Apra y narcotráfico
Francisco Durand
El caso de Gerald Oropeza, narcotraficante presunto de confirmada filiación aprista y de familia aprista, de padre ajusticiado por un sicario, íntimamente asociado a Facundo Chinguel, abogado de la familia, hoy en prisión por haber festinado indultos a favor de narcotraficantes durante el gobierno de Alán García, está remeciendo al partido de la estrella. El caso Oropeza indica múltiples conexiones con apristas. Cabe, por lo tanto, preguntarse sobre los nexos entre ese partido y el narcotráfico. Pero debemos ver más allá del APRA, el partido donde, al igual que en el fujimorismo, existe una sospechosa afinidad con este negocio ilícito y preguntarnos también sobre la más tenebrosa, amplia y profunda relación entre narcotráfico y la política a todo nivel en el Perú. Este es solo el comienzo.
PUEDE SER PEOR
En realidad, el caso Oropeza es sólo el más reciente y no será el último. Al paso que vamos, hay muchos más por venir. En los últimos años el país se ha vuelto el principal productor y exportador de coca, pasta y cocaína pura del mundo. El tráfico lo organizan mafias que controlan la producción de las pozas (donde se fabrica la pasta), que luego sacan por corredores conocidos, y también los laboratorios (que la policía, extrañamente, no identifica), para finalmente embarcarlos rumbo al sur por tierra y aire (Bolivia y el Cono Sur) y rumbo al norte por mar y aire (Panamá y México).
Toda una estructura empresarial, ahora mejor organizada como corporaciones al haber surgido mafias peruana que abastecen a las mafias mexicanas y colombianas (ruta norte) y a las mafias brasileñas, nigerianas y de los Balcanes (ruta sur). Esta cadena es sólida como una roca y sólo es cuestión de tiempo para que veamos más casos de sicariato por ajuste de cuentas, más corrupción a todo nivel, más escándalos políticos.
MARCA PERÚ
Esta tendencia se va a profundizar por tres razones. La primera es que, a diferencia de México y Colombia, el Perú tiene carteles de mediano nivel porque solo controlan el mercado nacional. La segunda es que al ser proveedores bien organizados, salvo casos excepcionales, no rivalizan entre sí al repartirse las rutas (puertos, aeropuertos, fronteras) y mercados (del norte y del sur) y por tener el país múltiples vías de salida. Ocasionalmente, como indica el caso Oropeza, hay violencia por ajuste de cuentas, pero nunca hemos tenido Guerra entre Carteles. Por lo tanto, los narcos y sus amigos pasan más inadvertidos. Es un negocio más “solapa”. Tercero, porque dado este rol inicial en la cadena y esta estructura abierta de mercados y rutas, su principal arma para seguir operando es la coima más que la violencia. No se usan tanto, a diferencia de México y Colombia, las “balas de plomo” sino “las balas de plata”.
Esta constatación nos lleva entonces directamente a discutir la conexión entre narcotráfico y política. Los narcos necesitan operar regularmente coimeando a gobiernos locales (para la producción), a los gobiernos regionales (para el control de rutas) y a los tres poderes del Estado (para lograr impunidad y protección de jueces y policías y evitar las investigaciones). Este control, como hemos argumentado líneas arriba, se logra mejor usando la coima. Como se decía en México durante la revolución iniciada en 1910: “no hay nada mejor que un cañonazo de 50.000 pesos”.
Este proceso de penetración del dinero del narco a la política a todo nivel, para los fines que requiere el negocio, está a medio camino porque se trata de narcos jóvenes, como el propio caso Oropeza indica, y porque la coima funciona hasta ahora muy bien como mecanismo para seguir operando y ampliando el negocio.
Pero cuando ocurra un intento del Estado para frenarlos, comenzaran a recurrir a la violencia. Aún sino se declara una ofensiva interventora a fondo, estos narcos jóvenes van a madurar rápido y desarrollar formas más duras de penetración y violencia. Por el momento están imitando a los grandes grupos de poder económico y las transnacionales, quienes a su manera, usan el dinero para financiar a los partidos y nombrar (pasando por una serie de filtros y cumpliendo ciertos protocolos mínimos) ministros o estar ellos directamente en los puestos de poder.
LOS PARTIDOS
La coima es, pensándolo bien, la mejor forma de neutralizar al Estado por dentro. Lo que se viene entonces a nivel nacional, si es que ya no está presente de forma escondida, es algo que se observa plenamente a nivel local y regional en los distritos, provincias y regiones dominados por la delincuencia: la “captura del Estado”. A los jefes de los narcos peruanos les falta todavía lograrlo de mejor manera y de forma más sofisticada con el Estado central, aunque pueden empezar con los partidos.
Volvamos al caso Oropeza. Uno de sus socios ha comprado un kit electoral en la ONPE y, según informa la prensa, estaba planeado la compra de una de las 20 inscripciones que existen en el mercado político peruano. Pero mientras no lo logren, y probablemente por ser menos riesgoso, buscarán la opción preferida a nivel nacional: asociarse delictivamente con un partido proclive a los arreglos que tenga, al mismo tiempo, influencias en varios niveles del Estado.
Una posible razón por la cual el APRA es el partido con más escándalos de narcopenetración, al igual que el fujimorismo (empezando con Montesinos, que todavía tiene un ala con Fuerza Popular y con quien Alberto Fujimori no ha roto relaciones), es por su gran capacidad para tener militantes o amigos dentro del poder judicial, además de representación parlamentaria y haber comandado dos gobiernos. En ambos gobierno, coincidentemente, creció el narcotráfico. El paso de la producción de coca para consumo humano nacional a la fabricación de pasta básica para la venta internacional por la ruta norte estalló durante el primer gobierno de García (1985-1990). El paso de la fabricación de pasta a la fabricación de cocaína por la vieja ruta norte y por la nueva del sur ocurrió durante su segundo gobierno (2006-2011).
EN EL NEGOCIO, HERMANOS
Ciertamente, no es el único gobierno ni el único partido contaminado, pero todo apunta a que es el principal. La cuestión es por qué. La clave nuevamente, está en el caso Oropeza.
Si vinculación directa con Chinguel y el hecho de que exista una fuerte influencia partidaria (mas que ningún otro partido) en la fiscalía y los juzgados da que pensar. Esta penetración se demuestra por la facilidad con que García ha logrado neutralizar judicialmente las acusaciones de la Megacomisión del Congreso. Precisamente, el caso más serio es su responsabilidad con los narcoindultos y su palabra de que Chinguel era un abofado honesto. Pero fue blindado judicialmente al haber decidido que “se violó el debido proceso”.
Bueno los narcos y otras mafias, precisamente, necesitan este tipo de blindaje. Qué mejor que desarrollar una estrategia de penetración o negociación mafiosa con un partido propenso a arreglos, que además tiene como principal característica socioprofesional el tener abundancia de abogados (que, por otra parte, es la profesión más corrupta por su cercanía a las mafias y por ser principal conducto para las coimas). Esta tesis la sostiene Ricardo Soberón, expresidente Ejecutivo de DEVIDA, con conocimiento de causa al especializarse en temas de coca y narcotráfico y ahora amenazado con denuncias y juicios por Jorge del Castillo.
El APRA, por todo lo dicho, está en graves problemas internos. Si puede, si tuviera voluntad, debería hacer una limpieza interna real y profunda y no solo una decorativa antes de que empiece la elección y los narcodólares comiencen a llegar a manos llenas a los partidos y a los candidatos para la elección del 2016. El APRA de hoy, que dista cada vez más del partido que fundara en 1924 Haya de la Torre, debe mantenerse al margen de arreglos y negociaciones, de donaciones generosas para financiar la campaña que se viene, de candidatos de dudoso pasado y presente. De no ser así, “la liquidación histórica del APRA”, que en el pasado se discutía como un evento causado por sus pactos infames con el odriismo y la oligarquía agraria, puede ocurrir finalmente porque varios de sus militantes y algunos de sus políticos pactan con las mafias del narcotráfico.
Publicado en Hildebrandt en sus Trece, Mayo 2015
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