Trump, México y la guerra perdida de las drogas

Por: 

Róger Rumrrill

La áspera “guerra verbal” y el hostil enfrentamiento político entre el presidente estadounidense Donald Trump y el gobierno mexicano que preside Enrique Peña Nieto no sólo está y estará focalizado en el muro para cercar a México en su propia territorio, a la revisión o modificación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y a la feroz persecución y cacería de los millones de indocumentados mexicanos decretada ya por el nuevo inquilino de la Casa Blanca.

La otra “guerra” que puede estallar entre ambas naciones, con una historia de desencuentros y despojos territoriales por parte de Estados Unidos, puede tener como  argumento, motivación y pretexto la guerra mundial contra las drogas, una de las mayores guerras perdidas por Estados Unidos y sus aliados en el siglo XXI.

Desde 1972, cuando el presidente Richard Nixon ordena a la Comisión Shafer examinar las consecuencias de la guerra contra las drogas y luego de la caída del Muro de Berlín en 1989 e  inmediatamente después de los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York en setiembre de 2001, las drogas han sido y siguen siendo un tema de extraordinario valor para los intereses geoestratégicos y de seguridad para Estados Unidos.

Su participación en los conflictos en el Triángulo de Oro (Laos, Mianmar y Tailandia), su intervención armada en Afganistgán (2001) y en Colombia, durante los gobiernos de Andrés Pastrana y Álvaro Uribe cuando se diseña el Plan Colombia y este país pasa a ser la mayor potencia militar de América Latina, prueba de manera indubitable que las drogas son para Estados Unidos uno de los mayores y mejores argumentos y razones para intervenir en el mundo en defensa de sus intereses hegemónicos, geopolíticos, económicos, militares  y estratégicos.

Trump y la guerra perdida de las drogas
Durante su tumultuosa campaña electoral, Trump ha reiterado que aplicará mano dura contra las drogas. Con su visión y concepción de la política, la economía y la realidad, unilateral, aislacionista, proteccionista, mesiánica y su carácter imprevisible como lo califica Noam Chomsky, no sería nada extraño que uno de estos días amanezca acusando a México como país culpable de que Estados Unidos sea el mayor consumidor de drogas en el mundo.

En efecto, de acuerdo al National Institute on Drug Abuse, Estados Unidos consumía en el año 2009 un promedio de 157 toneladas de cocaína. Por su parte, la Oficina de Naciones Unidas Contra las Drogas y el Delito (ONUDC) en uno de sus recientes informes señala que el 40 por ciento de consumidores de drogas del planeta viven en Estados Unidos. El total mundial de consumidores, según ONUDC, es de 250 millones de personas.

El negocio de las drogas en Estados Unidos es una mina de oro, mucho más ahora que 38 de los 50 Estados de la Unión han legalizado el consumo de la marihuana. Las ventas de drogas, de acuerdo al Zar de las Drogas de Obama,  Gil Kerlikowske, suman 100 mil millones de dólares. Pero el costo del abuso de drogas, que incluye salud, delincuencia y productividad laboral, de acuerdo a Nora D. Wolkow, Directora del Instituto Nacional de Abuso de Drogas, alcanza la cifra astronómica de 600 mil millones de dólares.

El argumento que podría argüir Donald Trump para una “guerra de las drogas” con México podría ser que por este país ingresa el 80 por ciento de las drogas que se consume en Estados Unidos, que incluye cocaína producida en el Perú, marihuana y las drogas de laboratorio en auge, como las metanfetaminas.

Pero como México está “tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos” (Porfirio Díaz, dixit), los 250 mil muertos que ha ocasionado la violencia en la última década y  la corrupción que cancera la nación quizás no tendría esa dimensión de catástrofe social y moral si no habría esa cercanía territorial y ese insaciable mercado de consumo de drogas que es Estados Unidos.

Más temprano que tarde, el mesianismo y unilateralismo de Trump se chocará estrepitosamente con la realidad. Sobre todo porque Estados Unidos no es más la potencia hegemónica, unipolar, que controlaba el 50 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI) mundial después de la Segunda Guerra en 1945.

Es por esa razón que las Casandras que han dirigido la geopolítica de Washington en el último medio siglo, Zbiginiew Brzezinski y Henry Kissinger, cautelosos y con las huellas de las lecciones aprendidas, están proponiendo un mundo multipolar integrado por Estados Unidos, China y Rusia.

Kissinger, el asesor ad hoc de Trump, el que le ha recomendado acercarse a Rusia para aislar a China, como le sugirió a Nixon, aproximarse a China para aislar a Rusia, tiene que convencerle que la guerra mundial contra las drogas ha fracasado.
Y que Donald Trump no insista en esa locura.
                                 

 

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