¿Qué está en disputa en Venezuela?
Nicolás Lynch
La avalancha mediática de la derecha local e internacional ha salido nuevamente, cual Santa Inquisición, a comulgar y excolmulgar actores políticos por su actitud frente a la coyuntura venezolana. Nos brinda así, por contraste, una nueva oportunidad para ver dónde está cada quien respecto de la democracia, la relación con su pueblo y los recursos de la nación.
¿Qué está en juego entonces? La democracia, simple y llanamente. Pero no la democracia de élites con ajuste económico y precariedad permanente como la que vivimos en el Perú, sino la democracia de mayorías con activa participación del pueblo y proyección continental como la que ha buscado construir el chavismo en los últimos quince años. Las pruebas están en los números. El gobierno bolivariano ha ganado 18 de las 19 elecciones que se han llevado adelante desde que llegó al poder y los venezolanos, de acuerdo al latinobarómetro, ocupan el sétimo lugar en satisfacción con la democracia con el 42%, mientras los peruanos estamos a la cola en el puesto 16 con el 25% de satisfechos. Si uno lee o mira la prensa monocorde que tenemos en el Perú se podría preguntar ¿qué pasa? ¿acaso hay un pueblo de locos en Venezuela?
Lo que sucede es que se trata de una democracia que se ha esmerado en satisfacer los derechos sociales de la población: educación, salud, trabajo y pensiones. Para muestra basta el salario mínimo, el segundo más alto en América Latina luego de la Argentina, con 472 dólares y aquí 267, y la proporción salario mínimo-sueldo de ministro, tan de moda en estos días, que aquí es de cuarenta veces y allá de nueve. Lo que sucede es que los que disfrutaban antes de la renta petrolera –el capital trasnacional y las clases altas–, ya no lo hacen más porque esta renta ha sido transferida, por distintos canales a la mayoría de la población. Recordemos además, que Venezuela posee las mayores reservas mundiales de petróleo, a tres días en barco de los Estados Unidos, lo que la hace un bocado apetitoso para los poderes mundiales. Por ello, desde el primer momento, Hugo Chávez puso la independencia nacional y la integración continental a la cabeza de su agenda, señalando que sin ellas es imposible un futuro para América Latina.
Todo esto no le gusta a la derecha ni a los poderes internacionales por lo que cada vez que han tenido oportunidad, desde el golpe fallido de 2002 y la huelga petrolera de 2002-2003, han desarrollado campañas mediáticas masivas pintando una situación de enfrentamiento dictadura/democracia, donde la dictadura ha sido el chavismo y la democracia todos sus opositores. Como vemos esta es una imagen falsa. Lo que existe, con los matices correspondientes, es un gobierno que impulsa un proceso de cambios sociales y políticos con un apoyo popular inédito y unos poderes establecidos que lo resisten. Un proceso que desde el principio ha tenido efectos progresistas en el resto de la región latinoamericana y cuyo final –anhelado por la derecha de nuestros países- podría provocar una regresión de proporciones.
Esto no quiere decir que no haya problemas. Antes y ahora, el gobierno chavista ha tenido actitudes autoritarias, tanto en su relación con la oposición como en su relación con los medios de comunicación. Este autoritarismo junto con la férrea oposición de derecha al régimen político aprobado en la Constitución de 1999 ha llevado a una aguda polarización. No es casual que la manifestación que empezó el actual espiral de violencia el miércoles 12, encabezada por el líder opositor Leopoldo López, tuviera como objetivo explícito el cambio de régimen -el famoso “regime change” en la jerga del Departamento de Estado de los Estados Unidos- y que en el curso de la misma cayera el primer muerto, un líder chavista de base alcanzado por un balazo en la cara. Estas agresiones parecen haber sido respondidas con similar violencia generándose un clima que hasta ahora ha cobrado diez víctimas.
Por otra parte el modelo de desarrollo, el estatismo rentista petrolero, tiene virtudes y defectos. Por un lado recupera el recurso para que lo use la nación, a diferencia del Perú donde la renta minera y gasífera se la llevan las transnacionales fuera del país, pero por otra genera un tipo de reparto que no sabemos cuan sostenible será en el tiempo. El buen uso de la renta petrolera, en beneficio del pueblo y no de las trasnacionales, es el gran reto que tiene este o cualquier otro gobierno en Venezuela.
Empero, si la polarización continúa la víctima va a ser la democracia, me atrevería a decir que casi cualquier democracia. Hay urgencia entonces de un diálogo entre el gobierno y la oposición para terminar con la polarización. Lógicamente tiene que ser un diálogo en los marcos de las leyes y la Constitución venezolanas, de lo contrario estaríamos pasando por encima de la voluntad del pueblo expresada en las urnas. Esto le daría la razón a la oposición radical que quiere un cambio de régimen asaltando el poder desde la calle. Se extraña que organismos como Unasur, hace poco tan activos para enfrentar procesos de desestabilización política, no hayan manifestado su disposición para facilitar una salida en el sentido señalado. Esperamos que la democracia venezolana recupere su cauce y el pueblo de ese hermano país pueda profundizar las transformaciones emprendidas por su gobierno progresista.
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