¿Qué futuro nos depara el suicidio político de Castillo?
Nicolás Lynch
La situación de aguda polarización social y política que vive el Perú ha dado un giro inesperado con el golpe fallido de Pedro Castillo. Esta huida hacia adelante, en el mejor de los casos una gravísima transgresión en la pugna entre poder constituyente y poder constituido, se ha dado como una respuesta desesperada al acoso incesante de una derecha que no soportaba la presencia del “otro” en la presidencia de la república y que para ello también se ha valido de todas las artimañas legales e ilegales posibles. El giro, sin embargo, no nos pone en camino de una salida democrática a la crisis que vive el país pues no es expresión de la fuerza sino de la debilidad de Castillo y, a la postre, de las fuerzas que originalmente lo apoyaron y que, poco a poco, fueron echadas o se fueron desgajando de su entorno.
Lo que deja el momento político es un pueblo furioso, que ha explotado en distintos lugares del Perú, harto de los engaños del mismo elenco de impresentables que quiere repetirse hasta el infinito y cuyas opiniones son casi las únicas que permite escuchar el oligopolio mediático existente. Estos engaños pueden ser resumidos en uno solo: que las protestas son obra de “agitadores” e “infiltrados”, un nuevo desprecio a los miles de peruanos movilizados para expresar su descontento. Pero esta furia carece hasta hoy de una canalización política adecuada que nos ponga en camino de superar esta crisis y alcanzar un bien esquivo en el último lustro: la estabilidad política.
Nuevamente, y lo hemos dicho varias veces, no estamos solo frente a un problema de las personas que nos gobiernan —puede salir Castillo, pueden cerrar el Congreso e irse todos a su casa—, pero, si no hay cambios más profundos, seguiremos en la mismas. La historia reciente nos da una bofetada al respecto: hemos tenido seis presidente y tres congresos en los últimos cinco años y las cosas antes que mejorar, han, dramáticamente, empeorado. Pero el siguiente paso, al que se atreven algunos que creen ver más allá de las personas —el cambio de algunas instituciones electorales—, es también insuficiente ya que puede resultar en la elección de los mismos impresentables. Hay necesidad de un cambio aún más profundo, que empiece a afectar la forma como está distribuido el poder en este país, no sólo en el aspecto político institucional, sino también en el económico y social. Por ello la necesidad de un cambio constitucional a través de un proceso constituyente.
La consigna, por lo tanto, no es sólo ¡adelanto de elecciones! que parcialmente ya ha dado el gobierno de Dina Boluarte, sino ¡adelanto de elecciones y referéndum constituyente! que es lo que se corea en todos los rincones del Perú para preguntarle al pueblo si quiere o no la convocatoria a una asamblea constituyente. Este es el elemento que diferencia una propuesta transformadora de cualquier propuesta continuista por más disfrazada que esté. Es más, se convierte en la piedra de toque en el siguiente período político, en el que, justamente lo que estará en disputa será el tipo de salida a la crisis: una salida continuista, que puede tener variantes, o una salida transformadora.
La consigna, que está en boca del Perú movilizado, expresa además un nuevo momento en el desarrollo de la conciencia cívica sobre el proceso constituyente. Ya no es el grito inicial de noviembre de 2020, en las movilizaciones juveniles del momento, que fue para muchos la alarma que trajo el tema a la luz pública, sino una consigna de lucha popular en un momento de disputa con el poder constituido por la salida para el país. Una consigna, por lo demás, que suena múltiple y clara para ser el producto de algunos “agitadores” e “infiltrados”.
Sin embargo, la consigna ¡adelanto de elecciones y referéndum constituyente! tiene que plasmarse en un sujeto político para que el pueblo furioso que vemos ante nuestros ojos pueda convertirla en un factor de poder. Pero este sujeto político aún no existe y el suicidio político de Pedro Castillo hace más difícil su constitución. Este es el principio de realidad del cual partir para superar el problema. Quizás la ventaja frente al momento anterior sea que ya no existe la tentación de participar en el gobierno que aún engolosinaba a algunos hasta el final. Hoy, reunidos todos en la protesta callejera y en la urgencia de unidad que reclama el pueblo crecientemente organizado, existe la posibilidad que se depongan actitudes sectarias y se pueda formar un bloque popular que de pasos en la dirección señalada.