Tupac: el inti que no muere
Julio Schiappa
Este año no se celebró la fecha de la rebelión de Tupac Amaru en 1780. Un Premier hispanista radical, como el actual, considera que la historia del Perú empieza con el Virreinato. Declaración de hace pocos días.

Influencers pagados por fundaciones conservadoras, como José Escajadillo, tik tokean que Tupac Amaru hizo su movimiento por la plata y no por la patria. Es parte del clima cultural que conservadores extremos quieren imponer para dominar la narrativa con una historia sin los Incas. Y negando al Primer Libertador de América del Sur y descendiente de ellos: José Gabriel Condorcanqui. El objetivo es negar la revolución plebeya de este cuzqueño y fomentar una historia que no haga evidente la cruel opresión colonial de los Borbones, dinastía que hasta hoy gobierna España.
Además, este relato conservador empata con la historia que se enseña en escuelas y cuarteles, centrada en el aterrador relato de su descuartizamiento y asesinato de toda su familia. Se siembra el pánico y no el orgullo por su gesta libertadora.
En la madrugada del 4 de noviembre de 1780, el pueblo de Tinta, en el corazón del antiguo Imperio inca, presenció un acto que habría de resonar por toda la América hispana. José Gabriel Condorcanqui —descendiente de la dinastía inca, cacique de Tungasuca y ahora autoproclamado Túpac Amaru II— hizo arrestar al corregidor Antonio de Arriaga, símbolo del abuso colonial. Seis días después, en la plaza principal, Arriaga fue ahorcado tras la lectura pública de su sentencia. Con ese gesto, el pequeño pueblo andino prendió la mecha de la mayor rebelión indígena de la era colonial: un levantamiento que en apenas meses movilizó a 100, 000 hombres y mujeres, ocupó gran parte del actual Perú y Bolivia, obligó a la Corona a movilizar dos ejércitos desde Buenos Aires y Chile, y dejó un legado indeleble en la conciencia política sudamericana.
La insurrección no surgió del vacío. Durante décadas, la reforma borbónica había incrementado la carga fiscal: nuevos impuestos al aguardiente, al tabaco, a la entrada de mercancías y, sobre todo, el alza del tributo indígena. El sistema de reparto obligatorio —por el que los corregidores vendían a precios inflados productos de lujo a los nativos— sumía a las comunidades en la ruina. La mita minera, que obligaba a trabajar gratis en las hondonadas de Potosí, completaba el cuadro de opresión.
En los libros del Inca Garcilaso de la Vega, que circulaban clandestinamente en los conventos y casonas de Cusco, muchos mestizos e indios encontraban la imagen idealizada del Tahuantinsuyo: un imperio donde, se creía, no existía la pobreza ni la injusticia. José Gabriel Condorcanqui, educado por jesuitas, y familiarizado con la legislación española, decidió encarnar aquel mito. El 16 de noviembre, apenas doce días tras la ejecución de Arriaga, proclamó la abolición de la esclavitud y la mita y convocó a todos los “vecinos del reino” —indios, mestizos, negros, criollos— a levantarse contra “la nación europea”. Allí está la clave del no reconocimiento de Tupac Amaru como el mayor héroe del Perú: la naturaleza indígena y la nación que quería construir a partir de los Inkas. Y el esfuerzo de los Borbones de borrarlo de la historia porque exhibe la miseria del régimen colonial y lo racista de la represión posterior a la rebelión.
El ex alcalde de Lima, un hispanista extremo, el 18 de enero, Aniversario de la Fundación Española de Lima, reinstalo a Pizarro en la Plaza de Armas de la Ciudad. Ese día La alcaldesa de Madrid nos contó un cuento borbónico: España no creo una Colonia, sino el Reino del Perú con igual status que España, reconociendo a la nobleza Inca su estatus real. La verdad que luego de la rebelión de Tupac Amaru fueron muertos la mayoría de curacas descendientes de los Inkas, se prohibió el quechua, la vestimenta, las fiestas la y música indígena. 90 parientes de Tupac Amaru fueron exterminados, para “borrar todo rastro de su descendencia” como reza su sentencia de muerte.
Afortunadamente, el Inti no ha muerto, ni el quechua, ni la cultura del Gran Imperio. Su rebelión motivo que San Martin -antes de viajar a Lima para dar la batalla por la Independencia- prometiera “dejar sobre su tumba las banderas de la victoria sobre España”. Promesa que sigue incumplida y que algún presidente Patriota debería cumplir.
