Coyuntura para cualquier cosa

Por: 

Carlos Bedoya

Nos habíamos quedado en que el Tío George estaba operando el adelanto de elecciones y cuanta cosa aplaste al dúo presidencial. Convocó varias veces a los políticos que pudo, y en pared con los fujimoristas encargados del trabajo sucio, pretendía generar una corriente política a favor de la desestabilización. George tenía que reacomodar la mesa en la que Alan figuraba muy por debajo de Keiko en las encuestas, lo que tarde o temprano haría que El Comercio deje de preferir al ego colosal.

Pero de pronto los pulpines se tumbaron la ley de empleo juvenil y de pasadita cambiaron la coyuntura como ninguna protesta en la era Ollanta pudo hacer, moviendo los cimientos del cuento “derecha Vs. derecha” en la segunda vuelta del 16. Y dando algo de peso al sector que llevó a Humala al poder, poniendo en agenda cosas como un nuevo aumento del salario mínimo. Discusión impensable meses atrás.

El estancamiento de la profundización neoliberal parecía ser el mayor costo político que trajo la irrupción de los jóvenes. De allí que la respuesta de El comercio y sus secuaces no se hizo esperar. Emprendieron un nuevo ataque mediático (y más furioso) contra Nadine y su marido, a fin de regresar a la coyuntura anterior y tratar de orientar la protesta directamente contra ellos (nótese que los jóvenes se le plantaron a la Confiep).

Con el agua en la nariz, el gobierno reeditó un diálogo que tuvo la mecha más corta de lo que se esperaba, pero que igual descolocó al cogollo alanista, porque el Tío George se quedó sin piso en su intentona de conspiración pseudogolpista, pues la mayoría de políticos fueron a la cita con Humala. El Apra y el Fujimorismo no pudieron boicotear y se aislaron.

Para aprovechar esa viada, y asustado por una nueva protesta local (Pichanaki), Ollantine cambió a algunos quemados del gabinete. Sacó al ministro del lobby petrolero, al foraja acusado de asesinato que mete bala en la cabeza a huelguistas. También a la exmiss Huánuco y al último caviar con fajín. Con ello desinfló la censura planteada por el fujimorismo contra Ana Jara.

Como quien prende todas las velas a un santo, el gobierno quiso parchar sus frentes abiertos: para los pulpines, aumento de sueldo; para los políticos, diálogo y cambio de ministros; y para la prensa, una buena aceitada de publicidad estatal al mejor estilo de chocherín.

Pero faltaba algo más. Y vino un clásico Perú-Chile. Porque ningún político, protesta social o medio concentrado y sin concentrar se puede dar el lujo de atacar al presidente quedando en una posición prochilena. El costo de hacer eso es tremendo, casi impagable.

En fin, del “cielo” cayeron los espías para descolocar más a García Pérez y a la hija de Fujimori, que con algo han de salir para retomar la ofensiva, mientras Ollantine intenta consolidar lo poco que le queda en “D” y “E” para tener los votos necesario que le den bancada el próximo periodo y no ir presos.

Escenario movido, complejo y peligroso. Da para cualquier cosa.

El estancamiento de la profundización neoliberal parecía ser el mayor costo político que trajo la irrupción de los jóvenes. De allí que la respuesta de El Comercio y sus secuaces no se hizo esperar.

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