Un frente antifascista necesario
Laura Arroyo G.
En los últimos días hemos presenciado, alarmados, dos hechos concretos contra niños y niñas:
- La Pestilencia atacó a los menores asistentes a un evento cultural organizado por "Biblioteca Miguelina" en el Centro de Lima
- Jaime de Althaus vulneró la privacidad de la hija del presidente de la República, publicando sus datos personales en redes sociales.
Esto hace que nos preguntemos, ¿Cuál es el límite?
Hace meses vemos con alarma el accionar violento y fascista de movimientos políticos contra sus adversarios. Desde el acoso callejero, hasta impedir que se desarrollen actividades como las presentaciones de libros, vemos acciones vergonzosas ocurrir con discursos de odio de lamentable música de fondo.
Sin embargo, lo que más alarma es que parecemos estar totalmente desprotegidos frente a este accionar fascista. Los líderes de estos grupos son plenamente reconocidos por la Policía, la Fiscalía y la ciudadanía. Y, aun así, vemos cómo campean impunemente reproduciendo violencia. Esta es la peor de las señales en una democracia y un estado de derecho. El lumpen encuentra vías de acceso, el fascista encuentra silencio cómplice.
Pero la desprotección viene también por parte de los poderes mediáticos donde hay una suerte de discurso opositor contra este accionar, pero a la vez los tildan de "manifestantes" y muchas veces ni señalan que la violencia es su método. No llamarlos por su nombre los normaliza. Normaliza el fascismo. Recordemos cuando hablaron de “protesta ciudadana” en Canal N (Grupo El Comercio) para referirse a quienes impidieron la presentación del libro del expresidente Francisco Sagasti.
Esto hace que recordemos que el fascismo no surge de la nada. Los fascistas no son como los hongos. Estos movimientos, tampoco. Son hijos directos de discursos autoritarios y totalitarios que tienen como portavoces a representantes políticos que desde sus tribunas normalizan los discursos de odio que les envalentonan. Los normalizan y los legitiman en los medios que lo permiten y desde las instituciones en que tienen poder político. Ojalá el fascismo fuera solo ese brazo violento que conforman La Pestilencia, Los combatientes y etcétera. El problema es justo ese, que el fascismo es más que ese brazo de acción específica. El fascismo está en los discursos de congresistas, líderes políticos, candidatos a la alcaldía, representantes del poder judicial y medios de comunicación que los normalizan.
Las relaciones DIRECTAS entre estos grupos fascistas y partidos como Fuerza Popular y Renovación Popular las conocemos. Es evidente que nos toca exigir una sanción contundente a los fascistas que violentan, pero también a quienes legitiman su discurso desde tribunas institucionales, mediáticas y políticas. Pero el discurso que legitima las prácticas fascistas de estos grupos no solo se encuentra en los partidos políticos o en la complicidad velada de algunos medios de comunicación. Hace unos días hemos podido saber, a través de una filtración de información de las Dirección de Inteligencia del Mininter (DIGIMIN), que esta unidad tiene catalogados a partidos de izquierda como "amenaza terrorista". Es en realidad una forma de concebir al otro. Al "adversario", o al "opositor". Y este es el gran problema de fondo.
Lo que ha hecho Jaime De Althaus al revelar los datos personales de la hija pequeña del presidente Pedro Castillo, no es otra cosa que evidenciar que, para ciertos grupos de poder, el "todo vale" es muy exacto: TODO. Ya hemos visto cómo se saltaron las reglas democráticas cuando la democracia no les gustó en 2021. Hasta hoy hay una Comisión del Congreso que así lo evidencia. En la misma línea, lo que hacen ahora personajes como De Althaus es saltarse cualquier mínima regla de moralidad y ética al vulnerar a menores de edad. Si ni los niños ni niñas van a ser un límite, ¿Cuál es el límite? Ese "todo vale" es también un accionar fascista. Eso tiene muchos nombres, pero ninguno de ellos es oposición, ni mucho menos “democrática”.
Como ciudadanía, como pueblo, como demócratas, nos toca ser capaces de organizarnos como un frente que cierre el paso a quienes están amenazando la convivencia democrática y la libertad hasta de nuestros niños y niñas. Es un deber democrático dejar la pasividad frente a su violencia.
Lo primero es exigir que se les llame por su nombre: fascistas. No son manifestantes ni opositores, son fascistas. En segundo lugar, también toca exigir a sus portavoces mediáticos e institucionales (desde De Althaus hasta Fujimori) que asuman su responsabilidad en esta crecida violentista. Hay que saber señalar al adversario, pero también a quien le cede el paso. A quien le permite crecer y violentar. A sus cómplices.
Pero, a veces, lo más importante es ser capaces de plantarles cara. Ojalá no viéramos las imágenes de quienes se tienen que escapar por la puerta de atrás de un debate sobre ideas o la presentación de un libro, por miedo. Toca ser muchos, los suficientes, para gritar sin miedo a quienes violentan que son ellos los que están fuera de lugar, no nosotros. Y esto supone organización, colectividad, lucha en común y, claro, tender puentes democráticos entre quienes podemos tener algunas diferencias, pero sabemos bien a quién tenemos en frente.
Es verdad que habrá medios que hablen de "enfrentamiento" desde su habitual complicidad con estos movimientos fascistas porque son útiles para sus discursos golpistas y racistas contra un Gobierno que merece oposición, pero una oposición democrática. Pero, ojo, que su equidistancia no nos distraiga porque hoy, más que nunca, nos toca ser conscientes de que tras las elecciones de 2021 tenemos la evidencia del carácter de la extrema derecha, que es la única en el Perú ahora mismo. Una derecha fascista que está dispuesta a obviar la violencia si le resulta útil para mantener el poder. Y seremos los y las demócratas las llamadas a detenerlos.
Yo vi crecer a la ultraderecha en España del mismo modo que va creciendo en Perú. Pero hay buenas noticias: se les puede hacer frente si estamos en común y colectivamente claros y claras sobre la necesidad de cerrarles el paso. Exijamos que los llamen por su nombre, llamemos la atención de los nuestros, hagamos política en cada rinconcito que tengamos a nuestro alcance. Sin complejos ni cobardía porque un frente antifascista en Perú es hoy más necesario que ayer.