¿Somos una sociedad que olvida rápido o nos distraen para olvidar?

Por: 

Jorge Paredes Terry

Ya nos olvidamos de las muertes del caso Real Plaza en Trujillo, las víctimas del suero fisiológico y ahora pasará lo mismo con la matanza en Pataz. Las grandes compañías se esconden bajo el manto de la impunidad, manejan la narrativa de los medios y al gobierno central, los pobres seguirán poniendo su sangre hasta un nuevo desenlace donde usted o yo podemos ser las próximas víctimas.

¿Hasta cuándo? Me pregunto. Es desgarrador reconocerlo, pero parece que la memoria colectiva es efímera, moldeable, manipulable. Los titulares estallan con furia momentánea, la indignación recorre redes sociales y plazas, pero pronto, como una ráfaga de viento, el horror se diluye en el siguiente escándalo, en la siguiente distracción. ¿Nos han enseñado a olvidar? ¿Nos han condicionado a no mirar demasiado tiempo la herida abierta de la injusticia?

Así pasó con las muertes del caso Real Plaza en Trujillo, un hecho que sacudió consciencias por días, semanas quizá, hasta que las aguas mediáticas lo arrastraron hacia el olvido. Lo mismo ocurrió con las víctimas del suero fisiológico adulterado, una tragedia que expuso la negligencia, el descuido, la criminal indiferencia de quienes manejan la salud como negocio.

Y ahora, Pataz, tierra de sangre derramada, de vidas apagadas por la violencia, quedará también como una sombra en los rincones de nuestra amnesia colectiva.

Las grandes compañías operan en la impunidad, caminan tranquilas porque saben que la indignación se apaga rápido, que los medios, con líneas editoriales dictadas por el poder, desviarán la mirada cuando sea necesario. La narrativa se controla, se dosifica, se manipula. El gobierno central es un engranaje más en este mecanismo perverso de ocultamiento, de distracción. La muerte de los pobres es la moneda de cambio de un sistema donde la justicia es selectiva, donde los números valen más que las vidas.

Y así seguimos, en este ciclo perverso en el que la sangre de los más desprotegidos es derramada sin consecuencias. ¿Cuántas tragedias más antes de que la memoria sea un acto de resistencia? ¿Cuántas muertes antes de que la indignación no ceda al paso del tiempo? Porque hoy fue Pataz, ayer fue Trujillo, mañana puede ser usted, puedo ser yo. ¿Hasta cuándo permitiremos que la impunidad sea el lenguaje dominante? ¿Hasta cuándo seremos espectadores del horror sin exigir justicia real?

¿Será que necesitamos un nuevo baño de sangre para despertar? ¿Para que la indignación deje de ser un eco fugaz y se convierta en un grito atronador que exija justicia?

Se esconden tras el velo de la impunidad, las grandes compañías, los poderosos. Manipulan la narrativa, controlan los medios, amansan al gobierno. Mientras tanto, los pobres, los desprotegidos, siguen pagando el precio con su propia sangre, con sus vidas. Son sacrificios en el altar de la avaricia, víctimas expiatorias de un sistema podrido hasta la médula.

No podemos permitir que esto siga sucediendo. No podemos permitir que nos distraigan, que nos hagan olvidar. No podemos permitir que la indiferencia se convierta en nuestra tumba.

No me cansaré de repetirlo, hoy es Pataz, mañana puede ser nuestra propia familia, nuestros amigos, nosotros mismos. La rabia, la indignación, deben ser el combustible de un cambio radical. Debemos exigir justicia, transparencia, castigo para los culpables. Debemos exigir un sistema que proteja a sus ciudadanos, no que los sacrifique. Debemos exigir un futuro donde la sangre derramada no sea en vano. ¡Basta ya!

Publicado en Lima Gris