La amenaza tecnológica

Por: 

Fernando de la Flor A.

Nicholas Carr es un importante intelectual norteamericano que se ha especializado en estudiar las implicancias de los avances tecnológicos modernos en las personas y en la sociedad.

De hecho, Carr, después de haberse dedicado a desarrollar programas de cómputo, software para diversas empresas y actividades, advirtió que había empezado un notable proceso de cambios personales. No pensaba igual, no hablaba de la misma manera, había dejado de conversar con su familia, ya no dialogaba con sus colaboradores. Se notaba diferente. Era otra persona. Tales consecuencias las examina Carr, con notable lucidez y no menos originalidad, en su libro Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?

En esa línea de investigación, Carr acaba de publicar un reciente libro Atrapados: cómo las máquinas se apoderan de nuestras vidas, en el que desarrolla la automatización de una gran parte de las actividades en las que la participación humana se está reduciendo significativamente, o simplemente eliminándose. El caso del piloto automático de un avión es el más representativo.
 
En realidad, el aporte de este relevante pensador es cómo el avance de las tecnologías modernas del nuevo milenio – llámense Internet, Smartphone o automatización –, que hoy en día constituyen un fenómeno universal irreversible, han iniciado una trasformación radical en la sociedad y en la gente.
    
Hay sin duda signos evidentes de este cambio en todos los ámbitos: ya no se conversa, se envían mensajes; ya no se escribe como antes, se utiliza el léxico informático comprimido (y muchas veces, para mí cuando menos, inentendible: slds es saludos); se está perdiendo la comunicación oral. En síntesis, estamos variando sustantivamente nuestra manera de ser y de relacionarnos.
 
Lo que debe destacarse, sin embargo, es que tales transformaciones están sucediendo pausadamente y no están siendo advertidas por cada uno de nosotros, ni por cierto, por la comunidad. Ni qué decir de gobiernos como el nuestro, por ejemplo.
 
Hoy en día es común estar en cualquier espacio, público o privado, y constatar que la gente está desconectada entre sí. Está ensimismada con su aparato. Su smartphone para enviar mensajes, navegar por Internet o escuchar música. Culto supremo de la individualidad y de la soledad tecnológica.
 
Así como Nicholas Carr se dio cuenta de que ya no era la misma persona, nosotros estamos pasando el mismo proceso, sin ser plenamente conscientes. Y en este sentido el mismo Carr apunta: “Google, Facebook… terminan por degradar y disminuir cualidades de carácter que, al menos en el pasado, han sido consideradas esenciales para una vida completa y vigorosa: ingenio, curiosidad… atrevimiento.”
 
Lo que hay que relevar es que mientras este fenómeno viene ocurriendo arrolladoramente, no se ha conocido de ninguna iniciativa pública destinada a generar un diagnóstico de la situación, de un lado, y la formulación de políticas, de otro lado. 
 
Si la gente, antes que leer un periódico, acude a las redes sociales, si la ciudadanía, en vez de atender a las noticias e informarse de qué está sucediendo en el país y en el mundo utilizando los mecanismos convencionales, lo hace a través de estos equipos tecnológicos, la posibilidad de trasmitir mensajes, llevar a cabo políticas y organizar las relaciones entre quienes gobiernan y quienes son gobernados, se desfasan, se descoordinan, al extremo de ir a ritmos, velocidades e intereses absolutamente distintos.
 
Un notable escritor, Albero Fuguet, ha dado –para mí– una inteligente e interesante definición de estos nuevos instrumentos del mundo moderno. Dice que el Facebook es una manera de creerse que uno tiene amigos. Y del twitter ha dicho que es una forma de creerse que uno es genio.
 
Algo de cierto debe de haber en estas enfáticas definiciones, pues ambos instrumentos, el Facebook y el twitter, utilizando los aparatos tecnológicos que le sirven de canal, son los mecanismos que están cambiando sustancialmente las cosas.
 
Ahora bien, lo importante es darse cuenta del fenómeno, no tanto describirlo, y tomar consciencia de la amenaza que conlleva si es que no se modula de manera tal que no se pierda el sentido de la comunicación humana, la necesidad de alternar, de seguir descubriendo las potencialidades de cada uno y de cada pueblo; en suma, de no dejarnos gobernar por las máquinas.
 
Hay que evitar que esta amenaza tecnológica siga concretando lo que dice Nicholas Carr: “Con el Smartphone en las manos somos un poco fantasmales… Al conectarnos con otro lugar simbólico, el Smartphone nos exilia del aquí y del ahora. Perdemos el poder de la presencia.”

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