se descartan rápidamente por ser “hombres blancos racistas”, a pesar de que podrían haber votado a Obama en las dos últimas elecciones. En un contexto diferente, en la India, funciona una lógica similar, rechazando el ascenso de Hindutva por fascista, sin contextualizarlo históricamente en el marco de las políticas neoliberales del gobierno anterior del Congreso. En este sentido, ¿cómo interpreta esta completa despreocupación por las inquietudes de la gente en el discurso público, por un lado, y el etiquetado de la reacción popular como fascista [por el otro]?
Nancy Fraser: Estoy de acuerdo con su posición en esta cuestión. El liberalismo tiene una larga historia en lo que se refiere a intentar deslegitimar su oposición —estigmatizando a su oponente por, por ejemplo, “estalinista”, “fascista”, lo que sea—. Esto es sin duda lo que está ocurriendo en la actualidad con el término “populismo”. Esta palabra se usa ampliamente por los liberales para rechazar, por ilegítimas, las fuerzas populares que se rebelan contra su mandato. Pero está en lo cierto, esta es una táctica defensiva por parte de los defensores del neoliberalismo progresista. Esperan resucitar su proyecto estigmatizando a la oposición. En los Estados Unidos (EUA) andan a la búsqueda desesperada de un nuevo líder, más atractivo que Hillary Clinton, bajo el cual restaurar una nueva versión de neoliberalismo progresista. Esta es la agenda de buena parte de la “resistencia” anti-Trump. No tengo suficiente conocimiento sobre la política india como para asegurarlo, pero supongo que el partido del Congreso está empleando tácticas similares con la esperanza de recuperar el poder.
Por supuesto, no hace falta decir que no apoyo a Trump o a Modi. Sin embargo, no me desagrada que quienes han sido jodidos por el neoliberalismo progresista se estén alzando frente a él. En algunos casos, sin duda, la forma que toma su revuelta es problemática. Empleando como chivos expiatorios a inmigrantes, musulmanes, negros, judíos y demás, a menudo no identifican la verdadera causa de sus problemas. Pero es contraproducente rechazarlos simplemente por ser racistas irreversibles e islamófobos. Asumir eso desde el principio es entregar cualquier posibilidad de ganárselos para la izquierda, sea para el populismo de izquierdas o para el socialismo democrático.
Además, la idea de que todos estos votantes no son otra cosa que racistas de manual no cuadra con los datos. En los EUA, como dices, ocho millones y medio de personas que votaron a Obama en 2012 dieron un giro y votaron a Trump en 2016. Muchos de estos eran clase trabajadora del cinturón industrial que sufrieron masivamente la desindustrialización, la precarización y la mayor epidemia de adicción a los opiáceos, orquestada por las grandes farmacéuticas. Ellos dieron la presidencia a Trump. En ambas elecciones, en 2012 y 2016, votaron contra el economicsfirst neoliberal, por Obama, quien hizo campaña desde la izquierda adoptando la retórica del “Occupy Wall Street”; y luego, por Trump, quien hizo campaña no sólo por un reconocimiento exclusivista, sino también por una economía populista. Esto da cuenta de que las cuestiones identitarias no fueron prioritarias en la mente de estos votantes. En ese ámbito, fueron bastante inconstantes, yendo de aquí para allá de acuerdo con las opciones que se les ofrecían. Sin embargo, sí fueron coherentes en rechazar la deslocalización, el “libre comercio” y la financiarización; en apoyar la protección social, el pleno empleo y los salarios dignos. Lo mismo ocurre, por cierto, en el Reino Unido (RU). Muchas personas de la clase trabajadora del norte de Inglaterra que votaron por el Brexit ahora respaldan firmemente a Jeremy Corbyn. En Francia también hubo muchos cambios de un lado para otro entre el Frente Nacional y el candidato de izquierdas Jean-Luc Mélenchon.
Mi planteamiento es que todos estos votantes (¡y otros!) tienen reclamaciones legítimas contra el neoliberalismo progresista. Lejos de desestimarlas por racistas, la izquierda debe validarlas. En vez de asumir que son desesperanzadoras, debemos partir de la premisa de que muchos votantes del populismo de derechas son en principio “ganables” para la izquierda. Debemos seducirlos, dando credibilidad a sus quejas y ofreciéndoles un análisis alternativo de la verdadera causa de sus problemas y una propuesta alternativa para solucionarlos.
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