Unidad y división, jóvenes y viejos
Nicolás Lynch
Los dilemas que recorren a la izquierda peruana no parecen ser los de la derecha y corren el riesgo de alejarla de los problemas sustantivos. Unidad y división es el primero de ellos, donde de lado de la unidad estaría todo lo bueno y del lado de la división todo lo malo. Jóvenes y viejos es el segundo e igual que el anterior, el bien de un lado y el mal del otro. La derecha no tiene esos problemas, en los últimos 15 años ha tenido uno de sus varios períodos de auge en la historia peruana y ha estado tan dividida como ha querido. Sus líderes, por otra parte, se acercan o pasan de los setenta años, edad de jubilación en cualquier seguridad social. Alan es el joven del grupo con 66, Toledo pasa los 70, Kuczynski casi en los 80 y Fujimori papá (que es el imaginario de Keiko) 75 y más. Casi un geriátrico.
A la izquierda el mito de la unidad le viene de la década de 1980 y la experiencia de Izquierda Unida (IU), que en su momento fuera uno de las grandes herramientas de democratización de la sociedad peruana. La unidad en esa coyuntura fue útil para el desarrollo de una identidad social con la necesidad de transformar el Perú. De allí la buena memoria que se presenta una y otra vez para solucionar los problemas actuales. Sin embargo, el recordar también es sucio y pone la carreta delante de los bueyes. La unidad cumplió su cometido de darle fuerza a la izquierda porque expresaba un propósito claro de cambio social que convirtió a IU en una identidad popular y le permitió constituir un pueblo izquierdista. El encarnar este propósito de cambio es lo fundamental, ello se puede lograr con unidad o con mayoría, no es solo un problema de humores y voluntades, se decide en el curso de la lucha política, mirando afuera y no mirándonos al ombligo.
El tema de las generaciones también es complejo. La derecha no se ocupa de ella misma, sólo de la vejez o de la juventud de sus rivales, la izquierda sí y lo hace y eso está bien. No estamos entonces en el peor de los mundos. Hay una generación de recambio que ya participa en voz alta, podemos sentir entonces que no vivimos en vano. Es algo bueno que no nos sucedió a nosotros. La represión que asoló el Perú entre 1930 y 1960 liquidó a buena parte de los izquierdistas de mediados del siglo XX y eso nos dejó medio huérfanos. Pertenezco a una generación que empezó temprano y fuerte y tuvo victorias y derrotas significativas. Pero no se preocupen, la mayoría de mis contemporáneos ya no existen para la política. Se fueron a su casa, se volvieron adversarios, son comentaristas o están muertos. Algunos pocos quedamos en la brega pero parece que a nuestros ocasionales detractores les parecemos un montón. Bueno, siempre parecimos un montón, cuando estábamos todos y ahora que quedamos unos pocos. Parece que ha sido nuestro destino, desafiar aunque sea en la fantasía a los que por alguna razón no nos quieren.
La política como casi todo en la vida y la izquierda no es una excepción, es una mezcla de generaciones. Me da la impresión que los que presionan son de dos tipos. Los enemigos de toda la vida que nunca nos quisieron ver en la película y los que quieren ganarse algo en la mesa sin haber ganado ningún partido en la cancha. A todos les digo, hay necesidad entonces de un recambio generacional pero se dará en la lucha política y no fuera de ella. Allí se verá el futuro de cada cual y lo que estamos dispuestos a dar para tal efecto.
Por último el programa. Se vuelven a levantar las voces de nuestros rivales y también de algunos que se dicen nuestros amigos, señalando que no debemos tener un programa “anticapitalista”, queriendo decir con ello que no debemos darle a nuestra propuesta un tinte alternativo al neoliberalismo. Es el consejo de los que creen que cualquier alternativa es anticapitalismo. Nada más falso. Existe también la Gran Transformación, un programa de democracia social y capitalismo nacional que busca desarrollar nuestros mercados internos y por ende el trabajo con derechos. Este programa posneoliberal no es anticapitalista sino que promueve el desarrollo nacional. Esto nos coloca en un terreno distinto al orden actual y nos brinda la oportunidad de construir otra democracia que le de curso al Perú.
Si la propuesta cuaja como identidad de nuestro pueblo, allí se resuelven la unidad y las generaciones. Ese es el problema sustantivo.
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