In memoriam: Mi homenaje a Adolfo Figueroa

Por: 

Félix Jiménez, Economista Ph. D.

El pasado viernes 25 de noviembre  falleció Adolfo Figueroa. Fue un gran economista. Era de los pocos que reunía una combinación admirable de cualidades: sabía de historia, de matemáticas, de filosofía y tenía una amplia formación como todos los buenos economistas. Era académicamente exigente, porque respetaba la profesión. Fue, asimismo, una excelente persona: incorruptible, amigo leal y generoso. Parafraseando a Keynes, podríamos decir que en los escritos de Adolfo «ninguna parte de la naturaleza del hombre o de sus instituciones quedaba por completo fuera de su consideración».

Departamento de Economía de la PUCP le debe mucho: fue uno de los que lo prestigió en el país y en el extranjero. Fue gestor de su desarrollo plural y de su alto nivel académico; además de creador de conocimiento de las economías subdesarrolladas como la nuestra.

A partir de su conocimiento exhaustivo y crítico de las teorías económicas desarrolladas con referencia a los países industrializados —clásica, neoclásica y keynesiana—, Adolfo construyó un marco teórico-conceptual propio para analizar los problemas de la desigualdad de ingresos, la pauperización de la población en términos de ingresos reales y de acceso a los bienes públicos; la violencia política; la informalidad y la exclusión social; la erosión de la calidad potencial de la mano de obra por la desnutrición y la crisis de la educación; en fin, la inestabilidad económica y política que hace difícil convivir en democracia en países como el nuestro.

Adolfo no fue un economista «especializado» en temas de desarrollo; él era un erudito. Tampoco puede considerársele un popperiano. Él utilizó el método popperiano solo para criticar las teorías económicas clásica, neoclásica y keynesiana, y, sobre la base de esta crítica construir su teoría unificada del desarrollo capitalista. Para Adolfo, las diferentes dotaciones iniciales de factores en sus sociedades Epsilon, Omega y Sigma, hacen que la relación capital —físico y humano— por trabajador sea mayor en Epsilon que en Omega, y en esta sea mayor que en Sigma. Uno podría identificar a la sociedad peruana con la sociedad Sigma.

Los ingresos por trabajador que se generan en los sectores capitalistas de las tres sociedades siguen esa desigual jerarquía. Como en las sociedades Omega y Sigma hay sectores de subsistencia, el producto por trabajador de estos sectores es inferior que el de los sectores capitalistas. Debido a la dotación inicial de los activos, el grado de desigualdad en los ingresos es menor en Epsilon que en Omega y en esta es menor que en Sigma. Estas diferencias son persistentes, se reproducen en el tiempo sin tendencia a convergencia alguna.

El desarrollo teórico de estas sociedades puede verse en su libro A Unified Theory of Capitalist Development, donde incorpora los temas ambientales y el análisis de las políticas públicas.

Hay una versión algo resumida que aparece con el título Nuestro Mundo Social: introducción a la ciencia económica, Adolfo consideraba la democracia como un contrato social entre los miembros de la sociedad sobre una distribución justa de derechos. En sus trabajos nos dice que esta democracia no existe en nuestro país, debido a que la distribución de derechos políticos y económicos es relativamente muy desigual. Ese contrato social no puede existir en una sociedad donde el ejercicio de los poderes públicos no se basa en un sistema legal que asegure y garantice la justicia. Adolfo, al igual que Carlos Franco, otro intelectual poco leído en nuestro país, sostenía que la ausencia de convivencia democrática tenía como explicación la práctica étnica y culturalmente autocentrada del poder de ciertas elites sociales, empresariales y políticas. Estas actúan diferenciándose de la mayoría de la población, imponiendo sus preferencias en los contenidos de las políticas públicas y, por lo tanto, desatendiendo las consecuencias de estas políticas en las condiciones de vida de los sectores poblacionales cuya composición étnico-cultural es diferente a la suya. Esta práctica histórica no democrática está en la base de la desigualdad y de la crisis que actualmente atraviesa nuestro país. Esta podría ser la más grande contribución que Adolfo desarrolló para entender sociedades como Perú.

Adolfo tenía bien claro que la desigualdad de poderes de los sujetos sociales y políticos en el Perú hace que la convivencia democrática sea todavía un sueño. Él sostenía que el funcionamiento «libre» del mercado no resuelve la desigualdad y la exclusión. Como decía Polanyi: «La idea un mercado autorregulado es una idea puramente utópica. Una institución como esta no podría existir de forma duradera sin aniquilar la sustancia humana y la naturaleza de la sociedad, sin destruir al hombre y sin transformar su ecosistema en un desierto». Esa desigualdad, entonces, es un problema que se resuelve en el campo de la política, coincidiendo así con las ideas de Acemoglu desarrolladas en su libro Why Nations Fail.

La teoría que desarrolla Adolfo explica por qué se perpetúa la desigualdad y exclusión; una teoría que nos dice cuál es el origen de la desigualdad y exclusión, aunque, como él mismo señala, ninguno de los actores —capitalistas, trabajadores, gobierno y los excluidos— tiene el poder ni el incentivo para cambiar la estructura de la distribución de los activos económicos y políticos. Su gran contribución, entonces, para los que hacen economía normativa y para los que se dedican a la política es el habernos proporcionado los elementos para argumentar que es preciso «romper con la historia» para salir del subdesarrollo. Deja, sin embargo, una rendija para la generación del proceso nuevo que produciría el actor del cambio. Apela al desarrollo de la «conciencia de la gente sobre el mundo social en que vivimos» para «agilizar y reforzar» procesos nuevos. La mayor conciencia que reclama Figueroa debe convertirse en acción colectiva para obtener derechos ciudadanos.

Con estas breves notas deseo dar testimonio de su contribución a la comprensión de las razones históricas de la existencia de los excluidos en nuestra sociedad, así como de su profunda sensibilidad humana.

Un abrazo, Adolfo, allí donde estés.